Kylie Jenner: “No recuerdo cómo era mi vida cuando no tenía a millones de personas opinando sobre mí”
Su influencia se mide en millones. Su imagen viral dicta la estética y sus labios trastocan la industria de la belleza.
Su influencia es difícil de cuantificar. Supondría hablar de cifras que de tantos dígitos pierden sentido. Se pueden medir sus seguidores –160 millones entre Instagram y Twitter– o ilustrar con ejemplos: cuando tuiteó que Snapchat estaba acabada, la red social se desplomó en bolsa. Cuando puso a la venta sets labiales por primera vez, agotó las existencias en menos de un minuto. Cuando hace un año presentó a su hija Stormi en Instagram batió el récord mundial de ‘me gusta’. Kylie Jenner tiene solo 21 años, pero Forbes estima que su fortuna ha rebasado la frontera de los 1.000 millones de dólares (un hito que Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, consiguió con 23). Ella olvida la fama cuando se entrega con profesionalidad a esta producción con S Moda, en una jornada laboral que terminará pasada la medianoche: «Mi madre nos ha insistido mucho siempre a mis hermanas y a mí en la puntualidad. En apasionarnos por lo que estemos haciendo en cada momento. Sé que en una sesión de fotos solo soy una pieza más del engranaje, tan importante como el resto», explica desde Los Ángeles.
Esa progenitora de la que habla es Kris Jenner, lince del negocio del espectáculo, que ha sabido erigir un imperio sobre la cotidianeidad de su familia, que poco tiene de cotidiano. El Klan, como se le conoce en la web por su empeño con la letra K, estrenaba programa de telerrealidad hace 12 años, Keeping up with the Kardashians, un show que actualmente emite su 16ª temporada. Desde entonces una cámara ha seguido cada uno de sus movimientos, triunfos, fracasos o escándalos. Y han sido muchos. «La verdad es que no recuerdo cómo era mi vida cuando no tenía a millones de personas dándome su opinión sobre cualquier cosa que hago», reconoce Kylie, que debutó ante las cámaras con 10 años. Madura en equipo. «Sería una persona muy distinta si no tuviera a mi familia viviendo lo mismo. En casa, si nos pasamos de la raya enseguida llega alguien a aterrizarnos a la realidad».
Minivestidos de licra, mallas, látex, botas altas… Si Demna Gvasalia, director creativo de Balenciaga, dinamitó las fronteras entre el ‘buen y mal gusto’ en pasarela, Jenner es portavoz de toda una generación que no reconoce siquiera esos límites. «Busco que la gente que me sigue se sienta inspirada», dice. ¿El resultado? Su estética, que parecía proscrita, hoy forma parte tanto del léxico de la moda como de los armarios adolescentes. Adalid de una aristocracia 2.0 que cambia coronas por uñas de gel, ha hecho de su cuerpo cetro de poder. Una fisicidad que comparte con tres de sus hermanas (se abstiene Kendall) y que ya forma parte de la cultura popular: han sido capaces de suplantar el canon de belleza occidental por un nuevo ideal al que aspirar, el suyo. Un modelo de cintura marcada y curvas en complejo equilibrio. Remata la estampa el rostro cincelado a golpes de brocha (contouring, lo llaman) y enmarcado bajo llamativas cejas. Kylie ha hecho de su corporeidad marca personal, monetizada con maestría en el caso de los voluptuosos labios.
La menor de la familia supo trazar camino propio convirtiendo su rasgo en victoria comercial al crear Kylie Cosmetics en 2015. Puso la empresa en funcionamiento con sus ahorros, que rondaban el cuarto de millón de euros. El primer año se estima que facturó 307 millones de dólares (unos 273 millones de euros) vendiendo kits de labiales líquidos y perfiladores por unos 25 euros. «La autenticidad es la clave de mi éxito. La gente estaba tan interesada en saber qué color usaba que hasta acosaban a mi madre y a mis hermanas para preguntárselo». Sorprende que la compañía esté externalizada: solo cuenta con siete trabajadores a tiempo completo y cinco a tiempo parcial. Del producto, hoy gama completa, se encarga la californiana Seed Beauty y de la logística, Shopify. Su madre, además de mánager, lleva las finanzas. «Yo controlo todo, también los números y la parte de negocio, pero no me parece lo más importante. Antes quiero que todo el mundo sea feliz. Mi pasión es que la gente obtenga buenos productos y que quede satisfecha». Parece suficiente para enganchar a los milénicos, tres cuartas partes de sus seguidores. Mientras las grandes firmas batallan por comprender a los miembros de las generaciones Y y Z (que, para Bain & Co. contribuyeron en 2018 al 100% del crecimiento total del mercado de lujo, en comparación con el 85% del año anterior), ella les conquista en su idioma.
Resulta innegable que conecta, el porqué es más complejo. Jenner no lo analiza. «No lo sé, soy yo misma. Creo que si eres una buena persona todo te vuelve en forma de bendiciones». Evita compartir su opinión, por afán de control o ausencia, y responde con mantras. ¿Instagram? «Solo me hago fotos cuando me acuerdo, cuando estoy por ahí o llevo ropa bonita». ¿La belleza? «Sale de dentro, tiene que ver con el interior de la persona». ¿La función del maquillaje en la era del feminismo? «Creo que nos empodera». ¿Su experiencia como madre? «Ya no se trata de mí. Las necesidades de esta personita vienen antes que las mías y me han enseñado a ser desinteresada».
Queda seguir inventando. «Aún hay mucho por hacer. Lo próximo será un proyecto maravilloso en el que llevo tiempo trabajando, que no tiene nada que ver con Kylie Cosmetics. No puedo decir mucho, solo que estéis atentos». Quizá porque su secreto pasa precisamente por alimentar esa sensación que los angloparlantes han bautizado como FOMO (fear of missing out, que vendría a hablar del miedo a perderse algo si se desconecta). Porque en el universo de Kylie Jenner, si parpadeas, te lo pierdes.