Cómo Jane Fonda usó a su acosador para crear el VHS más vendido de la historia
‘En forma con Jane Fonda’ vendió 17 millones de copias y revolucionó la industria del fitness. Los sorprendentes motivos de su lanzamiento marcaron un antes y un después en la vida de la intérprete y empresaria.
Cuando Jane Fonda lanzó En forma con Jane Fonda (1982) no sabía que su vídeo se convertiría en el VHS más vendido de la historia. 17 millones de copias vistas hasta la extenuación en millones de hogares –y otros tantos más escuchados en casetes por todos los rincones del mundo–. Tampoco imaginaba que por su culpa explotaría la industria del vídeo. Nadie compraba cintas porque no veían necesario un reproductor, pero fue publicarse su vídeo ejercitándose frente a la cámara y se vendieron magnetoscopios a gogó. El gremio se lo agradecerí...
Cuando Jane Fonda lanzó En forma con Jane Fonda (1982) no sabía que su vídeo se convertiría en el VHS más vendido de la historia. 17 millones de copias vistas hasta la extenuación en millones de hogares –y otros tantos más escuchados en casetes por todos los rincones del mundo–. Tampoco imaginaba que por su culpa explotaría la industria del vídeo. Nadie compraba cintas porque no veían necesario un reproductor, pero fue publicarse su vídeo ejercitándose frente a la cámara y se vendieron magnetoscopios a gogó. El gremio se lo agradecería eligiéndola como la primera persona «artista» y no ingeniera que entraría en el Salón de la Fama de la Industria del Video de EEUU. «¿Vídeo doméstico? Pero, ¿eso qué es?», cuenta la propia Fonda que dijo a Debbie Karl, casada con el inventor de los vídeos de autoayuda, cuando la pareja le propuso empezar el negocio. Le costó meses dar el sí. Ella, que era actriz, ni siquiera tenía un reproductor de vídeo en casa.
Fonda recupera superficialmente esta icónica anécdota del imaginario pop –ella fue la mayor influencer del body y los calentadores de ballet para hacer ejercicio en los 80– en el recién estrenado documental que repasa su vida (Jane Fonda en cinco actos, disponible en HBO). La historia detrás de su Workout se recoge de forma más amplia en las memorias que publicó en 2005, páginas en las que recuerda que, además de no ver inicialmente ni un duro por ese negocio, todo ese ejercicio la salvó, finalmente, de la bulimia que arrastraba desde la adolescencia: «Empezó en segundo curso del internado y me duró lo que duraron dos matrimonios y dos hijos. Jamás se enteraron». Como muchas otras jóvenes privilegiadas, Fonda aprendió a vomitar compulsivamente interna en un colegio de chicas («me hice experta en vomitar en los mejores restaurantes de Beverly Hills y volver a la mesa pimpante y recién pintada»), bulimia que intercaló con la ingesta habitual de speed durante buena parte de su vida («la dexedrina me producía una hiperactividad de la que me parecía que no podía prescindir como actriz […] Al fijarme ahora en en las películas de entonces me resulta obvia la enfermedad o el nerviosismo típico de la anfetamina en alguna de mis entrevistas»).
Sin embargo, lo más llamativo de toda esta historia es cómo la actriz aprovechó una idea de uno de sus mayores acosadores para crear un negocio redondo. A finales de los años 70, Fonda lidiaba con una campaña de hostilidad y de polarización mediática sobre su persona. Muy inmersa en el activismo político por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam –viajó sola a Hanoi desde donde denunció las intenciones de Nixon de bombardear las presas del norte del país para matar a millones de personas–, Fonda llegó a ser acusada de traición por dos diputados, los republicanos pedían boicots a sus películas y en cada aeropuerto que aterrizaba solía ser acosada por varias personas del entorno de Lyndon LaRouche, fundador de la Unión Nacional de los Comités de Empresa.
LaRouche, que después crearía una secta derechista con teorías conspiranoicas de todo tipo, llegó a lanzar una serie de pegatinas con el lema A Fonda que se la coman a las ballenas. El empresario detestaba que la intérprete hubiese protagonizado una película sobre los peligros de las centrales nucleares (El Síndrome de China, 1979), por lo que personas del entorno del empresario («las mismas que entraban en los bares a pegar con cadenas a los sospechosos de ser gays») se dedicaban a hostigar a la actriz allá donde se plantase con carteles tipo «Jane Fonda tiene más escapes de gas que una central nuclear». La actriz descubrió en un artículo que la unión que lideraba Larouche se financiaba, en parte, por su empresa informática. «¿Por qué no montamos una empresa para financiar el CDE?», dijo entonces a su segundo marido, el activista icono del pacifismo y por entonces político Tom Hayden.
La CDE (Campaña para una Democracia Económica) era una organización que la pareja inició para tratar de impulsar el cambio y el progreso social en EE UU. «Salía muy caro mantener una entidad nacional sin ánimo de lucro como la CDE en un estado tan grande y variado como California. Yo, en aquella época, hacía una película al año y todos los estrenos se convertían en un modo de reunir fondos, pero me preocupaba no poder mantenerla a flote», recuerda Fonda en sus memorias. Ella y Hayden se plantearon entonces copiar el modelo de su archienemigo para aportar más recursos. Desecharon la idea de montar un restaurante o una taller de coches «donde no timaran a la gente» y, tras el consejo de John Maher («nunca te metas en un negocio que no conozcas bien»), al final resultó que lo que Fonda sabía de sobra era hacer ejercicio.
Llamó a la profesora que le ayudó a entrenarse para recuperarse tras una lesión en una película, Leni Cazden, y juntas idearon un sistema alternativo a lo que después se conocería como aeróbic. En vez de música machacona disco, ellas se ejercitaban sin el cardio pero con ejercicios repetitivos y con banda sonora de Al Green, Fleetwood Mac o Marvin Gaye. Fonda empezó a dar sus clases en Utah mientras rodaba junto a Redford El Jinete Eléctrico. El éxito la llevó a hacerse con un local en Beverly Hills y abrir su gimnasio en 1979. Tanto ella como Cazden firmaron un acuerdo que estimaba que la CDE era la propietaria de la empresa (Fonda no ingresó ni un dólar durante años). El éxito las sobrepasó.
Barbara Walters fue a grabarlas y gente de todo el país hacía colas para probar «lo de Jane». Ampliaron el abanico de posibilidades a clases de tonificación para recién paridas que venían con sus bebés –todo el equipo, desde la dirección a la gestión o el profesorado, eran mujeres– y dos años después, en 1981, Fonda escribió un libro sobre su programa: En forma con Jane Fonda. Ocupó el primer puesto de la lista de los más vendidos del New York Times durante 24 meses. Junto al éxito abrumador del vídeo (fue aventajada en esto de la diversidad de cuerpos: «los grupos que hacían ejercicios conmigo estaban formados por hombres y mujeres de todas las razas, unos jóvenes, otros mayores, unos delgados y otros menos delgados») consiguió recaudar 17 millones de dólares para la CDE. A mediados de los 80 decidió desligar los ingresos del programa de ejercicios de la organización política. Hayden ya había salido elegido miembro de la Asamblea del estado de California y la CDE la dirigían otros. («Como propietaria del negocio de gimnasia, podía seguir donando dinero a la CDE cuando yo lo considerase necesario»). Sus ganancias se estiman millonarias.
Fonda sustentó con su trabajo los ideales políticos por los que luchaba en pareja, pero Hayden siempre «odió» el programa de ejercicios, como ella recuerda en su autobiografía. «Una vez me contó que creía que nuestro matrimonio empezó a naufragar por culpa de la gimnasia. Es posible. Indudablemente, yo dedicaba cada vez más tiempo al negocio, pero siempre que hacía un comentario competitivo, yo pensaba: ‘De acuerdo, seré vanidosa y todo lo que tú quieras, pero tengo claro que estoy ayudando a muchísimas mujeres. Y, además, ¿de dónde ibas tú a sacar 17 millones de dólares?«.