Estrella se ofrece como ‘dj’

Los diseñadores y actores no solo se visten para pisar la alfombra roja, también para colocarse tras la mesa de mezclas y demostrar por qué son imprescindibles en las mejores fiestas (además de sacarse un sueldo extra).

Cordon Press

Si en los 80 los menos populares eran relegados al puesto de pinchadiscos, ahora ser dj significa ser el más admirado de la fiesta, además de recibir unos cachés que oscilan de 50.000 a 120.000 euros por sesión, en el caso de David Guetta o Ushaïa.

Los actores y diseñadores también se sacan un dinero pinchando. Que se lo digan a Camilla Belle, quien, al margen de los 2,5 millones de dólares que cobra por película, se pasea por inauguraciones de tiendas, como la de Juicy Couture en L. A., donde además de sonreír –vestida de la firma–...

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Si en los 80 los menos populares eran relegados al puesto de pinchadiscos, ahora ser dj significa ser el más admirado de la fiesta, además de recibir unos cachés que oscilan de 50.000 a 120.000 euros por sesión, en el caso de David Guetta o Ushaïa.

Los actores y diseñadores también se sacan un dinero pinchando. Que se lo digan a Camilla Belle, quien, al margen de los 2,5 millones de dólares que cobra por película, se pasea por inauguraciones de tiendas, como la de Juicy Couture en L. A., donde además de sonreír –vestida de la firma– se puso tras la mesa de mezclas. Algo parecido a lo que hizo Ashley Greene, quien escogió un modelo de Nicole Miller para demostrar en un evento de la revista Maxim su arte para la remezcla.

Otras escogen la estética de sus personajes, como Michelle Rodriguez, que parece recuperar la ropa de náufrago de Lost para colocarse los cascos. Más urbanos son ellos, como Idris Elba –el único hombre que ha besado a Beyoncé, en el filme Obsesionada– o el hijo de Tom Cruise, Connor, que dice ser actor, aunque solo hizo un papel secundario en Siete almas junto a Will Smith. Mientras espera su estrella de la fama, Connor cobra 10.000 dólares por amenizar fiestas.

En nuestro país es frecuente ver a Najwa Nimri mostrando su talento en los sets vestida con sus propios diseños, Najwa by Abrahamsson, con un caché que ronda los 600 euros la hora, parecido a lo que cobra el diseñador Carlos Díez. A María Escoté también la han tentado. «Pero dije que no, yo prefiero ser gogó», confiesa.

En Londres todavía recuerdan las fiestas en las que pinchaba Stuart Vevers cuando era director creativo de Mulberry. A su convocatoria acudían Roland Mouret, Lily Cole o Julie Depardieu. Ahora Vevers pone la B. S. O. en presentaciones y desfiles de Loewe. «Aquí no trabajo tanto como dj. ¡A ver si me llaman más!», bromea.

Henry Holland es otro que se anima a reinar en la discoteca, y cuando se desmelena luce alguna de sus camisetas con lemas como I’ll show you who’s the boss, Kate Moss. Más gótico es Gareth Pugh, quien cuelga sus sesiones en Internet. Y en el polo opuesto, el vitalismo de Karim Rashid, que no prescinde de sus estampados ópticos en sus sesiones de Globalove, su leitmotiv.

Lagerfeld se puso en la mesa de mezclas en el vídeo con el que presentaba su colección Karl. Si el káiser ha dado su visto bueno a esta tendencia de diseñador-dj, demodé el que no remezcle.

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