Dorothée Meilichzon, ese ‘je ne sais quoi’
Es una de las interioristas más codiciadas de París, donde los hoteles y restaurantes de moda presumen de llevar su firma. Mezclas, estampados, espejos biselados y toques vintage son su sello.
Gracias a su madre, diseñadora de interiores, Dorothée Meilichzon descubrió de niña la importancia de las texturas, la variedad de los estampados. La parisina recuerda sus viajes juntas a Londres. Allí compraban telas para tapizar, papel pintado a mano para las paredes. «Mi madre sabe muchísimo de estilo. Aprendí de ella la importancia de la simetría, cómo mezclar estampados, quién era Madeleine Castaing [anticuaria y decoradora francesa]…», comenta Dorothée. Cuando cumplió 13 años tuvo la certeza de que el diseño era su camino: «Hasta esa edad quería ser inventora, pero descubrí que ser diseñ...
Gracias a su madre, diseñadora de interiores, Dorothée Meilichzon descubrió de niña la importancia de las texturas, la variedad de los estampados. La parisina recuerda sus viajes juntas a Londres. Allí compraban telas para tapizar, papel pintado a mano para las paredes. «Mi madre sabe muchísimo de estilo. Aprendí de ella la importancia de la simetría, cómo mezclar estampados, quién era Madeleine Castaing [anticuaria y decoradora francesa]…», comenta Dorothée. Cuando cumplió 13 años tuvo la certeza de que el diseño era su camino: «Hasta esa edad quería ser inventora, pero descubrí que ser diseñadora me permitiría trabajar en el aspecto y en la funcionalidad de los objetos». Por eso estudió primero en el Strate Collège de Sèvres y luego en la Rhode Island School of Design de EE UU. Hasta que en 2009, con 27 años, abrió su propio estudio, Chzon (chzon.com), en París. Siete años después, es la interiorista de referencia en la capital del chic y sus servicios son reclamados en Londres, Nueva York o Ibiza. Hoteles boutique, restaurantes y clubes de moda llevan su sello: una apuesta por el eclecticismo, la huida del minimalismo y el look total, pero con un cuidado extremo del detalle, las referencias y un gusto especial por los toques vintage y las combinaciones de estampados.
Aunque había trabajado en agencias de diseño durante seis años, ella siempre fue consciente de que seguiría su propio rumbo: «Sabía que un día tendría mi estudio. Mis abuelos fueron emprendedores, supongo que lo llevo en la sangre». Libération afirma que «encarna la tendencia déco del momento». Maison&Object París la reconoció como Creadora del Año 2015, destacando que «quiere trabajar tanto como sea posible con artesanos, tapiceros y carpinteros para crear piezas únicas, poniendo en valor la creación manual, para crear un entorno único, eterno». Siempre anda descubriendo nombres, direcciones, tesoros ocultos en mercadillos, el nombre de un forjador que da forma a piezas especiales en su pequeño taller… «Me paso el tiempo buscando ideas y piezas. Hasta que siento un flechazo con algo, y ahí empieza la historia que quiero contar. Me gustan los objetos que transmiten una sensación atemporal pero a la vez se muestran muy actuales», subraya.
Cuando un proyecto cae en sus manos, desarrolla una idea completa, que no conoce las fronteras entre identidad gráfica y diseño de interiores. Sus trabajos tienen una narrativa propia. «Como soy diseñadora industrial, he aprendido diseño gráfico e interiorismo por mi cuenta, ¡nunca me pondré límites! Creo que el diseño tiene que hacerse global», sostiene. El primer paso, siempre, es sumergirse en el pasado del establecimiento. «Estudio a fondo los detalles arquitectónicos y la historia del edificio, su forma, la calle donde se encuentra. Mis proyectos tienen la necesidad de encajar en su barrio», explica. Por eso, los triángulos se suceden en el Hotel Panache, a 15 minutos andando de la Ópera de París, un edificio en esquina de silueta similar al Flatiron neoyorquino. En su interior nada es cuadrado, salvo las camas, bromean al presentarlo en Chzon.
Allí es donde quedamos con Dorothée para la sesión fotográfica. Acaba de regresar de Londres, donde ultima su nueva apertura –un hotel en la zona de Covent Garden de próxima inauguración cuyo proyecto guarda bajo llave–. No para. Dos días después se va de vacaciones y antes tiene que cerrar mil asuntos, pero no desconectará el móvil –está continuamente respondiendo llamadas y correos, además de rebuscando ideas en la Red; reconoce que muchas de sus creaciones surgen de los tableros de Pinterest o de Instagram–. Su destino es Cadaqués, en busca de sol, desconexión y surrealismo: «Siempre trato de encontrar inspiración en los lugares que visito. Me gustan muchas cosas poco convencionales, especialmente las piezas vintage».
Ambientes selectos. Es partidaria de que la gente participe de los espacios, que los complete. «Tenemos que ofrecer la mejor experiencia, de la forma más coherentemente posible, a los usuarios. Mi máxima es el aprendizaje continuo. Me gusta hablar con el cliente que se acerca a nosotros, que nos explique el tipo de consumidor que espera, qué comida y qué bebidas va a servir», explica la diseñadora.
De ese diálogo constante han surgido hypes parisinos como los restaurantes Beef Club –en una antigua carnicería de Les Halles– o Mojo –un local polivalente que vende ensaladas y sándwiches, en el que incluso diseñó el packaging de la comida para llevar–. También clásicos renovados, como el Mathis de la rue de Ponthieu, en los Campos Elíseos, donde en los 90 estaba el mítico restaurante de la institución de la noche parisina Gérald Nanty. Y nuevos vecinos en barrios como Nolita, en Nueva York (donde diseñó en 2014 Compagnie des Vins), o Shoreditch (en 2015 abrió el bar Joyeux Bordel).
Este último forma parte de su creciente colaboración con la consultora Experimental Group, con la que trabajó para crear su único local –hasta la fecha– en España: Experimental Beach Ibiza, un rincón perfecto para ver la puesta de sol en Cap des Falcó. ¿Qué la lleva a elegir estos proyectos, dispares en concepto y ubicación? «Como somos un equipo pequeño, solo podemos llevar a cabo unos pocos proyectos al año. No estamos dispuestos a repetir nada, elegimos nuestros trabajos porque son novedosos, ideas emergentes, o porque vemos que nuestros clientes sienten pasión por ellos. Siempre se trata de aprender, profundizar, mejorar…».
Pese a su fama en aumento y a que su nombre se ha hecho un hueco entre los interioristas más demandados, Dorothée se muestra cercana. Responde sin dilación a los correos, siempre tiene una palabra amable. Dice que le gusta el trabajo de compañeros de profesión como Jaime Hayón o India Mahdavi. Frank Gehry es su arquitecto favorito, y admira a David Hockney. Pero no cree en las piezas (y firmas) estrella, considera que esa moda ya pasó y propone una vuelta a las raíces. «Mi idea al afrontar un espacio es que la decoración funciona cuando todos los elementos conviven. Cuando comienzan a formar parte de mi proyecto, dejan de existir como objetos individuales, desde el primer momento se convierten en parte de la historia que voy a contar, ¡así que no necesitamos estrellas!», justifica. Pero reitera su debilidad por una buena pieza vintage –«Siempre es un plus»– y por los espejos, presentes en todos sus locales. «¡Me encantan, son mágicos! Sobre todo los plateados biselados y los antiguos. Embellecen el espacio como ningún otro elemento y proporcionan una luz especial».
Algunos los encuentra en mercadillos y tiendas de segunda mano. Otros los diseña o encarga a los expertos que conoce alrededor del mundo. «Me gusta mucho trabajar con artesanos, porque ellos me permiten poder crear cualquier objeto que se me ocurra y producir series muy limitadas, exclusivas. Además, me encanta saber cómo se fabrican los objetos», argumenta, revelando su curiosidad de diseñadora industrial. Ese gusto por lo artesano se traduce en los detalles recurrentes en sus establecimientos. Para el Hotel Bachaumont creó vidrieras art déco, suelos con motivos gráficos blancos y negros, logos de neón. En el Hotel Paradis cada habitación es diferente y los estampados son los protagonistas: en el suelo, en las paredes, en los cabeceros, en el mobiliario… «Me chiflan los dibujos: un suelo pintado o de marquetería, una alfombra o las telas con dibujos me parecen una forma perfecta para jugar y combinar elementos gráficos. Aportan personalidad».
Para Dorothée ese factor, la personalidad propia y diferenciada de cada espacio, resulta fundamental. Siente que los locales y objetos tienen una voz propia e influyen en su usuario. «Creo que tienen un alma, lo esencial es que cuenten una historia y proporcionen emociones a las personas o, al menos, algo de placer. No se me ocurre nada mejor que un sofá cómodo con una mesa bonita y vintage, una pared pintada a mano ¡y un buen vaso de vino!», bromea. Se muestra entusiasmada ante un horizonte cargado de proyectos, con las cosas tan claras como cuando con 13 años descubrió a Raymond Loewy [uno de los diseñadores industriales más famosos del siglo XX, creador del logo de Lucky Strike] y decidió que, como él, quería ser la inventora de su propio universo: «Espacios fáciles de utilizar; piezas hechas a mano, atemporales. Quiero que mi estilo evolucione, pero siempre mantendré la mezcla de materiales, estilos y estampados como sello de identidad».