Coleccionistas, chequeras de la alta costura
Sofisticados sistemas de seguridad protegen sus vestidores, en los que descansan auténticos tesoros de las grandes firmas. Los diseñadores las adoran, ellas los sustentan.
Más mecenas que clientas, tienen asiento reservado en los desfiles de alta costura, aunque rara vez salen en fotos. Sus armarios contienen lo mejor de las grandes casas y lo disfrutan con cierto anonimato. Hasta que su estilismo llama la atención del paparazi.
Daphne Guinness –considerada como la mayor coleccionista de moda del planeta– acaparó los focos en el funeral de Alexander McQueen, cuando apareció de riguroso luto con unos zapatos armadillo y una capa abombada en homenaje al diseñador. La heredera del imperio de cervezas ya era conocida en e...
Más mecenas que clientas, tienen asiento reservado en los desfiles de alta costura, aunque rara vez salen en fotos. Sus armarios contienen lo mejor de las grandes casas y lo disfrutan con cierto anonimato. Hasta que su estilismo llama la atención del paparazi.
Daphne Guinness –considerada como la mayor coleccionista de moda del planeta– acaparó los focos en el funeral de Alexander McQueen, cuando apareció de riguroso luto con unos zapatos armadillo y una capa abombada en homenaje al diseñador. La heredera del imperio de cervezas ya era conocida en el círculo de la moda. Lagerfeld y Manolo Blahnik le guardan verdadera devoción, Comme Des Garçons le dedicó un perfume y MAC le ofreció crear su propia línea de maquillaje.
Ella no es la única mimada por las grandes firmas. Susan Casden, esposa de un rico empresario de EE UU, tuvo en 2007 el honor de que Hermès le pidiera diseñar un Birkin al que bautizaron con su nombre. Algo que no importó a su vecina en Beverly Hills Suzanne Saperstein, quien pide a los diseñadores que manden a su casa un boceto de cada modelo que adquiere en el que aparezca ella llevándolo.
De compras la acompaña Becca Cason Thrash, otro de los nombres esenciales en la agenda de los modistos. Las neoyorquinas Fabiola Beracasa y Tatiana Sorokko –quien reconoce inspirarse en Nan Kempner, cuya ropa se expuso en el Metropolitan tras su muerte en 2005– completan la ecuación del coleccionismo en EE UU.
El Este escala posiciones en el listado de fanáticas del diseño. Aleksandra Melnichenko, mujer del multimillonario Andrey Melnichenko, se casó con un vestido diseñado por Vera Wang, y en su último aniversario alternó modelos de Givenchy y Azzedine Alaïa. Una pequeña muestra de lo que guarda en un ropero al que accede con su huella dactilar. Más discreta, Dasha Zhukova, novia de Roman Abramovich, prefiere presumir de su colección de arte: nada que envidiar en calidad y abundancia, dicen, a las prendas de su armario.
Pese a todo, es en Oriente Medio donde los diseñadores han encontrado su mayor legión de seguidoras con dos figuras a la cabeza: Sheikha Mozah, esposa del emir de Catar, que en cada aparición pública honra la renta per cápita del estado más rico con chaneles y diores; y la francesa de origen libanés Mouna Ayoub, símbolo de la liberación de la mujer islámica y propietaria de una colección de más de 10.000 piezas que comenzó en los años 80.
En nuestro país, el afán por la alta costura tiene nombre propio, Eloísa Bercero, quien inició su colección hace 25 años. Esta madrileña, a la que Lagerfeld definió como la mujer más chic del planeta, fue la primera española en comprarse un Versace cuando aquí no se sabía de su existencia. Eloísa afirma sin rubor que prefiere gastarse el dinero en un Balmain que en un Picasso. Ellas lo saben: la moda es arte.