Christy Turlington: «Hay historias de riesgo de muerte en el parto que nunca nos cuentan»
Activista, creadora, modelo y madre. Christy Turlington fue la gran supermodelo de los noventa y el rostro de un perfume de Calvin Klein que fue un ‘zeitgeist’ más que una fragancia. Exactamente igual que ella. Icono atemporal, exploramos su trayectoria profesional y los secretos de una forma de estar en el mundo combativa y a la vez serena.
Voy a introducir con una anécdota personal este encuentro con la modelo estadounidense ...
Voy a introducir con una anécdota personal este encuentro con la modelo estadounidense Christy Turlington, una de las mujeres que en los años noventa revolucionó el estatus de las maniquíes en la sociedad y la historia de la moda. Igual que hay padres e hijos que se comunican a través del fútbol, o la pesca, yo he practicado durante años el deporte de intercambiar fotografías de Turlington con mi hija. Navegar obnubiladas por su belleza también respondía a una conexión particular: en 2010, la famosa modelo creó la organización Every Mother Counts, una iniciativa destinada a evitar la muerte de mujeres durante el parto en países en desarrollo. En la actualidad, más de 300.000 no sobreviven y el 98% de esos casos se pueden prevenir. Turlington fue la primera persona a la que escuché hablar en público de una experiencia traumática para todas las que lo hemos vivido: las complicaciones derivadas de una mala expulsión de la placenta durante el parto de su hija primogénita, Grace, nacida en 2004, le provocaron la pérdida de litros de sangre, una causa de mortalidad casi segura si no hay medios al alcance. Y si los hay, lo que queda es un posparto infernal del que se habla muy poco.
Linda Evangelista, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Turlington sellaron el poder de las supermodelos en 1991, cuando Gianni Versace cerró su desfile de otoño-invierno al ritmo del Freedom 90 de George Michael. Nunca antes un grupo de modelos había logrado situarse en lo más alto del relato de una década. Turlington dejó de desfilar muy pronto —“no me gustaba y no lo disfrutaba”, recuerda ella— para centrarse en editoriales de moda y publicidad. Ahora cumple 30 años como imagen de Eternity, la fragancia de Calvin Klein que tan bien representaba a la juventud de aquellos años que clausuraron el siglo XX. “Eternity es atemporal, que es lo mejor que puede decirse de casi cualquier cosa”, afirma sonriendo. Por entonces, Turlington ya era una mujer volcada a su lado espiritual, con su propia marca de artículos de yoga, práctica que inició con 18 años. Sentada en un sofá negro con el río Hudson de fondo, sonriente y muy simpática, al preguntarle en qué momento fue consciente del poder de su belleza, la modelo frunce el ceño y duda: “No sucedió de repente, al principio incluso te sorprende que vean algo en ti. Yo empecé a trabajar muy joven y se necesita tiempo para encontrar tu verdadera identidad y belleza”. La modelo, que en los noventa ingresó en la Universidad de Nueva York para estudiar religiones y filosofía comparada, se graduó por primera vez con 30 años. No poder estudiar fue un lastre durante sus años más intensos como modelo y ella dice que hasta que no lo consiguió no se sintió ella misma. “Diría que mi plenitud empezó a partir de los 30 años, cuando volví a estudiar. Había viajado alrededor del mundo y tenía experiencia, pero me faltaba estudiar. Por fortuna creo que siempre estamos evolucionando y con casi 54 años aún sigo en ese proceso”.
Su mirada a la década de los noventa no es nostálgica, aunque habla con orgullo de haber vivido un momento excepcional en la historia de la moda. “Yo no era tan consciente en ese momento, se necesita tiempo para mirar atrás y comprender el entusiasmo posterior con aquellos años. Fue un tiempo icónico para la moda y la música, pero nunca pienso en el pasado ni soy nostálgica. Vivo en el presente y si no me preguntan no pienso en ello. Aunque ahora que mi hija tiene 19 años y los noventa están de moda me sorprende. Pero bueno, todo son ciclos, en esa década estábamos obsesionados con los años setenta y siempre es igual. De todas formas, para mí el gran momento fue justo el final de los ochenta que es cuando yo empecé y todo me era nuevo”.
El rostro de Turlington fue elegido por el Met de Nueva York como molde para su conocido departamento de la historia de la moda —“pensé que era halagador, pero luego hicieron una versión de mi cara para hombre y para niño, y eso fue raro”, confiesa—, y ella se define como una mujer de gustos “clásicos” no demasiado interesada en los derroteros de las tendencias.
Relajada y dicharachera con todo el mundo, guapa sin ningún esfuerzo, desde sus rasgos ya maduros, Turlington evoca lo que a ella le resulta bello: “Encuentro belleza en la naturaleza, en el arte y también en lugares sorprendentes. Acabo de estar en Guatemala con mi organización y pasamos mucho tiempo con mujeres indígenas, que son las personas más hermosas que he visto nunca. Sus rostros, sus textiles… todo es precioso. Estuvimos en una ceremonia de iniciación y fue sobrecogedor. Me emociona conocer otras culturas”. Turlington ya solo es modelo ocasional. “Desde hace años la fundación es mi trabajo principal. Incluso volví a estudiar para graduarme en salud pública en Columbia”.
Las cifras de Every Mother Counts alcanzan los 24 millones de dólares (una cantidad equivalente en euros) invertidos en centros de educación y preparación para el parto. “Nuestra pelea es por el acceso a una atención maternal segura, equitativa y respetuosa”, explica Turlington. “Es increíble la cantidad de historias que hay sobre malas praxis en los partos o sobre riesgos de muerte que nadie nos había contado. Yo perdí mucha sangre, tuve la suerte de estar arropada y acompañada por buenos profesionales, y aunque me hicieron varias transfusiones no necesité ir al quirófano. Tuve suerte porque en ningún momento temí por mi vida, pero fue muy duro. Me había preparado a conciencia para aquel momento y no entendía nada. Todas las complicaciones del posparto cambiaron mi forma de ver la atención sanitaria que, en general, vivimos las mujeres. No paraba de darle vueltas, si corremos riesgo las que tenemos información y recursos, ¿qué sucede con las que no? Es admirable lo resistentes que somos, pero hay muchas cosas, muy simples, que se pueden hacer y no se hacen”. La modelo habla de la preparación de matronas de pequeñas comunidades indígenas y de cómo se pueden establecer puentes entre costumbres ancestrales y la medicina actual. “En occidente los partos se ven como algo puramente médico, pero hay un factor espiritual muy importante que se descuida, olvidando que el parto es una experiencia muy profunda y poderosa”.
Turlington está detrás de los documentales No woman no cry y Comadre, para National Geographic, este último sobre la mezcla de técnicas de alumbramiento tradicionales con otras más modernas practicadas por mujeres indígenas guatemaltecas. Pero además, le gustaría acabar otro sobre la gente que ha conocido a lo largo de su vida en Nueva York. “Empecé hace cinco años y trata sobre las personas que traté cuando vine a Nueva York a vivir en los ochenta. Artistas, escritores, gente interesante de la que aprendí mucho y a la que me gustaría recordar. Francesco Clemente, Alex Katz, Glenn O’Brien, Lucy Sante…”. Turlington conoció el Nueva York castigado por el sida (“muchos amigos murieron”, dice), la posterior explosión turística y la degradación que ha seguido a los años de pandemia. “Me encanta esta ciudad, incluso ahora que ha vuelto a tener problemas de delincuencia y que dicen que es peligrosa. Me encanta su energía. Me enamoró todo desde el principio. He vivido todos y cada uno de los diferentes Nueva York y he amado cada uno de ellos. Quizá por ingenuidad nunca me sentí en peligro. Y cuando vine por primera vez, como ahora, lo era. Pero a mí nunca me parece peligroso. Toco madera, pero nunca me ha pasado nada. Me gusta estar rodeada de personas diversas, me gusta la mezcla, caminar y ver el bullicio de la calle. No me gusta la idea de vivir encerrada detrás de una gran puerta y desconectarme del mundo. Quiero estar cerca de la humanidad. Y así me siento en Nueva York”. Casada desde hace casi 20 años con el actor Edward Burns, Turlington también demuestra un sentido común aplastante al hablar de la relación de pareja: “Con él puedo ser yo misma, me entiende y respeta. ¿Existe algo más atractivo?”.
Es fácil perderse entre las incontables imágenes de una mujer que ahora, desde la madurez y las arrugas, sigue desafiando a la cámara. Pero el Vogue americano de diciembre de 1989 para mí significó todo. Turlington aparecía fotografiada por tres hombres que fueron fundamentales en la construcción visual de finales del siglo XX: Peter Lindbergh, Steven Meisel e Irving Penn. Frente a sus objetivos ella encarnaba una nueva forma de pureza. Tres décadas después, en pleno siglo XXI, al verla marcharse rumbo a un concierto de su viejo amigo Bono, me doy cuenta de que ese misterio sigue intacto.
Estilismo: Juan Cebrián
Maquillaje: Mariko Arai (The Wall Group)
Peluquería: Edward Lamply (CLM)
Manicura: Lolly Koons (The Wall Group)
Técnico digital: Creigh Lyndon
Producción local: Heather Robbins
Asistentes de fotografía: Eric Bouthiller y Nick Grennon
Asistente de producción: Mary Goughnour
Asistente de estilismo: Magalí Zoanetti