Erotismo al poder
La belleza es rentable: los guapos ganan más, están mejor aceptados y se consideran más serviciales. Un libro británico incita a las mujeres a explotar su capital erótico en el trabajo. ¿Avance o retroceso?
En un lado de la balanza, nuestra capacitación profesional; en el otro, nuestro atractivo personal. Y la pregunta es: ¿qué tiene más peso a la hora de conseguir un trabajo? Así, a bote pronto, seguramente todos tenderíamos a anteponer la capacitación, pero, en una sociedad tan subyugada al poder de la belleza y el sexo no deberíamos subestimar la influencia de nuestro aspecto. No solo eso: según asegura la economista y socióloga británica Catherine Hakim, «hemos de ser plenamente conscientes de nuestro atractivo y tenemos todo el derecho del mundo a explotarlo».
En su libro ...
En un lado de la balanza, nuestra capacitación profesional; en el otro, nuestro atractivo personal. Y la pregunta es: ¿qué tiene más peso a la hora de conseguir un trabajo? Así, a bote pronto, seguramente todos tenderíamos a anteponer la capacitación, pero, en una sociedad tan subyugada al poder de la belleza y el sexo no deberíamos subestimar la influencia de nuestro aspecto. No solo eso: según asegura la economista y socióloga británica Catherine Hakim, «hemos de ser plenamente conscientes de nuestro atractivo y tenemos todo el derecho del mundo a explotarlo».
En su libro Honey Money, Hakim desarrolla una polémica teoría en torno a lo que denomina «capital erótico», un término que aúna los atractivos estéticos, físicos y sociales que se ejercen especialmente sobre personas del otro sexo. «No es solo una cuestión de belleza, sino que incluye sex-appeal, encanto y habilidades de autopresentación, como el maquillaje, el peinado y el vestuario». A su juicio, el capital erótico es un «activo personal» que juega un papel, igual que también lo hacen el capital económico –lo que tenemos–, el capital cultural –lo que sabemos– y el capital social –nuestras relaciones–. Según pronostica, «en el futuro será tan importante para el éxito en la vida como la educación y la experiencia laboral».
Lo provocador del discurso de Hakim no es que señale que el mundo laboral premia a los más atractivos; en realidad, esta forma de discriminación ha sido estudiada e, incluso, ya se ha acuñado un término, pulchronomics, para referirse a ese bonus por el que los guapos tienen mayores ventajas profesionales. Así, Daniel Hamermesh, economista de la Universidad de Texas, asegura en su libro Beauty Pays que «un trabajador atractivo ingresa a lo largo de su vida 230.000 dólares más que uno que no lo es». Y un estudio realizado por investigadores de la Universidad de California, y publicado en el Journal of Economic Psychology, concluye no solo que «los guapos ganan un 12% más de media que los feos», sino que reciben un trato mejor y se les considera más serviciales. «Es el efecto halo», señala la psicóloga Constanza González, quien explica que «a partir de una determinada cualidad, como puede ser una apariencia física agradable, tendemos a atribuir a esa persona otras cualidades positivas».
Pero, como decíamos, la polémica que ha suscitado el capital erótico de Hakim no es tanto porque diga a las claras que la belleza es rentable, sino porque, lejos de considerarlo discriminatorio, azuza –especialmente a las mujeres, de las que dice que son quienes más capital erótico poseen– a explotarla. «No es mala idea resituar a la mujer como un sujeto que activamente desea cultivar su cuerpo para tener más poder. El problema es si esa explotación del capital erótico no acabaría situando a las mujeres en la misma posición en la que estaban hace 50 años», señala Begonya Enguix, profesora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experta en Antropología de los géneros y del cuerpo.
Tampoco Asunción Bernárdez, profesora de Semiótica en la Universidad Complutense y directora del Máster en Estudios Feministas, se muestra muy convencida de las bondades de explotar el capital erótico femenino. «Existe, pero utilizarlo implica un doble vínculo: puede ser práctico en un momento dado, pero siempre vas a recibir un castigo por ello. Se te dirá que lo que tienes lo has conseguido por ser guapa o por exagerar tu feminidad, que es lo que en el fondo se entiende por belleza. Por eso, te pone como mujer en un lugar en el que, hagas lo que hagas, obras mal: si lo utilizas, malo, pues estás explotando tus armas de mujer y se te va a penalizar; si no lo utilizas, también mal, porque desaprovechas una parte de tu potencial».
Difícil papeleta, pues. Más todavía si tenemos en cuenta que, como señala María Sánchez, profesora del área de Imagen Personal del Posgrado Liderazgo Femenino de la Universitat Pompeu Fabra, «el erotismo debe reservarse para aquél con quien te vas a meter en la cama. Sacarlo en el trabajo y decirle al hombre “ven” para luego decirle que no, que lo que estamos haciendo es usar legítimamente nuestro capital erótico… es una bomba de relojería y nos puede hacer retroceder a las mujeres mucho del camino andado. Ello no significa que no podamos centrarnos en hacer un buen marketing personal, una gestión personal de éxito.
Conocer nuestras habilidades y nuestras carencias, ser conscientes de todo lo que estamos transmitiendo con nuestra imagen y cuidar los detalles para que no distraigan de lo que queremos decir». Algo que, en palabras de Eva Levy, head hunter y jefe de la División de Mujeres en Consejos de Administración y Alta Dirección de la empresa ExcellentSearch, «se resumiría en una idea: coherencia. Que tu discurso encaje con tu indumentaria, tus modales, tus movimientos… Las mujeres tenemos que hacer uso de todas las armas legítimas para tener éxito, y el atractivo personal es una de ellas. De lo que se trata es de traducir ese atractivo a una imagen que te haga sentir segura y que inspire agrado a los interlocutores, de forma que se sientan predispuestos a escucharte, y no distraídos por tu aspecto».
Levy piensa que incluso se debe invertir en ello: «Todo puede educarse. Si una tiene voz de pito o unas risotadas vulgares, ¿por qué no ir a un foniatra? También hay buenos asesores de belleza y personal shoppers…». Algo que defiende, precisamente, Hakim, quien no entiende que nadie se cuestione la rentabilidad de realizar estudios universitarios, aprender idiomas o cursar un máster y, en cambio, «no se tenga en cuenta la inversión en aumentar el atractivo personal».
Sin embargo, Bernárdez habla de que «las mujeres deberían educarse para ser conscientes de lo que se traen entre manos cuando se arreglan, porque eso tiene un significado social y hay que poder controlarlo de forma autónoma. No creo que poner en juego el capital erótico sea beneficioso a la larga, especialmente en el mundo de la empresa, competitivo y muy complejo».
Más lejos va Begonya Enguix cuando advierte que, dado que en nuestra sociedad se valora más el cultivo de la mente –asociado a lo masculino– que el del cuerpo, «incidir en el cuidado de este sitúa a las mujeres en una posición de subordinación. La explotación consciente de ese capital puede leerse como un modo de dar poder a las mujeres, pero les da poder encerradas en el rol tradicional que les ha sido adscrito»; y además no a todas: habrá que preguntar si el capital erótico lo tienen también las mujeres que no obedecen a los cánones estándar de belleza». Y hace una última precisión, esta vez en términos de clase: «Además, no vale cualquier maquillaje, ni cualquier vestido; por tanto, solo aquellas que conozcan los códigos culturales de construcción de lo bello y lo atractivo y tengan el suficiente poder adquisitivo para desarrollarlos serán capaces de explotar su capital erótico».