Thom Browne: «Los diseñadores deben ser conscientes de lo que pasa en el mundo»

Entre lo comercial y lo conceptual, el diseñador estadounidense ha actualizado la sastrería. Su éxito avala que lo clásico vende y emociona

Retrato de Browne tras su desfile masculino de febrero en la Escuela de Bellas Artes de París.Tung Walsh

A priori podría parecer predecible, aburrido e incluso perturbador. Pero para Thom Browne vestirse cada mañana con un traje sastre gris –en cualquiera de sus variaciones cromáticas– es una experiencia más catártica que opresora. «El mismo concepto de uniformidad resulta fascinante porque implica una forma de confianza más auténtica. La fuerza de un uniforme radica precisamente en su capacidad para centrar todo el interés en la individualidad de quien lo lleva», argumenta el diseñador estadounidense. Él no pasa desapercibido. Ni siquiera en su showroom parisino, rodeado de replica...

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A priori podría parecer predecible, aburrido e incluso perturbador. Pero para Thom Browne vestirse cada mañana con un traje sastre gris –en cualquiera de sus variaciones cromáticas– es una experiencia más catártica que opresora. «El mismo concepto de uniformidad resulta fascinante porque implica una forma de confianza más auténtica. La fuerza de un uniforme radica precisamente en su capacidad para centrar todo el interés en la individualidad de quien lo lleva», argumenta el diseñador estadounidense. Él no pasa desapercibido. Ni siquiera en su showroom parisino, rodeado de replicantes escrupulosamente entrenados en los valores de la marca. El huracán de informalidad que ha dejado en chándal a la mitad del circuito no ha alterado la estética impoluta de Browne. En una era en la que en los despachos y en las oficinas se ha instalado el business casual de Silicon Valley, la sastrería clásica puede convertirse en la alternativa más provocadora al conformismo. «Vivimos en un mundo en el que todo es cíclico. Pero yo jamás he sometido mi diseño a las tendencias. Así soy. Así empecé. Y esa es la razón por la que entré en este negocio. Porque quería un traje impecable. La excelencia siempre es relevante».

Detalle de su debut femenino de la línea de mujer en el calendario parisino. Thomas Goldblum

Cárdigans de rayas, camisas Oxford perfectamente abotonadas, abrigos de tweed, blazers entallados, faldas plisadas… El rigor casi militar de sus colecciones contrasta con la puesta en escena, donde Browne saca su vena más dramática y efectista. Quizá en el clima actual de inestabilidad e improvisación que vive la industria –sujeta a vaivenes constantes de calendario– algunos creativos cuestionan el sentido de montar un desfile. «Para mí es primordial –subraya–. Es mi forma de dotar de contenido a la colección. Me gusta lanzar ideas al público, entretener a los asistentes, invitarles a pensar, mostrarles otro punto de vista». Sobre la pasarela, nada es convencional. Sus desfiles son performances. Espectáculos artísticos y conceptuales. «Es la idea de ‘experiencia total’ a la que hace referencia el término alemán Gesamtkunstwerk», describe. «Se trata de orquestar un montaje más inclusivo, para provocar una reacción en el público en lugar de sencillamente mostrar un look detrás de otro. La colección es importante, pero la historia y la experiencia son también esenciales».

«El hilo conductor de esta primavera es el sueño de dos niñas». Una fantasía onírica con unicornios y sirenas, y la melodía de Part of Your World, de Jodi Benson, de la banda sonora de La sirenita. Una adaptación atípica del cuento de Disney que teje la tradición textil clásica norteamericana en tul francés. En ediciones anteriores hemos visto otras criaturas surrealistas: hombres-elefante, perros-disco, loros danzarines con trajes de plumas tan coloristas como las aves del paraíso que imaginó Alexander McQueen en 2008… Personajes inesperados que deambulan por la pasarela en coreografías estudiadas al milímetro. Escenografías memorables entre las que sigue destacando una: la que presentó en Florencia en 2009, con 40 modelos masculinos, vestidos con trajes idénticos, que simultáneamente se quitaban el abrigo, después la chaqueta y se sentaban en escritorios, también idénticos, para ponerse a escribir a máquina al unísono. Como en un fotograma de Mad Men.

Detalle del desfile de la colección primavera verano 2018 de Thom Browne.Julien Boudet

Para las personas ajenas a esta profesión, su nombre es relativamente desconocido en Europa. Sin embargo, ha transformado el modo de vestir de los hombres. Si a finales de los 70, Armani revolucionó la moda masculina con su chaqueta desestructurada; desde que fundó su marca, en 2001, Browne ha popularizado una silueta sastre más entallada y corta –«casi encogida» dicen los que todavía hoy se sorprenden al ver cómo las fotos de street style y los escaparates de las cadenas low cost se llenan de trajes reducidos y tobillos desnudos–. «Las proporciones han cambiado», resume. «Ellos siguen siendo más conservadores que ellas, pero ahora están más abiertos a experimentar y jugar con la silueta», analiza. «El siguiente paso es seguir creciendo». Su mirada está ahora puesta en la mujer, que ya representa una tercera parte de las ventas. En 2016 el fondo de capital privado Sandbridge Capital –que cuenta entre sus inversores con Tommy Hilfiger y con Domenico de Sole, presidente de Tom Ford y exresponsable de Gucci– tomó el control de la firma. Ese mismo año, la compañía nombró a Rodrigo Bazan (expresidente de Alexander Wang) director ejecutivo de Thom Browne.

Pese a su reputación de erudito, asegura ser más intuitivo que intelectual; y admite sin sonrojo que le interesa lo mundano. ¿Por qué no deberían él y su pareja [Andrew Bolton, comisario del Costume Institute de Nueva York] ver Keeping Up with the Kardashian? Al fin y al cabo, la autenticidad es uno de sus pilares; y ellas han sabido construir un negocio en torno a la marca Kardashian. «Es importante ser fiel ser uno mismo», insiste. «Tienes que ser auténtico, convertir tu trabajo en un reto personal y buscar nuevos puntos de vista».

Detalle del desfile de la colección primavera verano 2018 de Thom Browne.Julien Boudet

No teme enfrentarse a la página en blanco. Su estudio es casi una tabula rasa. Sin referentes ni muros de inspiración. «Todo está en mi cabeza». Nació en Allentown, Pensilvania, un estado inhóspito para la moda que en las pasadas elecciones hizo añicos el sueño demócrata. «Supongo que aquella educación ha marcado mi enfoque, más clásico», valora. «Crecí en un entorno conservador. De ahí mi lado riguroso, disciplinado e incluso cuadriculado. Mi familia era la típica familia americana [católica, irlandesa, de siete hijos]; y mis padres, los típicos profesionales, ambos abogados. Digamos que no había muchas opciones a mi alrededor, más allá de estudiar Derecho o Medicina», explica. Una descripción que suena al retrato (o diagnóstico) de la clase media estadounidense de los años 50 que hace Sloan Wilson en El hombre del traje gris (1955). Él estudió Económicas. «Mi vida empezó después, cuando me licencié en la universidad».

Pasó por Hollywood, donde, para hacer honor al gran tópico, intentó probar suerte como actor. No lo consiguió. «Era muy malo», admite. Resulta curioso que fuera en Los Ángeles, hábitat natural de jeans y camisetas, donde Browne descubriera su pasión por la sastrería, «a través de un amigo que se movía en el circuito vintage». ¿Por qué se fue a Nueva York? «Dudo que hubiera fundado mi propia marca si me hubiera quedado en California. Necesitaba centrarme, encontrar un trabajo y sabía que si quería volver a vivir en un mundo más estructurado, debía instalarme en la Gran Manzana», revela. Trabajó en el showroom de Giorgio Armani hasta que Ralph Lauren lo descubrió, vestido con uno de sus trajes, y lo fichó como diseñador para Club Monaco. Apenas tres años después de llegar a la costa este, y con una colección de solo cinco trajes hechos a su imagen y semejanza, Browne dio el paso y creó su propia etiqueta.

El unicornio de tul de la fantasía que imaginó Browne para la puesta en escena de la colección p-v 2018.Getty Images

La pasada temporada, como Altuzarra, Proenza Schouler o Rodarte, desplazó su desfile a París. «Llevo siete años presentando la colección de hombre en la capital francesa, era cuestión de tiempo que trasladara también el show de mujer», justifica. «Es un tema de afinidad –añade–. Mi enfoque se entiende mejor en Europa». ¿Por qué emigran los demás? Aquel éxodo incipiente es hoy una debacle que anuncia la muerte de la fashion week neoyorquina. «La moda estadounidense tenía una sensibilidad y una personalidad auténticas en los 60 y 70. Por el camino ha perdido algo que la hacía única y reconocible. ¿El qué? No lo sé. Las redes sociales han transformado todo el negocio, pero en Manhattan es más evidente». Lo que ha ganado es quizá un renovado ímpetu reivindicativo, que une fuerzas a movimientos como #MeToo o #TimesUp. «Hacer o no una declaración política es una opción personal. Pero creo que los diseñadores deben ser conscientes de lo que sucede en el mundo. Es vergonzoso que hayamos tenido que esperar hasta ahora para valorar a la mujer. Yo he crecido con referentes femeninos muy fuertes, tanto mi madre como mis hermanas. Es una buena noticia que por fin esté ocurriendo. Y te puedo asegurar que en Estados Unidos sí está pasando».

Propuesta de la línea Resort.Thomas Goldblum

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