Entre celebración y fin de fiesta: así será el verano más raro de nuestras vidas
El verano es un estado de ánimo que en 2020 se redefine para convertirse en un limbo donde lo único que importa es buscar el tiempo perdido y disfrutarlo con libertad. Un limbo que recreamos entre lienzos con la modelo española Blanca Padilla.
El verano es, sobre todo, expectativa y deseo, deseo de que se quede con nosotros un poquito más. Solo hasta cuando llegue otoño. O el invierno. Hasta que sea otra vez verano. Lo que pasa es siempre mejor que lo que podría haber pasado. Lo escribió Pablo d’Ors y hacía referencia, creo, a esa dimensión paralela en la que conviven las expectativas y proyecciones de todo aquello que simplemente no llegó a ocurrir. Lo llaman también «la nostalgia de lo que nunca sucedió» y aplíquese esto a potenciales parejas, idílicas vacaciones, libros que no leímos. Veranos.
A propósito ...
El verano es, sobre todo, expectativa y deseo, deseo de que se quede con nosotros un poquito más. Solo hasta cuando llegue otoño. O el invierno. Hasta que sea otra vez verano. Lo que pasa es siempre mejor que lo que podría haber pasado. Lo escribió Pablo d’Ors y hacía referencia, creo, a esa dimensión paralela en la que conviven las expectativas y proyecciones de todo aquello que simplemente no llegó a ocurrir. Lo llaman también «la nostalgia de lo que nunca sucedió» y aplíquese esto a potenciales parejas, idílicas vacaciones, libros que no leímos. Veranos.
A propósito de este poder de convocatoria que poseen las expectativas, leí una entrevista a Isabel Allende en la que la escritora inventaba sobre la marcha un concepto muy gráfico, el ‘síndrome del árbol de Navidad’. Imaginemos por un momento un abeto y esa ilusión casi infantil de decorarlo. Lo cubrimos de chirimbolos inútiles hasta que el abeto va encorvándose de tanta carga. Las ramas ceden y escuchamos cómo se hacen añicos contra el suelo los chirimbolos.
Lo cierto es que este año nos quedamos sin primavera. Nos la robaron. No supimos nada de ella en marzo, en abril, en mayo, encerrados en casa mientras buscábamos la vida a través de los balcones, evitando la pregunta por el futuro, que llegó, sobredimensionado y henchido, en forma de verano.
Un verano al que le colgamos el peor de los sambenitos: el de tener que estar a la altura de las expectativas de tres meses de ir almacenando bolas y espumillón para cuando llegara el abeto. ¿Y sí?, ¿Y podremos?, ¿Y las playas, los viajes, los abrazos y los besos? La libertad, así, en mayúsculas, pero también en condicional y con el miedo a rastras, y entonces fue julio y agosto. Fue verano. Más verano que nunca.
Sin embargo, cuando hizo su aparición nos quejamos de que no era lo que esperábamos. Como si hubiera una manera determinada de ser julio, agosto. Faltaban festivales de música, cerró ese restaurante encantador, el aforo eran 65 personas y al final no entramos, y «ni se te ocurra sin mascarilla, un momento que te tomo la temperatura». No nos acordábamos de dónde veníamos. Porque, aunque los expertos afirmen que los peces son los animales con peor memoria, el ser humano es un animal de naturaleza olvidadiza. Y de pronto, allá por julio, agosto, nos olvidamos de la primavera. Lo queríamos tal y como lo habíamos imaginado. Las olas, la brisa en el paseo, las frutas de la sangría, alguien que exclama el calor que tiene, el salitre en la piel hasta horas después, el pelo enmarañado y los granos de arena. Todo eso.
El verano contiene mucho de celebración, pero también de fin de fiesta, de anticipación de la nostalgia que sobreviene el domingo por la tarde, el recordatorio de que pronto llega el lunes y ese mes, septiembre, que aún marca para algunos, en herencia de los tiempos escolares, el inicio del curso. De manera que estos meses de tregua, en que finales e inicios se confunden, son momentos de balance, momentos para esto que sugiere Mary Oliver en un poema llamado justamente El día del verano, cuyos últimos versos dicen: «Dime, ¿qué debería haber hecho?/ ¿No es verdad que todo al final se muere, y / tan pronto?/ Dime, ¿qué planeas hacer con tu salvaje y preciosa vida?».
Nunca es buen momento para responder preguntas grandilocuentes. Por eso, ahora que sabemos que nos pueden robar una primavera, y que septiembre está a la vuelta de la esquina, hay que aprovecharlo así, tal y como viene. El verano a secas, sin adjetivos, sin colgarle demasiados chirimbolos que luego ya sabemos que al final nos quedamos sin abeto.
Laura Ferrero es escritora. Su última novela se titula
‘Qué vas a hacer con el resto de tu vida’ (Alfaguara).
Realización: Natalia Bengoechea. Modelo: Blanca Padilla (The Cool Models). Maquillaje: José Carlos González para Dior Make Up. Peluquería: Xavi García (Salón 44). Manicura: Nubia Janeth Soacha F. Diseño de set: Ilduara Vandall. Asistentes de fotografía: Enrique Escandell y Borja Llobregat. Atrezo: Alberto López Burgués. Agradecimientos: José María Ruiz Seda Natural. Don Ramón de la Cruz 39, 28001 Madrid.