El vestuario imposible de Tilda Swinton

Tilda Swinton protagoniza una particular pasarela en París, en la que exhibirá la monumental colección del Museo Galliera. Su director, Olivier Saillard, nos habla sobre el proyecto.

La moda de todos los tiempos, en los brazos de Tilda Swinton. Así suena el punto de partida de un particular proyecto, a medio camino entre el desfile de moda, la performance y el happening, que se desarrollará durante todo este fin de semana en París, bajo el título The Impossible Wardrobe (El vestuario imposible). Su cerebro en la sombra es el historiador de la moda Olivier Saillard, director desde hace dos años del Museo Galliera, centro público especializado en la historia textil con una colección de cerca de 70.000 piezas de valor incalculable. Algunas pueden ...

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La moda de todos los tiempos, en los brazos de Tilda Swinton. Así suena el punto de partida de un particular proyecto, a medio camino entre el desfile de moda, la performance y el happening, que se desarrollará durante todo este fin de semana en París, bajo el título The Impossible Wardrobe (El vestuario imposible). Su cerebro en la sombra es el historiador de la moda Olivier Saillard, director desde hace dos años del Museo Galliera, centro público especializado en la historia textil con una colección de cerca de 70.000 piezas de valor incalculable. Algunas pueden ser vistas regularmente en las exposiciones organizadas en su sede en la capital francesa, así como en su nueva extensión recientemente inaugurada sobre los muelles del Sena. Pero una aplastante mayoría reposaba hasta ahora en el silencio sepulcral del depósito del museo, lejos de la mirada pública.

Saillard propuso a la actriz escocesa seleccionar 60 piezas que exhibirá en tres desfiles únicos organizados hoy, mañana y el lunes en el Palais de Tokyo, museo abierto a lo más avanzado en creación contemporánea. Entre las prendas se encuentra un abrigo del armario personal de Elsa Schiaparelli, un vestido que lució Brigitte Bardot, una túnica que fue propiedad de Isadora Duncan, un corsé de Cléo de Mérode –la más famosa de las it-girls de la belle époque– y hasta un abrigo que perteneció a Napoleón. Supone el regreso de Swinton a la pasarela tras su experiencia con Viktor & Rolf en 2003, cuando los modistos holandeses la invitaron a protagonizar un desfile constituido por un ejército de clones de la actriz.

¿De dónde surge un proyecto tan inhabitual, señor Saillard?

El origen se encuentra en un tabú, en una prohibición. En los museos de moda resulta imposible organizar desfiles de las colecciones con modelos vivas. Lo prohíben todas las reglas de conservación, ya que estropearían un material preciado y muy frágil. Además, la forma de los cuerpos ha cambiado en las últimas décadas. Ponerse un vestido del siglo pasado es como llevar un disfraz, así que un desfile hubiera sido obsoleto y ridículo. Para esquivar todos estos problemas, se me ocurrió hacerlo con la ropa en los brazos de una personalidad fuerte.

¿Por qué escogió a Tilda Swinton?

Solo podía ser ella. Su rostro se adapta a todas las épocas históricas. Puede ser una mujer del siglo XVII o de la actualidad. A ratos parece mujer y otras veces, hombre. Tilda era la única actriz que podía interpretar todas las épocas recogidas en la colección del Museo Galliera. Si hubiera dicho que no le apetecía hacerlo, no habría habido proyecto.

¿No tenía ningún plan B?

Reconozco que se me pasó una idea por la cabeza que quizá le parecerá graciosa. Pensé en pedírselo a Rossy de Palma. Tiene un rostro de tal fuerza que también habría podido funcionar. En su imagen se encuentran tanto Velázquez como Picasso, así que también remite a épocas históricas distintas. Se le suelen adjudicar papeles cómicos, pero habría sido interesante darle un papel de una cierta gravedad. Porque esta performance se enmarca en la solemnidad y no en la ligereza.

La actriz muestra un vestido de Maggy Rouff (1942), confeccionado en lana y organdí, de la Colección Galliera. Lo hace con los mismos guantes que utilizará en su desfile.

Katerina Jebb, 2012

Su proyecto parece oponerse a la superficialidad que se asocia a los desfiles. Parece sostener que una pasarela también puede ser arte.

Hoy en día se hacen demasiados desfiles. Y lo peor es que casi todos son iguales. Cuesta distinguir uno en París de otro en Londres, uno en Milán de otro en Nueva York. Existen excepciones, como lo que hacen Nicolas Ghesquière o Comme Des Garçons. Pero el resto está exageradamente estandarizado. Esta performance, que en el fondo es un desfile deconstruido, abre la puerta a hacer que cada desfile sea una experiencia única. Por otra parte, soy partidario de utilizar a modelos retiradas, de más de 40 o 50 años, que abran la puerta a otras siluetas corporales y a otras formas de belleza. Alguien como Tilda nunca podría vestir los modelos que hacen los creadores de hoy, porque tiene un cuerpo gigante y particular.

¿Hubo reticencias por parte del museo a que alguien manoseara la colección?

Por supuesto, siempre hay reticencias cuando se hacen cosas rompedoras. Por eso quisimos hacerlo todo con mucho cuidado. Pedí a Tilda que aprendiera a manipular los vestidos como lo haría un conservador. Vino cuatro veces a París para conocer cómo funciona el proceso. En el desfile vestirá guantes blancos de algodón, como haría un profesional al tocar estos tejidos. Tilda estudió los gestos de los restauradores y se inventó otros más teatrales. Cuando entró por primera vez en el depósito donde guardamos los archivos, dijo algo que me pareció muy bonito: «Parece una morgue, pero en realidad es una guardería». Al entrar puede resultar tan aséptico como un hospital, aunque en realidad tratamos las piezas como si fueran bebés.

Como director del museo, ¿su misión consiste en resucitar a esos muertos?

Me inspiro en lo que hace el Victoria & Albert Museum de Londres, que cada viernes invita a una personalidad a interactuar de forma distinta con su colección. Mi función es reinventar el museo a diario, dinamizarlo como lo haría un coreógrafo. Proyectos como The Impossible Wardrobe intentan despertar a las bellas durmientes que fueron propietarias de los vestidos presentados. Y no todas fueron estrellas. Entre las piezas presentadas también existen algunas de personajes anónimos, como un par de medias, una camisa de noche del siglo XIX, una capa de automovilista en fieltro que puede recordar a la obra de Joseph Beuys o alguna de las piezas de la colección de ropa que Salvador Dalí hizo en los 60, bajo el anagrama Avida Dollars.

¿Cómo llega uno a dirigir un museo de la moda?

Hay dos maneras de hacerlo: a través de la pasión o la ambición. Yo siempre he sido más de la primera. Desde muy joven sentí un ardor por la moda, pero nunca me imaginé dirigiendo un museo. Aunque, ahora que me lo recuerda, me visualizo a mí mismo de pequeño y creo que ya sentía este instinto. Como tenía cuatro hermanas, tomaba prestadas sus piezas de ropa y las exponía en el desván de mis padres. Las tiraba por todas partes y luego dormía sobre ellas. Crecí en la región del Jura, en la frontera con Suiza, donde se registran cada año los récords de frío en territorio francés, entre -30 ºC y -40 ºC. La moda me protegió de la temperatura ambiente.

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