El sastre de los toreros
Antonio López, quien regenta la Sastrería Fermín, viste a los principales matadores de este país.
Sastrería de toreros», reza el cartel. Por la escalera del edificio 27 de la calle Aduana (junto a Montera, Madrid) han subido los espadas más grandes de este país. Y del mundo: Luis Miguel Dominguín, Antonio Bienvenida, Antoñete, Curro Romero, José Tomás, Morante de la Puebla… Los que las han pisado hoy, Joselito y Alejandro Talavante, pertenecen a esa élite.
En la primera planta los espera, con chaqueta de tweed y corbata de seda, Antonio López, quien dirige la sastrería Fermín y manda en una profesión en la que los sastres se pueden contar con los dedos de una mano. Él d...
Sastrería de toreros», reza el cartel. Por la escalera del edificio 27 de la calle Aduana (junto a Montera, Madrid) han subido los espadas más grandes de este país. Y del mundo: Luis Miguel Dominguín, Antonio Bienvenida, Antoñete, Curro Romero, José Tomás, Morante de la Puebla… Los que las han pisado hoy, Joselito y Alejandro Talavante, pertenecen a esa élite.
En la primera planta los espera, con chaqueta de tweed y corbata de seda, Antonio López, quien dirige la sastrería Fermín y manda en una profesión en la que los sastres se pueden contar con los dedos de una mano. Él diseña y cose los vestidos de luces de los mejores. «Esto no se aprende, se hereda. Mi madre era bordadora, mi hermano, quien da nombre a la casa, empezó a los 13 años, y a mí me dieron el pecho entre puntadas», nos cuenta.
Le enorgullece y le apena afirmar que el minucioso bordado que elaboran en la casa desde 1960 vive tiempos de extinción. «Solo lo mantiene el torero», puntualiza. Conservar su tradición antigua es la fe que le mueve: «Los «Dibujos, el trabajo manual… No hay libros ni esquemas. Todo el conocimiento se ha transmitido de boca a boca», explica.
Las chaquetillas, más pequeñas y cortas, y las taleguillas, afinadas para estilizar al torero, son dos de las aportaciones más importantes de la casa.
Pablo Zamora
Sobre las mesas, muletillas, alamares, piedras, hilos de oro y plata para los machos… Los cientos de adornos que acompañan cada uno de los 170 vestidos de luces que de media salen al año de este taller. Las 10 costureras que componen chalecos, taleguillas, camisas y medias tienen los dedos deformados de coser la espalda de las chaquetillas. Intentamos clavar la aguja, y Milagros Casado, quien lleva 16 años trabajando aquí y tiene en sus manos el traje verde esperanza que José Tomás estrena hoy en su vuelta a los ruedos en México, se ríe: «Todo depende de la destreza. Cada pieza es distinta. Es artesanía pura».
Treinta días por traje. Unos 4,800 gramos de peso. Casi 4.000 euros de precio. A Antonio le gusta buscar tejidos en tiendas antiguas de Madrid. «Antes solían ser de raso de seda. Pero la seda se oxida y se rompe si no está bien tratada. Ahora usamos mucho raso de algodón para que sean fuertes», explica el sastre. Las lentejuelas vienen de Barcelona. «Se usaban mucho en los vestidos de las mujeres en 1800. De ahí que la prenda se llame vestido de luces».
El purismo marca el sentido de la aguja y la tijera de Antonio: «Purismo en la tradición. En cuanto el mundo del toro vaya de moderno, dejamos de hablar del mundo del toro. Debe dar respeto, no risa». Por eso, él es fiel a los dibujos más antiguos: «Palmas, piñas, hojas, flores…».
Carolina Baras, una estudiante francesa de Arqueología del Traje que hace una tesis sobre el vestido de la tauromaquia, aprende a bordar en el taller.
Pablo Zamora
Si en el ruedo manda el toro, en la sastrería las reglas las pone él; y, aunque le gusta experimentar, no ha dudado en invitar a más de una figura a buscar otro sastre cuando le han exigido novedades que intentan saltárselas. «Esta casa es muy determinativa. Si un torero no te lleva por donde tú quieres, hay otras garitas para hacer guardia. Yo exijo siempre el mejor vestido. Así, si piden innovaciones que no considero apropiadas, dejamos de trabajar y tan amigos».
Pepe Luis Vázquez sostenía que el mayor reto para un torero era soportar la visión del vestido de luces sobre la silla antes de una corrida. «Es mi segunda piel», aclara Joselito. «Es con lo que te enfundas el miedo, el valor, las ilusiones… y los malos ratos. Soy muy tímido, pero cambiaba radicalmente cuando lo vestía. Me hacía sentir como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde». Lucirlo sobre la arena era el sueño de Talavante: «Desde chico representa la trascendencia de la profesión, tiene un significado casi religioso».
Capote de José Tomás.
Pablo Zamora
De ahí que vestirse sea un rito, un culto. «Yo empezaba dos horas antes. Y la liturgia era todo el tiempo la misma. Cada tarde, los 18 años que toreé», recuerda el espada madrileño. Las innovaciones no iban con él: «Llevaba siempre el mismo dibujo: el bordado original (palmas y flores). Y en tonos oscuros: azul marino, verde botella, vino tinto. Tan solo me hice uno distinto, como el primero que llevé: blanco y plata y con palmeras, para retirarme». Porque los colores, 48 en la gama de Fermín, son una de las manías o caprichos de muchos toreros: grana, nazareno, tabaco, verde botella… «Cualquiera menos el amarillo», dice Antonio. «Si es que hay tardes que llegas a pensar que un color hasta le puede sentar mal al toro», apunta Talavante.
En el probador no caben las anécdotas. La preferida del sastre: «¡Niñooooo!». Era lo que le gritaba Luis Miguel Dominguín cuando le hacía, siendo un crío, sus primeras pruebas. «Era inmenso… Cortaba la respiración». El trato con las figuras hoy no es el mismo. El respeto es más amigable. No ha cambiado la actitud de estos ante el significado y la liturgia de la prenda. Aunque la afición también dicta sus leyes. «Antes lo más importante era el toro. Hoy es el torero. Quizá por eso la expectación ante el vestido ha ganado importancia», dice Antonio. Los maestros conviven con el miedo sin temerle a la coquetería. «Es lógico. Si un torero no fuera presumido, no sería nada. Viven para un momento de gloria».
Algunos diestros piden (y pagan) dibujos exclusivos, como este que ha creado Antonio para José Tomás. Su nombre: J.T. Romambo. «Sus iniciales y Romambo, porque son rombos y mambo», bromea.
Pablo Zamora
Llegan unas cajas de hilos. Los de oro son para los matadores; los de plata, para los subalternos. El vestido de luces marca dignidad. Crea clase. Y en la alta costura de la tauromaquia, Joselito, que es de los grandes, se define mirando el preciosismo de un traje de Morante oro y azabache con un cuerno de origen mesopotámico bordado que el sevillano le regaló a su sastre una vez usado: «Es una joya. Yo no soy de tanta lentejuela, pero ¿un vestido hecho a máquina? ¡No me jodas, hombre! Eso es un demérito para un torero».