El poderoso ‘backstage’ de la alfombra roja

Las nuevas divas de Hollywood están detrás de los flashes. Hoy, las estilistas hacen que un vestido sea una decisión estratégica que posiciona a las actrices hacia el estrellato.

Hubo un tiempo en que lo mejor que podía hacer una actriz llegada a Hollywood era asegurarse el mejor agente. Y caerle en gracia a Harvey Weinstein. Esto sigue siendo importante, pero ahora, si busca máxima exposición en el mínimo tiempo, lo que de verdad necesita es un estilista. Hace 15 años esta profesión no existía (en su vertiente alfombra roja). Hoy, estos profesionales tienen agente y publicista, The Hollywood Reporter les dedica un número anual y publica un ranking y el ecosistema de la moda, incluida la alta costura, no ha tenido otra que aceptar su creciente papel...

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Hubo un tiempo en que lo mejor que podía hacer una actriz llegada a Hollywood era asegurarse el mejor agente. Y caerle en gracia a Harvey Weinstein. Esto sigue siendo importante, pero ahora, si busca máxima exposición en el mínimo tiempo, lo que de verdad necesita es un estilista. Hace 15 años esta profesión no existía (en su vertiente alfombra roja). Hoy, estos profesionales tienen agente y publicista, The Hollywood Reporter les dedica un número anual y publica un ranking y el ecosistema de la moda, incluida la alta costura, no ha tenido otra que aceptar su creciente papel. Como resume Anita Patrickson, la estilista de Emma Watson, entre otras, a S Moda: «Hay más reconocimiento pero también más presión. Internet lo cambió todo. Blogueros, lectores… cualquiera puede criticar un vestido de cualquier evento. ¡Es un negocio salvaje!».

Ahí está el Expediente Lupita, un caso de estudio para probar la importancia de un estilista. La actriz keniata de Doce años de esclavitud era una virtual desconocida hace tres meses. Hoy está por todas partes. Todavía es pronto para saber si su intensa campaña por los Oscar le traerá réditos fílmicos. De momento, no se ha anunciado su presencia en ningún proyecto importante, más allá de un filme que ya había rodado con Jaume Collet-Serra y Liam Neeson. Sin embargo, ya se ha marcado su primera campaña de moda importante, para Miu Miu, y ha protagonizado portadas para Glamour y Dazed. Esa transformación, de debutante a miembro de pleno derecho de la lista A, no se ha producido película a película, sino vestido a vestido.

Lupita, vestida de Ralph Lauren y con joyas de Fred Leighton, en los Globos de Oro.

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Primero estuvo el Prada de color marfil, con una inusual manga larga, que lució en la premier del Festival de Toronto. Después, un Roland Mouret azul eléctrico, seguido de un Christopher Kane en Londres –no es casualidad que escogiese un diseñador británico– y en Los Ángeles llevó un Miu Miu que ya apuntaba a su colaboración con la marca. Varios trajes florales y geométricos más tarde, y con la prensa de moda ya hiperventilando ante su nueva mejor amiga, llegó la culminación: el vestido rojo con capa de los Globos de Oro, considerado por muchos medios lo mejor de la noche. Suficientemente arriesgado (solo los superhéroes y seres dotados de extrema autoestima como Gwyneth Paltrow se atreven con las capas) pero a la vez clásico (era Ralph Lauren) y de un escarlata vibrante, anzuelo perfecto en cualquier galería de Internet. Todos esos looks los escogió Micaela Erlanger, conocida por vestir a Michelle Dockery, Lady Mary en Downton Abbey. Erlanger, cuyo perfil está subiendo en paralelo al de su clienta estrella, se resiste a contar qué tiene reservado para Nyong’o en los Oscar pero anticipa que esa noche llorará: «Cuando ves que tienes un vestido increíble en una mujer preciosa y talentosa, es un momento maravilloso. Nos abrazaremos, la ayudaré a entrar en el coche y rezaré para que el vestido no se arrugue».

Los ganadores son. Los «tonos pastel, líneas sencillas y glamour de los 70» que prevé la asesora de imagen no coinciden con los de Patrickson, quien vaticina «vestidos mullet, cortos por delante y largos por detrás, transparencias atenuadas, capas y probablemente aperturas». En cuanto a firmas, predice una fuerte presencia de Elie Saab, Giambattista Valli, Prabal Gurung, Oscar de la Renta, Dior y Givenchy.

Portman, de Dior, en el estreno de Thor en Londres.

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Lo decidirán entre ellas y la otra decena escasa de estilistas que mandan en la alfombra roja: Elizabeth Stewart, quien viste a Cate Blanchett, Sandra Bullock y Jessica Chastain; Erin Walsh, otra emergente, quien trabaja con Kerry Washington, Greta Gerwig y Kristen Wiig; Leslie Fremar, quien encabezó la lista de The Hollywood Reporter en 2013 por su colaboración con Julianne Moore, Charlize Theron, Scarlett Johansson y Reese Witherspoon; Cristina Ehrlich, quien ha vestido a Penélope Cruz, Amy Adams, Tina Fey y Allison Williams; y Petra Flannery, la estilista de Emma Stone, Claire Danes, Zoe Saldana y Mila Kunis.

El caso de Rachel Zoe, la primera y seguramente única estilista en hacerse famosa allá por 2007, cuando empezó a vestir a Lindsay Lohan, Nicole Richie y Paris Hilton, es paradigmático de lo que debe y no debe hacer una estilista en Hollywood. Se espera de ellas que se pongan en un segundo plano (Zoe, adicta a los focos, no supo hacerlo) y que tengan un estilo que no eclipse el de sus clientas. «A mí me gusta sacarlas de su zona de confort. Conseguir que se ilusionen por llevar algo diferente pero también que se sientan seguras. No tiene lógica vestirlas con algo que no les hace verse bien», resume Patrickson.

Jessica Chastain, de Armani Privé, en los Oscar de 2013.

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También deben guardar el equilibrio entre sus clientas más famosas –«Las mejores firmas te arrojan sus piezas. Es fácil cometer errores si te pasas de lista», dice– y las más desconocidas: «Hay que hacer que el agua parezca champán».

Otro reto es determinar cuánto cobran. A menudo no está claro si es la actriz o el estudio que está detrás de una película el que paga la factura. Una tarifa habitual es de 1.000 o 1.500 dólares por día, pero los estilistas estrella lo redondean en forma de publicidad (lanzando, por ejemplo, una línea de camisetas) o negociando ellos mismos un contrato de representación con una gran firma, de la que pueden llevarse un porcentaje.

Emma Watson, de Oscar de la Renta.

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Curiosamente, para los observadores de las alfombras rojas, los contratos de exclusividad no son siempre la mejor solución. Heather Cocks, 50% del dúo Fug Girls, autoras del blog Go Fug Yourself y articulistas del New York Magazine, cree que «el acuerdo de Jennifer Lawrence con Dior ha sido un desastre para ella. Solo recuerdo tres vestidos que me hayan gustado. La gente culpa a la firma, pero es muy probable que Jennifer no tenga el mejor gusto». Este año, las blogueras depositan sus esperanzas en Amy Adams, «quien ha empezado a trabajar con una nueva estilista, Penny Lowell, y se nota. Antes siempre iba igual y ahora se ha vuelto muy creativa. Creemos que llevará algo ajustado y con poco volumen». La experta también predice que Julia Roberts «estará horrible» y que Meryl Streep «aparecerá con el aspecto de alguien a quien todo esto ya le importa poquísimo, lo que seguramente es verdad».

Tanto ellas como los blogueros Tom & Lorenzo culpan en parte a los estilistas del relativo aburrimiento en el que se han convertido las alfombras rojas. «Nadie arriesga. ¡Y hablamos de un mundo en el que un estampado floral se considera un riesgo!», dicen. Las Fug Girls rematan: «Nunca volveremos a ver un tutú como el que llevó Lara Flynn Boyle a los Globos de Oro en los 90, pero por suerte quedan estrellas como Cate Blanchett con gustos vanguardistas y tanta confianza en sí mismas que sorprenden con sus elecciones, para bien y para mal».

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