El paradigma de las bragas de los millennials
O por qué si buscamos signos del salto generacional que estamos viviendo, los encontraremos en la industria de la ropa interior.
Ropa interior para la regla. Sin género. Así se presenta al mundo Pyramid Seven, una nueva firma queer de Chicago que diseña boxers para personas que menstrúan y que, o bien no se identifican con el género femenino, o bien no quieren ponerse unas clásicas bragas cuando les baja la regla. Ropa interior para hombres trans o de ‘género no conforme’ que siguen teniendo la menstruación cada mes y que huyen despavoridos ante la idea de te...
Ropa interior para la regla. Sin género. Así se presenta al mundo Pyramid Seven, una nueva firma queer de Chicago que diseña boxers para personas que menstrúan y que, o bien no se identifican con el género femenino, o bien no quieren ponerse unas clásicas bragas cuando les baja la regla. Ropa interior para hombres trans o de ‘género no conforme’ que siguen teniendo la menstruación cada mes y que huyen despavoridos ante la idea de tener que vestir ropa interior ‘femenina’. Los boxers de Pyramed Seven tienen algo que ningún otro modelo tiene: un doble forro apto para compresas con alas o para poner un salvaslip si la persona usa tampón o copa menstrual. Parece una solución simplista, pero su comercialización dignifica el día a día de una comunidad que rechaza tener que pasar por el aro ‘de lo femenino’ una vez al mes, minando su identidad si se ve obligado a hacerlo. Los boxers de esta marca se han convertido en todo un fenómeno: tras el altavoz mediático de publicaciones como Bitch, Mashable o el Huffington Post, todos los modelos están agotados en la web a la espera de una nueva remesa.
La revolución de las bragas de los millennials no sólo se percibe en boxers para la regla, también llega con el desembarco de Les Girls Les Boys, la nueva firma sin género de Serena Rees, la creadora de Agent Provocateur. Rees, que vendió la marca hace una década, revolucionó el universo de la lencería femenina a mediados de los 90 y consiguió colocar en las principales avenidas comerciales del planeta boutiques de una firma que convertía a sus compradoras en elegantes dominatrix a lo Kiki de Montparnasse. Ella sofisticó la lencería a lo BDSM y convirtió en comercial (y de lujo) la ropa interior que cruzaba límites respecto a la sexualidad femenina.
Adaptada a la nueva esfera comercial, y asumiendo que la narrativa ha cambiado exponencialmente, Rees ataca ahora al público joven, con un catálogo que mezcla sudaderas, bodys de algodón sin encaje y bralettes. No busquen a chicas con aspecto de escort de lujo. Eso ya no se lleva. «Lo que hicimos en los 90, la idea de empoderar a las mujeres, celebrar su sexualidad de una manera más abierta de lo que se había visto antes, era justo lo que necesitaba esa década», ha contado al New York Times. «Ahora siento que se ha ido demasiado lejos. Lo sexy se ha cosificado. Quiero que Les Girls Les Boys sea una celebración. La idea es que todos los cuerpos y tipo de género sean bienvenidos».
Sus hijos e hijastros tienen la culpa de este cambio de rumbo (Rees es la ex nuera de Vivienne Westwood). «Los chicos que viven en mi casa, o los amigos que vienen, tienen una visión muy distina de cómo vestir, cómo comportarse o cómo relacionarse con amigos y amantes, así como la actitud hacia su sexualidad. El mercado no les entiende. Victoria’s Secret y Agent Provocateur tampoco«, lamenta.
Estas dos nuevas firmas simbolizan el pronunciado salto generacional que está viviendo la industria de la ropa interior. La transformación de este negocio esconde un abanico más amplio de connotaciones que el de la ropa de calle, que hace años ya inició el camino hacia el agender, cambio que también se vislumbra ya en la moda infantil. En la última década, la liberación del push up y la nueva concepción de la lencería ha pasado por travestir el concepto de sensualidad y devolvérselo a sus protagonistas sin cosificarlas.
Hace poco más de 20 años, el Mírame a los ojos del Wonderbra y aquellas marquesinas con la exuberante delantera de Eva Herzigová y su «¡Hola chicos!» paraban el tráfico y definían a toda una generación. La ‘mirada masculina’ marcaba el tono del marketing de sujetadores y bragas. Lo que se apodó como ‘democratización del escote’ pasaba por una metamorfosis poblacional en una especie de ejército de mujeres-mamachicho, ansiando a toda costa esa glorificada 95 de pecho, ya fuese con el sujetador en ciernes o con el boom que experimentó la cirugía plástica. Victoria’s Secret, una firma creada a mediados de los 70 por un marido que quería que los hombres pudiesen comprar sin temor lencería a sus mujeres, definió durante mucho tiempo el paradigma de una industria basada en complacer al que mira y no al que viste. Poco queda de aquello.
De Eva Herzigová buscando la atención masculina con su delantera hemos pasado a ver a Lena Dunham y a Jemima Kirke (Girls), representantes de una nueva generación empoderada y política, posando de lo más naturales, y sin retocar, en un cuarto de baño al uso con las bragas y sujetadores de Lonely, una firma que quiere captar la atención de compradoras, y no hombres.
La ruptura con ese imaginario erótico-masculino del pasado ha pasado por una fase que busca la funcionalidad por encima de todo y no sexualizar a sus modelos. Ejemplos notables han sido las campañas sin photoshop de Aerie o las de la francesa Baserange, que busca inspirar a otras mujeres con féminas que destacan por lo que hacen y no por su cuerpo. Acne Studios también puso su granito de arena cuando en 2014 instauró el normcore de la ropa interior.
Suya es (parte de) la culpa de que de que se hayan prodigado multitud de marcas con las denominadas ‘bragas de abuela’: Pansy, Me and You o Thinx han capitalizado la atención de los medios y compradoras, marcando nuevas narrativas de marketing politizado que enfatizan el activismo feminista o la sororidad. El encumbramiento de la braga de abuela ya lo vaticinó la organizadora del salón de lencería de París, Cécile Vivier-Guerin, en 2012: «el tanga tuvo sus momentos de gloria en los años 90, durante el movimiento erótico-chic, pero esta tendencia ha cambiado con la vuelta al confort y el bienestar».
Su estética, a medio camino entre el minimalismo y la retronostalgia, es abrazada por artistas como Solange Knowles o Saint Vincent y su patronaje ha evolucionado, conjugando comodidad y sensualidad, gracias a firmas con el desembarco de Negative Underwear, Third Love o Love Stories.
Las ventas han respondido a las predicciones y a este nuevo universo inspiracional. Las más jóvenes han desterrado los tangas y han optado por volver a la comodidad. En EEUU ya se venden más bragas de tiro alto que tangas, que han caído un 26%.
Sin género, sin mirada masculina, abrazando a las curvas y con una filosofía que mezcle confort y sensualidad. Si la mujer que puso de moda las pezoneras de lujo hace dos décadas reniega de ellas y apuesta por calzoncillos para chicas será por algo. Puede que la respuesta a qué pasó con el género en la década del 2010 esté, ni más ni menos, en las bragas que vistieron los millennials.