El invierno de la manta

Ahora que es reivindicada por lo más fashion del planeta moda, en España se mantienen telares y técnicas artesanales que incluyen el diseño. El resultado es un éxito inesperado.

Photo: Santiago Epstein / Post:

«Es un asunto de orgullo», dice Rocío Muñoz, dueña de la tienda Real Fábrica Española. «Y también una cuestión de que hoy volvemos a ser conscientes de la importancia de comprar piezas locales. Las crisis suelen ayudar a que recuperemos conciencia de todo lo bueno que tenemos cerca, y además en España hacemos cosas bellísimas», continúa Muñoz, quien ha visto crecer un 30% este año las ventas de mantas en su tienda con denominación de origen.

Esta prenda se ha convertido en una de las acciones más cotizadas en el mundo de la artesanía. Así da cuenta Ezcaray, una fábrica fundada en 19...

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«Es un asunto de orgullo», dice Rocío Muñoz, dueña de la tienda Real Fábrica Española. «Y también una cuestión de que hoy volvemos a ser conscientes de la importancia de comprar piezas locales. Las crisis suelen ayudar a que recuperemos conciencia de todo lo bueno que tenemos cerca, y además en España hacemos cosas bellísimas», continúa Muñoz, quien ha visto crecer un 30% este año las ventas de mantas en su tienda con denominación de origen.

Esta prenda se ha convertido en una de las acciones más cotizadas en el mundo de la artesanía. Así da cuenta Ezcaray, una fábrica fundada en 1930, que cada temporada produce 30.000 de estas piezas. Desde su sede, en el pueblo de La Rioja que le da nombre, entregan diseños «a la familia real o a firmas como Loewe. Además de servir pedidos para EE UU, Sudamérica, Australia o Japón», nos cuenta Laura Ortiz de Elguea, del departamento de Exportaciones.

El accesorio estrella que propone Sacai.

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Las mantas, antes de que aparecieran como accesorio estrella en las pasarelas para este otoño-invierno 2014/2015, «ya habían comenzado a incrementar sus ventas, sobre todo desde 2012», explica Laurentino de Cabo Cordero, uno de los últimos tejedores de Astorga y «también del país», enfatiza. Él solo dirige un taller que confecciona cada invierno 500 mantas, además de otros accesorios. Ahora disfruta al ver sus piezas desfilar por la calle. «La gente las usa como lo hacían los pastores desde el siglo XIX. Cubriéndose la cabeza y el tronco». Le sorprende ver comprar ponchos a los adictos a las tendencias. «Fue precisamente una de esas prendas la que me hizo dedicarme a esto. Recuerdo que yo no quería trabajar en el telar, pero mi padre insistía. Cuando ví La muerte tenía un precio (Sergio Leone, 1965), con 16 años, decidí hacerme uno como el que llevaba Clint Eastwood. Así me enamoré de todas las posibilidades que tiene la lana».

Su oficio es la herencia que le dejaron unos antepasados que se remontan al siglo XVIII. «En  el censo de 1752 había 151 maestros tejedores en la provincia, según el Catastro del Marqués de la Ensenada. Y ahí ya aparece Juan de Cabo, el primer fabricante de la familia. De todas las que existían, hace 30 años apenas quedaban 34 fábricas que se encargaban de aprovisionar al Ejército, a las prisiones o a la Marina. Ahora solo trabajamos tres, y en talleres pequeños», explica.

La firma Røros Tweed solicitó a Arne & Carlos que colaborasen en la creación de unas mantas que sedujeran a un público joven (130 euros).

Erik Five Gunnerud

Laurentino considera que dentro de unas décadas la labor de su gremio aparecerá destacada en los museos dedicados a la artesanía. «Los que producimos a la antigua usanza ya estamos en la sesentena y ningún joven ha querido aprender sus técnicas. Nosotros no solo tejemos, hacemos todo el proceso, desde la esquila a crear el hilo o empaquetar», explica. Una de las piezas que se podrán exponer serán sus sayales. «Soy el único en Europa, y tal vez en el mundo, que los hace. Es un tejido muy abatanado que utilizaban los romanos en sus capas. Al ser tan grueso, por él no pasa el agua o el viento. Ahora solo se utiliza en los Picos de Europa para hacer escarpines».

Ceremonia de apertura. La previsión de Laurentino de que esta artesanía se mostrará en galerías es una realidad fuera de nuestras fronteras. La artista australiana Jacqueline Fink, conocida por el nombre de su firma, Little Dandelion, es la demostración. Su obra es exhibida en The School de Megan Morton (Sidney). «Yo, en lugar de utilizar agujas para tejer, uso tubos de PVC para lograr un punto gigantesco. El resultado son piezas imperfectas de gran escala. Ahí está su atractivo, en poder ver las fibras naturales que utilizo», comenta sobre sus diseños, que se cotizan a 1.449 euros y produce bajo pedido.

Pieza de la colección otoño invierno 2014-2015 de Delpozo.

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En su caso, el éxito reside, como Fink explica, «en las texturas, tan ricas y lujosas. En la capacidad que, para mí, tienen de transmitir cierta alegría. También en que sus dimensiones se adaptan a nuestro cuerpo, haciendo que parezca que menguamos incluso, y en cómo hacen que nos sintamos protegidos, de alguna manera. Además, mis compradores entienden el reto que supone crearlas».

La estilista de Vogue Living Australia, Travel Leisure o Sunday Telegraph, Lara Hutton, quedó fascinada por sus diseños y decidió implicarse en su proyecto. «Le ayudé a crear una colección para editoriales, Sea Art. En la que trabajamos durante 15 meses. Con ella demostramos las posibilidades, tanto en decoración como en moda, de este textil de apariencia ruda, pero agradable y versátil al incorporarlo como indumentaria», comenta.

En nuestro país tenemos unas exponentes de la técnica del punto XXL: las Kitting Noodles. Esta firma crea mantas de merino con agujas de 30 mm de grosor. Ellas confirman la tendencia: «Aquí esta artesanía no es valorada por todos. Afortunadamente el interés está creciendo y con él nuestras ventas», comentan sus fundadoras, Cristina y Mar González. «Aunque el resultado es muy contemporáneo el proceso no puede ser más artesanal. Preparamos la lana y tejemos a mano. Una persona comienza y acaba la prenda. A cada una se le dedican 15 horas como mínimo». El coste de sus creaciones oscila de los 55 euros, por una funda de iPad, hasta los 470 euros, por una manta de dos metros por dos metros.

Vestido de Tommy Hilfiger.

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Algo viejo, algo nuevo. Un lifting de diseño ha sido la clave para la supervivencia de muchos de estos talleres y fábricas. Un ejemplo son las islandesas Brynhildur Pálsdóttir, Guðfinna Mjöll Magnúsdóttir y Þuríður Sigurþórsdóttir, que componen el equipo de Vík Prjónsdottír. «Alrededor de la década de 1990, la industria de la lana en Islandia fue floreciendo y abrieron fábricas por todo el país. Sin embargo, las importaciones comenzaron a dominar la producción local. En 2005 solo quedaban tres fábricas de lana que, afortunadamente, siguen en funcionamiento. En este ambiente creamos nuestra firma, como impulso para que este comercio no desapareciese». Gracias a sus piezas inspiradas en las alas de las aves (su próxima colección se presentará en marzo en la feria Design March, en Reykiavik) sobreviven factorías como Glófi Ehf, «la más antigua de Islandia», dicen con orgullo.

Para rejuvenecerse, la noruega Røros Tweed (proveedora de La Casa Blanca, el palacio imperial de Japón o Christian Dior) se ha apoyado en creadores de su país como Inga Sempè, Elle Melle, Arne y Carlos –a quienes el Nordict Museum define como las estrellas del rock del mundo del knitting– o Linne y Jason. «Con los últimos hemos desarrollado el Toncho (que se puede usar como plaid o como poncho) y que únicamente está disponible en el hotel The Thief», explica Erling Digernes, director de marketing de la firma.

Y en defensa de la historia, las uruguayas Mercedes Aroena y Lucía Benítez, con la ayuda de las artesanas de su país, confeccionaron mantas en color crudo que utilizaron para crear su primera colección, Dominga. Con esta línea –que homenajea la ropa de abrigo del gaucho «como son el poncho, la ruana y la chirpá»– fueron premiadas en noviembre de 2013 en el concurso internacional de diseño Mittelmoda en Milán. «Ahora la estamos produciendo por encargo y la vendemos en todo el mundo a través de la boutique notjustalabel.com». Una edición de seis diseños –en los que invirtieron más de 150 horas, en cada uno– que «utilizamos para defender una tradición que no se debe perder».