El influyente estilo de Michelle Obama cumple 50 años
La primera dama estadounidense cumple 50 años convertida en el mejor activo de la Casa Blanca. Una mujer que ha sabido utilizar la industria de la moda para moldear su perfil y destacar frente a sus predecesoras.
El domingo 16 de agosto de 2009 el Air Force One aterrizaba en Tusayan, Arizona. A bordo, los Obama se preparaban para pasar unos días de vacaciones en el Gran Cañón. Y así se vio cuando Michelle Obama descendió la escalerilla del avión, junto a su hija Malia, protegida con unas gafas de sol y vestida con una camiseta blanca, una camisa de cuadros verdes y unos pantalones cortos grises. No sabía entonces aún la primera dama que aquella escena desenfadada, aquel momento de relax con su familia tras siete meses instalada en la Casa Blanca, iba a convertirse en una de sus apariciones más critic...
El domingo 16 de agosto de 2009 el Air Force One aterrizaba en Tusayan, Arizona. A bordo, los Obama se preparaban para pasar unos días de vacaciones en el Gran Cañón. Y así se vio cuando Michelle Obama descendió la escalerilla del avión, junto a su hija Malia, protegida con unas gafas de sol y vestida con una camiseta blanca, una camisa de cuadros verdes y unos pantalones cortos grises. No sabía entonces aún la primera dama que aquella escena desenfadada, aquel momento de relax con su familia tras siete meses instalada en la Casa Blanca, iba a convertirse en una de sus apariciones más criticadas.
Era la primera vez que una primera dama de Estados Unidos descendía del Air Force One luciendo unos shorts. Y muchos medios de comunicación, analistas y ciudadanos la criticaron ferozmente por ello. Hoy, aquel look es todavía para ella uno de los momentos de los que más se «arrepiente» desde que Barack Obama fuera elegido presidente en 2008. Su peor elección de estilismo, como confesó recientemente en una entrevista esta mujer que asegura estar «siempre satisfecha» con la ropa que viste. «Algunas veces me olvido de que soy la primera dama y ando por ahí en pantalones cortos», bromeó. «Pero aquel día pensé, ¿y qué?, estamos de vacaciones». Escogió ese momento, sin embargo, consciente de que no era el único modelo que ha generado polémica en estos cinco años.
En la elección de Obama, la familia ya hizo gala de su estilo. Michelle vestía de Narciso Rodríguez.
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En enero de 2011 fue criticada por el Consejo de Diseñadores de Moda de América (CFDA, según sus siglas en inglés) por lucir un vestido rojo de Alexander McQueen para una recepción en la Casa Blanca con el presidente de China, Hu Jintao. El consejo, presidido por Diane von Furstenberg, emitió entonces un comunicado en el que los diseñadores norteamericanos decían sentirse «sorprendidos y un poco decepcionados al no estar representados en esta cena de Estado». Y en el verano de 2012, antes de los Juegos Olímpicos de Londres, lució una chaqueta con bordados plateados de J. Mendel que costaba, como enseguida se publicó, 6.800 dólares (5.000 euros) y que le supuso también reproches por vestir una prenda cuyo precio casi duplicaba el salario medio mensual de las familias del país.
A pesar de aquellas críticas, el pasado 15 de diciembre, durante un concierto de Navidad en Washington, Michelle Obama volvió a ponerse la misma prenda. «La primera dama no viste para encajar, sino para destacar», ensalza a S Moda la especialista en moda de Time, Kate Betts, que ha publicado el libroEveryday Icon: Michelle Obama and the Power of Style. «Tradicionalmente, las primeras damas adoptaban el uniforme de esposa política y se vestían para encajar en el código de Washington. Pero Michelle optó por el enfoque opuesto y se viste para destacar», afirma. Consciente de que cada uno de sus estilismos será analizado y comentado, Michelle Obama ha escogido la industria de la moda, como confirman los especialistas consultados, como una herramienta para expresarse. «A través de la ropa comunica poder e individualidad. No le asusta ser ella misma y vestir aquello que le gusta. Y ese es un mensaje muy fuerte, sobre todo para las mujeres jóvenes», remata Betts.
Jason Wu la ha vestido de largo en los dos bailes inaugurales.
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A punto de cumplir los 50 años (nació el 17 de enero de 1964 en Chicago), Michelle Obama y la Casa Blanca, con las imágenes oficiales que distribuye, «han construido», como lo analiza para esta revista Carrie Budoff, periodista en la residencia presidencial de Politico, la imagen de una primera dama «muy glamurosa» y la de una mujer «muy cómoda en su piel». De ahí que Obama sea ya, para el 47% de los norteamericanos, la mujer de un presidente mejor vestida de la historia, según una encuesta de Harris Poll de la pasada primavera. Y está considerada por sus compatriotas, según un sondeo de Gallup, como una de las mujeres más admiradas del mundo, junto a Hillary Clinton y la presentadora Oprah Winfrey.
Durante la primera campaña presidencial de Obama, en la que participó activamente dejando incluso su puesto en la Universidad de Chicago tras haber trabajado ininterrumpidamente desde que se licenció en Derecho en Harvard, Michelle Obama solo tenía una aceptación del 50% entre los norteamericanos. Los asesores del entonces senador y futuro presidente decidieron que debían «suavizarla» y mostrarla «más cálida», como desveló el diario The New York Times. Y funcionó. Tras la elección de Obama, su popularidad subió al 68%, solo un punto por debajo de la de su marido. Pero desde entonces se ha mantenido en ese nivel, muy por encima siempre de la del presidente, estancada ahora en un 41%.
En una recepción al presidente chino recibió reproches por llevar un Alexander McQueen en lugar de un creador americano.
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Los consejeros del presidente, cuenta a S Moda Krissah Thompson, que cubre la información de la primera dama para The Washington Post, suelen llamarla «la cercana» y el «arma secreta» de Obama, por su capacidad para atraer a la gente hacia su marido e incluso por el buen reclamo que suponía para recaudar fondos para la campaña electoral. «Siempre se ha debatido hasta qué punto importa la esposa del presidente. Pero está claro que Michelle es un activo. No tiene voz en el debate político, pero si a la gente le gusta la familia Obama, eso ayuda a que le guste también el presidente», explica la periodista.
Hoy, además, cuando Barack Obama atraviesa uno de sus peores momentos de aceptación y son continuas las críticas en la prensa por los casos de espionaje y la supuesta falta de transparencia, Michelle es, como la define Budoff, «la mejor embajadora de la marca. Sus apariciones ayudan al presidente porque permiten personalizarlo». De ahí que sea ya habitual verla en situaciones poco frecuentes para una primera dama: desde entrevistas televisadas, entregando un Oscar por videoconferencia (como el año pasado), posando en revistas (la primera que ha aparecido dos veces en la portada de Vogue, tras el debut de Hillary Clinton en 1998) o alimentando su cuenta de Instagram con escogidas imágenes en las que se la ve con la familia, con sus perros, entregando regalos a niños o en escenas típicamente americanas como la celebración de Halloween, con calabazas incluidas.
La chaqueta de Mendel fue criticada por su precio: 6.800 dólares.
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Michelle Obama ha sabido también mantener el equilibrio necesario en su posición, alejándose de los temas políticos más controvertidos. «Llegó a la Casa Blanca diciendo que sería mom-in-chief de su familia [un juego de palabras con el cargo de commander in chief del presidente], pero ha expandido ese rol para centrarse en los niños americanos y no solo en sus hijas», explica Thompson. Michelle se ha centrado de esta manera, hasta ahora, en tres campañas. La primera, bajo el lema Let’s Move, contra la obesidad infantil y para fomentar una alimentación saludable (de ahí el huerto en la Casa Blanca). La segunda, Joining Forces, de apoyo a las familias de los veteranos de guerra. Y la tercera, recién estrenada este otoño, para promover en los institutos con estudiantes de rentas desfavorecidas el acceso a una educación superior. «Ha logrado que haya una concienciación nacional sobre la importancia que tienen los alimentos que comemos», destaca a esta revista el historiador Carl Anthony, especialista de la Biblioteca Nacional de las Primeras Damas, cuando se le pide que prevea cómo figurará Michelle Obama en los libros de historia.
Y todo sabiéndose escrutada por los medios y analizada, la mayoría de las veces, por encima de su mensaje, por el estilismo escogido. «También pasó así con Jacqueline Kennedy. De la misma manera que el trabajo de Pat Nixon quedaba en segundo plano y la prensa solo se interesaba por ver el impacto emocional que tenía para ella el caso Watergate. O para Hillary Clinton los escándalos de su marido. Hay un sexismo latente que antepone las cuestiones de estilo y emocionales cuando se trata de analizar a estas mujeres», se lamenta Anthony.
Ha confesado en público que este es el estilismo del que más se arrepiente.
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Michelle Obama, sin embargo, ha aceptado la reglas del juego. Ha aprendido a jugar. Y a ganar. A comunicar con la moda. Desde el conjunto amarillo de Isabel Toledo, cuya carrera relanzó luciendo sus modelos, o el vestido blanco de Jason Wu que llevó en la jornada del Inauguration Day de enero de 2009, cuando Barack Obama llegó oficialmente a la Casa Blanca, hasta el vestido de cuadros de 69 dólares de Asos que viste en la fotografía del abrazo con Obama, que este tuiteó el 6 de noviembre de 2012 y que se convirtió en un éxito sin precedentes de mensaje viral en las redes sociales.
Con la excepción de la polémica por el traje del británico Alexander McQueen, la industria de la moda americana le ha agradecido los servicios prestados involucrándose por primera vez en una campaña presidencial. En 2012 una veintena de diseñadores, entre ellos Marc Jacobs, Tory Burch o Alexander Wang crearon una línea de camisetas, bolsos y accesorios con la que recaudaron 40 millones de dólares (30 millones de euros) para la campaña de Obama. Porque estos también ganan con Michelle, convertida ya en un icono de estilo y presencia habitual en las listas de mujeres mejor vestidas desde que apareciera por primera vez en la de Vanity Fair, en 2007.
Ella es la prescriptora soñada por cualquier diseñador, que puede ver aumentadas sus ventas en unos diez millones de euros de media si la primera dama luce uno de sus modelos, como sostiene un estudio de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York. Aunque, curiosamente, su punto fuerte, haber sabido utilizar la moda como herramienta para moldear su perfil, se haya convertido para algunos también en un arma de doble filo. Porque, como nos dice la especialista en moda, Kate Betts, «se la ve siempre tan poderosa e impresionante con esas elecciones de estilismo tan valientes, que ahora nos sentimos decepcionados si la vemos vestida con una simple camisa azul».
No tuvo problema en probar un hula hoop en una gala infantil.
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Paseando al perro de la familia, Bo.
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