El baile del siglo lo montó Truman Capote

El 28 de noviembre de 1966 Truman Capote fue el maestro de ceremonias de una noche inolvidable en el Hotel Plaza de Nueva York que la prensa saludaría como el “baile de siglo”.

Getty

“Caballeros: Traje de etiqueta negro y máscara negra. Señoras: Traje de noche, negro o blanco. Máscara blanca. Abanico”. Con estas indicaciones respecto a la etiqueta más de 500 personas recibían a primeros de octubre de 1966 la invitación para acudir a una fiesta en el Hotel Plaza de Nueva York. Una celebración que acabaría conociéndose como “El baile del siglo”.

En 1966 Truman Capote se encuentra en la cima del Everest de la fama. Finalmente ha salido su novela, A sangre fría, elaborada a lo largo de más de seis años y que le ha supuesto el reconocimiento...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

“Caballeros: Traje de etiqueta negro y máscara negra. Señoras: Traje de noche, negro o blanco. Máscara blanca. Abanico”. Con estas indicaciones respecto a la etiqueta más de 500 personas recibían a primeros de octubre de 1966 la invitación para acudir a una fiesta en el Hotel Plaza de Nueva York. Una celebración que acabaría conociéndose como “El baile del siglo”.

En 1966 Truman Capote se encuentra en la cima del Everest de la fama. Finalmente ha salido su novela, A sangre fría, elaborada a lo largo de más de seis años y que le ha supuesto el reconocimiento unánime de la crítica y unos buenos ingresos en su cuenta corriente con adaptación cinematográfica incluida .Como escribe Gerald Clarke en Truman Capote La biografía, “Truman Capote consideró 1966 como su año y lo saludó como el principio de una nueva época”. Y que mejor que celebrarlo con una gran fiesta, un baile de máscaras como si se tratara de una escena de Romeo y Julieta o de aquellos grandes bailes que habían iluminado la vida social despues de la Segunda Guerra Mundial entre Paris, Venecia y Nueva York. Pero a diferencia de algunas de aquellas celebraciones, cargadas de lujo y también de abundantes notas de mal gusto con sus fuentes artificiales manando champagne y otras extravagancias, la suya sería un modelo de refinamiento. Y sobre todo sería una de sus grandes obras y de paso, por supuesto, un gran acto mediático de autobombo.

La idea de un baile en blanco y negro se la proporcionó su amigo, fotógrafo y diseñador Cecil Beaton, que había deslumbrado a medio mundo con su vestuario diseñado para la película My Fair Lady. La secuencia de la carrera de Ascott con sus estilizados vestidos en blanco y negro, inspiró al escritor para su baile de mascaras. Su fiesta se llamaría “Baile en blanco y negro” y todos sus invitados deberían ceñirse a estos dos colores como códigos de vestuario de la noche. Como señala Gerard Clarke en la biografía de Capote “preocupado por que los multicolores destellos de rubíes, zafiros y esmeraldas podían estropear su escenografía pensó añadir una encarecida apostilla: “Solo diamantes”, al pie de las invitaciones.

Más allá de la anécdota de los diamantes que finalmente desestimó, sólo Capote podía reunir en una noche personajes más diversos y dispares: alta sociedad, celebridades de Hollywood, políticos, coreógrafos, directores de Broadway, escritores, modelos, editores, etc. Todos coincidirían en el gran salón de baile de Hotel Plaza con sus máscaras en blanco y negro, juntos y revueltos por una vez y quizás única velada. El coreógrafo Jerome Robbins, responsable entre otros, de West Side Story, a propósito de muchos de los nombres que aparecían en la lista de invitados comentaría con humor: “Parecía que Truman había hecho una selección de los primeros que iban a ser abatidos por los Guardias Rojos en la próxima revolución”.

Los preparativos del baile se pusieron en marcha y Capote eligió a la propietaria de la revista Newsweek y del periódico The Washington Post, Katharine Graham, como la protagonista de la noche y para la cual se realizaba en su honor el baile. La fiesta seria el 28 de noviembre en el Gran salón de baile del Hotel Plaza de Nueva York. Entre octubre y noviembre la ciudad de Nueva York comenzó a parecerse a una olla hirviendo con llamadas telefónicas que se cruzaban a lo largo de la isla de la Manhattan y al otro lado del Atlántico. Y para Capote el comienzo de una serie de líos, equívocos y primeras enemistades por culpa de su no inclusión en la lista de los invitados “para la gloria”. Alguien escribirá “fue la noche en que Capote hizo 500 amigos y 15.000 enemigos”. El Washington Post y otros medios no pudieron resistirse y se hicieron eco del acontecimiento. "El mágico nombre de Truman Capote ha confeccionado una lista que parece el Who is Who y ha elevado a la categoría de acontecimiento social de los que hacen época. Los periódicos de Nueva York difieren en considerarla la fiesta del año, la de la década o la del siglo”.

La invitación al baile.

En el grupo de profesionales que estuvieron a punto de perder la cabeza por culpa de la fiesta se encuentran los diseñadores Halston y Adolfo que se encargaron de confeccionar una buena parte de los atuendos, máscaras, tocados y decoraciones de las participantes. La invitada de honor, Katherine Graham, relataría más tarde con humor aquella jornada. "Fui a peinarme a Kenneth’s, la peluquería que se encargaba de peinar a la alta sociedad neoyorquina, al llegar allí nadie me conocía, así que me enviaron a la segunda planta donde atendían a los clientes corrientes y no a la tercera planta, donde se ocupaban de la clientela distinguida, finalmente una de las empleadas después de confesarle que yo era la invitada de honor, me llevó hasta el mismísimo Kenneth, pero tuve que esperar hasta que a Marisa Berenson le quitaron los rulos y fui la última en abandonar el salón de peluquería”.

A las 22:15 horas de la noche del 28 de noviembre de 1966 el salón de baile del Hotel Plaza estaba desierto. La sombra del fracaso planeaba sobre la pista mientras fotógrafos y cámaras de televisión aguardaban a los invitados a la entrada. El gran chambelán finalmente a las 22:30 anunciaba con gran pompa y ceremonia: “El marajá y la majaraní de Jaipur” ante la mirada complacida de Truman Capote y su invitada de honor, Katherine Graham. El escritor ya podía respirar. Unos convidados, la pareja oriental, que habían roto con la etiqueta apareciendo con un sarí dorado en la velada, pero nadie se lo reprochó. A partir de ese momento comenzaron a hacer entrada en el hotel invitados como Gianni y Marella Agnelli, Rose Kennedy, Candice Bergen, una de las bellezas juveniles de la noche, Richard Avedon, Norman Mailer, Leonard Bernstein, Lauren Bacall, Frank Sinatra y su jovencísima esposa, Mia Farrow, que aparecía con su recién estrenado corte de cabello para la película La semilla del diablo, Oscar de la Renta, Henry Fonda, Edward Kennedy, la modelo Penelope Tree, que después de quitarse su máscara dejó al personal con cara de pasmo mostrando su rostro a medio camino entre Cat woman y Pierrot de la Comedia del Arte. La modelo emergía como un hada psicodélica en aquel baile o sueño de una noche de noviembre; por su parte, a un artista como Andy Warhol no le hizo falta ningún ornamento, su propio rostro era sin duda su mejor máscara.

Multimillonarios y magnates de Wall Street, princesas errantes y divas del Hollywood dorado como Greta Garbo o Marlene Dietrich, la flor y nata de la aristocracia de Nueva York codo con codo con los nombres más representativos de la bohemia chic. Capote había conseguido su objetivo. Confeccionar una gran ensalada estilística y social. También hubo ausencias notables, celebridades que rechazaron la invitación como los Duques de Windsor, Jacqueline Kennedy o la actriz Audrey Hepburn. Quizás la protagonista de Desayuno con diamantes todavía no le había perdonado al escritor sus críticas por su elección para el papel de la heroína de su novela.

Después de aquel gran acontecimiento Truman Capote confirmó su estatus de gran maestro de ceremonias de la sociedad americana, pasó a ser un personaje e invitado habitual de programas y shows de televisión, para hablar ya fuera de la pena de muerte o de la Riviera italiana. El celebrado escritor de A sangre fría finalmente se había convertido en una celebrity como todos esos invitados e invitadas que escondían su rostro a duras penas en su baile de blanco y negro. Protagonistas de una gran obra que él había conseguido levantar y escenificar y donde interpretaran cada uno su mejor papel. Truman Capote nunca más volvería a escribir una gran novela, aunque engañara a sus editores prometiendo esa saga literaria sobre la sociedad americana que nunca llegaría a finalizar. El escritor poco a poco fue dejando paso al personaje social que animaría la década de los setenta y las fiestas de la discoteca Studio 54 regadas con alcohol y cocaína. Aquel baile en blanco y negro acabaría convirtiéndose en la fotografía revelada, en positivo y negativo, de una sociedad que decía adiós a la que había sido quizás la última Belle Époque del siglo XX. A la vuelta de la esquina le aguardaban los tumultuosos años de la Guerra del Vietnam y los asesinatos de Luther King y Robert F.Kennedy.

Truman Capote bailando con una mujer en el centro y Lauran Bacall vestida de blanco bailando a su lado.

Getty