¿Consumidores o inversores?: así es como la Generación Z se lucra revendiendo moda y otros activos poco comunes
Cada vez son más los menores de treinta que miran a la moda como inversión y saben cómo hacer caja con ella en la reventa. De hecho, las pequeñas inversiones en distintos activos poco tradicionales se han convertido en el juego favorito de la llamada Generación Z.
Con una cifra de crecimiento entre un 20% y un 30% anual en los próximos cinco años, es un hecho que el mercado de segunda mano no solo está en alza, también se perfila como una alternativa real al consumo de moda tradicional. Pero parece ser que, además, es una vía de negocio y un modo de vida muy rentable para los más ingeniosos, que en su mayoría no superan los treinta años. Son muchos los que revendiendo las prendas que no usan ...
Con una cifra de crecimiento entre un 20% y un 30% anual en los próximos cinco años, es un hecho que el mercado de segunda mano no solo está en alza, también se perfila como una alternativa real al consumo de moda tradicional. Pero parece ser que, además, es una vía de negocio y un modo de vida muy rentable para los más ingeniosos, que en su mayoría no superan los treinta años. Son muchos los que revendiendo las prendas que no usan se sacan un sobresueldo en aplicaciones como Vinted, Depop o Poshmark. Pero unos pocos pueden ganar hasta seis cifras al año. Internet está lleno de testimonios de jóvenes que se han convertido en improbables ‘emprendedores’ a base de saber comprar la pieza adecuada y saber cuándo, cómo y dónde revenderla por hasta cinco veces su valor. No es un fenómeno nuevo. En al ámbito, antes nicho, de la moda urbana, el coleccionismo y la reventa han estado a la orden del día. Pero el auge de este sector llevó a su ‘normalización’. Quizá la prueba más contundente sea la de StockX, el sitio web de reventa de zapatillas y demás piezas de ‘drop’ (esto es, de objetos muy limitados que es posible adquirir si se tiene la información, la paciencia y la suerte adecuadas) que funciona casi como un índice bursátil al uso: concretando qué está a la baja a viceversa. Actualmente StockX tiene un valor de negocio de 3,8 billones de dólares. El 75% de sus usuarios tiene menos de 35 años y el 55%, menos de 30.
A principios de este mes, Etsy compró Depop por una cifra cercana a los 1.400 millones de euros. La primera, es una plataforma ‘marketplace’ especializada en vender pequeños objetos artesanales o customizados y cuya clientela, según apunta Business of Fashion, tiene unos 36 años de media. La segunda, una app de compra-venta de moda que funciona como una red social y que lleva duplicando su valor anualmente desde hace cinco años. El 75% de sus usuarios no supera de los 26 años. Y hablamos de moda, no de ropa, porque a diferencia de otras aplicaciones similares, como Vinted, su atractivo no está en la ropa de temporada o en la cantidad de prensas, sino en la originalidad y la ‘inversión’. «En estos años he aprendido que a las nuevas generaciones les interesa la moda como forma de expresión individual. Son increíblemente imaginativos; les interesa customizar, rediseñar y reciclar hasta crear piezas únicas«, contaba su CEO, la española Maria Raga, en una entrevista a S Moda. En Depop es posible montar una tienda online personalizada donde vender un tipo de estilo muy específico: desde prendas compradas a pocos euros y vendidas a varias decenas tras pasar por un proceso de customización a comercializar ‘archivo’, es decir, piezas de culto de Martin Margiela, Helmut Lang, Rick Owens y otros nombres míticos compradas por poco en ‘thrift shops’, enormes locales que venden la ropa casi al peso, y puestas a la venta en la app por mucho más para los ‘entendidos’. De hecho, Depop realiza eventos físicos para poner en contacto a sus vendedores y compradores más destacados. El ‘networking’ de toda la vida, pero orientado a una generación que está imponiendo sus propias reglas, tanto de consumo como de enriquecimiento personal.
Según apunta Vogue Business, la piezas favoritas de los jóvenes son, precisamente, las que sobreviven a la prueba del tiempo. Si hace años ya se afirmaba que un bolso Birkin de Hermés era un valor seguro en el mercado de valores por encima del oro y las acciones, hoy la llamada generación Z gasta sus ahorros en bolsos y piezas clásicas, cuyo valor no para de subir (tanto en las tiendas de la propia marca como en sitios de reventa de lujo al estilo Vestiaire Collective). Es más, según apuntan los estudios, esta generación busca a través de redes sociales asesoría en materia de finanzas. De ahí que de un tiempo a esta parte hayan surgido los #finfluencers, es decir, los jóvenes ‘influencers’ versados en finanzas que a través de videos de tiktok, posts de Instagram o tutoriales de Youtube enseñan a saber gastar, ahorra y, por supuesto, invertir. Son ellos los que arrojan luz sobre el oscuro mundo de las criptomonedas o los que asesoran sobre la venta y compra de los tan de moda NFT, objetos intangibles (virtuales) y únicos, imposibles de reproducir, cuya transacción se detalla en blockchain.
De hecho, hasta los influencers al uso prefieren las inversiones financieras en sentido estricto a engrosar sus bolsillos con contratos de terceros. Charli D’amelio, la estrella más seguida de Tik Tok, invirtió el pasado invierno en Step, una aplicación bancaria para adolescentes. Más recientemente ecientemente, un grupo de ‘tiktokers’, capitaneados por Josh Richards (19 años) acaban de lanzar Animal Capital, una firma de capital riesgo destinada a invertir en lo que ellos llaman «negocios en desarrollo para la generación z», es decir, juegos, apps de streaming, activos virtuales, etc. Para una generación acostumbrada a pagar por cualquier tipo de contenido y hacerlo sin ningún miedo a través de una pantalla, las inversiones, pequeñas o grandes, son casi un juego más. De ahí que en el último año hayan crecido las aplicaciones para invertir con interfaces similares a las de un juego: de la controvertida Robinhood, la aplicación que promete democratizar el sector y que tuvo mucho que ver en el ‘caso Gamestop’ a otras más desconocidas, como Qooore, que se apoya en la gamificación (sorteos, recompensas, tests, etc.) para incentivar las microinversiones. «Nos inspiramos para crearla en el culto que generan marcas como Supreme, que crecieron a través de la búsqueda en digital y de las colaboraciones con terceros. Queríamos que nuestro aspecto fuera el mismo», cuentan sus creadores a Forbes.
El objeto de la inversión, por supuesto, también ha cambiado. Y la moda es una parte esencial en la ecuación. Hasta ahora, las piezas a subasta solían ser o bien alta costura centenaria o bien objetos de lujo pertenecientes a alguna celebridad. El pasado invierno, sin embargo, el New York Times informaba de que Christie’s y Sotheby’s había duplicado su inventario de joyas, relojes y prendas de firma más o menos actuales. Unas zapatillas Yeezy, de Adidas y Kanye West, se vendían el pasado abril en esta última por casi dos millones de dólares. Por supuesto, las firmas y los grandes conglomerados del lujo ya se han puesto en marcha para llevarse su parte del pastel en el ‘boom’ de los activos virtuales, ya sean prendas de edición limitda, ya sean NFT’s únicos al estilo obra de arte. A un nivel mucho más cercano al bolsillo medio, la consultora McKinsey habla de ‘oportunidad de inversión’ en su último informe anual sobre el estado del sector. Se refiere a todas esas marcas que, tras la debacle en ventas de la pandemia, pueden hacerse con una cuota de un mercado antes polarizado entre pocas marcas relevantes. Lo harán siempre y cuando se acerquen a los jóvenes, es decir, «ofrezcan productos únicos. Porque la generación Z no piensa en el lujo como un logo, a diferencia de los millenials. No buscan estatus, sino exclusividad real». Comprar algo diferente después de haberse informado y de haber, de algún modo, superado distintas fases de aprendizaje para saber qué, cómo y, sobre todo, cuánto. Es consumo, pero también coleccionismo (del precio que sea). Nunca la expresión «esta prenda es una inversión» había tenido un sentido tan literal.