Cómo salir del círculo vicioso de la procrastinación

Dejar para más tarde los asuntos que menos nos apetecen (en el trabajo, en casa o en la vida) puede tener más que ver con la gestión emocional que con la pereza.

Una mala gestión de nuestras emociones nos puede llevar a procrastinar más de la cuenta.Getty (Getty Images)

Todos conocemos los riesgos de procrastinar, incluso quienes nunca hayan escuchado la palabra (del latín, ‘procrastinare’, es decir ’pro’ o para y ‘cras’ o mañana): dejar para más adelante lo que deberíamos hacer ahora es una costumbre abominada desde tiempos de Cicerón, pero en esta época (en la que la improductividad es imperdonable) se ha convertido en una obsesión. ¿Por qué posponemos algo que acabaremos haciendo al final, aunque seguramente peor y sin disfrutar especialmente de esa tregua? Al contrario, acabamos sufriendo estrés, ansiedad y preocupaciones. Aunque siempre se ha considerado...

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Todos conocemos los riesgos de procrastinar, incluso quienes nunca hayan escuchado la palabra (del latín, ‘procrastinare’, es decir ’pro’ o para y ‘cras’ o mañana): dejar para más adelante lo que deberíamos hacer ahora es una costumbre abominada desde tiempos de Cicerón, pero en esta época (en la que la improductividad es imperdonable) se ha convertido en una obsesión. ¿Por qué posponemos algo que acabaremos haciendo al final, aunque seguramente peor y sin disfrutar especialmente de esa tregua? Al contrario, acabamos sufriendo estrés, ansiedad y preocupaciones. Aunque siempre se ha considerado meramente como un hábito irracional, algunos estudios recientes demuestran dos aspectos que matizan lo que pensábamos sobre la procrastinación: el primer descubrimiento es que puede tener algunas ventajas, como potenciar la inventiva; el segundo es que no es fruto (exclusivamente) de la pereza.

En cuanto a lo primero, la capacidad que tiene la procrastinación de aumentar nuestra creatividad, no solo se demuestra en la increíble habilidad fabuladora que demostramos en las excusas que nos damos a nosotros mismos y a los demás (increíble es la palabra clave). Según explica Adam Grant, psicólogo y profesor de la Wharton Business School, en su libro Originales: Cómo los inconformistas mueven al mundo, nuestro subconsciente podría nutrirse de la postergación. Una alumna de Grant le contó que sus mejores trabajos surgían cuando procrastinaba, así que cuando ella misma llegó a ejercer como investigadora, Jihae Shin desarrolló en la Universidad de Wisconsin un curioso estudio. Se pedía a observadores imparciales que valoraran las soluciones propuestas por dos grupos diferentes de personas (aunque de características muy parecidas) a los mismos problemas. Los que no se habían preparado ofrecían ideas un 28 por ciento más creativas que las del otro grupo. Grant asegura que esto sucede porque nuestro subconsciente, aunque no estemos realizando la acción, la va registrando en una especie de segundo plano y va enriqueciendo con nuevos detalles la solución a la que finalmente lleguemos. Asegura además que la historia la han marcado tareas dejadas para el último momento, y pone como ejemplos que el doctor King improvisó el discurso I have a dream (esto no es del todo cierto, la mayor parte lo había escrito junto su asesor Clarence B. Jones), que Leonardo estuvo trabajando sin terminar en ‘La Gioconda’ más de quince años y que los escritores Ernest Hemingway y Roald Dahl reconocían que, en lugar de sufrir ante una página en blanco, se dedicaban a hacer otras cosas. Grant insiste en que para disfrutar de estos beneficios de la procrastinación es importante que ésta no nos genere ansiedad, un objetivo difícil de lograr. Ni siquiera algunas de las mentes brillantes han sido capaces de ello: Chopin aseguró que “toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo”.

Esto nos lleva al segundo gran descubrimiento reciente en la materia. Fuschia Sirois, profesora de psicología en la Universidad de Sheffield, asegura que quien posterga no es necesariamente vago, sino que no sabe gestionar sus emociones. En un estudio, comprobó que se mezclan varios factores en la mente de quien deja las tareas para más tarde. Por un lado, evitamos a corto plazo algo desagradable o aburrido (como limpiar) y buscamos la dopamina (la hormona de la recompensa) en una actividad que nos guste más (por ejemplo, Netflix). Por otro lado, no sabemos manejar nuestra propia autocrítica, por ejemplo, cuando se nos encarga un trabajo y pensamos que no somos capaces de hacerlo bien. Ponernos a hacerlo nos expondría a sentimientos de vergüenza e inseguridades.

Los tipos de procrastinadores

En cualquier caso, este hábito engañoso genera ansiedad e inseguridades, casi siempre más intensas que las que nos provocaría afrontar la tarea en el momento. Entonces, ¿por qué nos aferramos a esta forma de autosabotaje? Hemos hablado con dos psicólogas especialistas en conflictos emocionales, Sheila Estévez y María Cárceles, para entenderlo y, sobre todo, cómo dejar de hacerlo. “La tendencia natural del ser humano es la de evitar el dolor”, explica Estévez, “sustituir la acción que deberíamos acometer por algo que nos desconecta o no nos genera el mismo estrés, o preocupación (los ‘distractores’ o acciones no tan importantes y con menor carga de exigencia) es un mecanismo de defensa de tipo evitativo”.

María Cárceles añade que, “paradójicamente, esa evitación lleva a un círculo vicioso con un resultado del aumento del sentimiento negativo, que alimenta la continuidad, mantenimiento e incremento de la conducta”. Sin embargo, Cárceles insiste en la necesidad de “distinguir entre procrastinación pasiva o negativa (que es irracional y desadaptativa) y lo que algunos autores llaman procrastinación positiva o activa, que se daría en personas que tienen estrategias distintas a las tradicionales, dan un uso diferente al tiempo y tienen creencias positivas de su autoeficacia”. En un estudio publicado en The Journal of Social Psychology, los investigadores Angela Hsin Chun Chu y Jin Nam Choi diferenciaban entre procrastinadores positivos o activos (que saben que trabajan bien en el último momento y disfrutan la presión) y los pasivos o negativos (que simplemente se quedan paralizados por su indecisión y fallarán en la ejecución de la tarea).

Detrás de los procrastinadores negativos, explica Estévez, “hay más de lo que a priori parecería, como alta autoexigencia, gran perfeccionismo y, dependiendo de la personalidad (por tener la tendencia a cuestionarse al tener un juez interno duro que no aprecia la propia valía), esto acabará afectando a la autoestima y generará inseguridad o sensación de no estar a la altura, y cómo no, la presión del que dirán, coronando la escena de terror que la persona tiene en su mente”. Sin embargo, los procrastinadores activos cuentan “con una personalidad segura y más fortaleza interior, consiguen esa adrenalina para motivarse, ya que trabajar bajo presión es de la manera que mejor funcionan y les hace resolutivos; les gustan los retos, no siendo un problema para ellos posponer una obligación, al plantearla como un desafío de último momento”.

Los riesgos de la procrastinación

En el caso de que no ‘elijamos’, sino que lo hacemos irracionalmente, explica María Cárceles, “existe una ausencia de motivación por las recompensas a largo plazo, de un locus de control externo y de tolerancia a la frustración”. Además, toda procrastinación parte de “una base de estrés generado en parte por la cantidad de estímulos o distracciones que nos bombardean, que trabajan directamente sobre nuestro sistema de recompensa (es decir, sobre lo que queremos conseguir o nos hacen creer que lo necesitamos), pero se trata de una recompensa a corto plazo o inmediata, que suele enganchar peligrosa y sutilmente”. Entre esos estímulos, las redes sociales, whatsapp y otras formas de distracción son el caldo de cultivo ideal de la postergación. “Elegir es la clave, todo tiene su momento y cada persona necesita sus tiempos, estos son los tres aspectos a tener en cuenta para ‘limitar’ o ajustar el tiempo de exposición a estímulos que dispersan nuestra atención”, añade Estévez. Procrastinar, por tanto, hace “que no vivamos nuestro presente desde la responsabilidad y la madurez de lo que tenemos ante nosotros, escapando de aquello que nos reta, pese a que en realidad solo así el ser humano evoluciona y crece”, continúa Estévez. Si lo hacemos como norma general, “perdemos tiempo, somos menos productivos y en cierta manera perdemos oportunidades por no atrevernos a salir de nuestra zona de confort confiando en nuestra valía. En cierta manera al procrastinar, la persona genera lo que le sucede: el miedo de la persona se materializa como resultado de su inacción”.

Salir del círculo vicioso

María Cárceles asegura que “las terapias cognitivo-conductuales desde la motivación, la gestión emocional, habilidades autorreguladoras, de autocontrol, cambios de pensamientos irracionales y la autocomprensión son muy efectivas” para acabar con la procrastinación. En cuanto a estrategias a corto plazo, Cárceles señala las siguientes:

– Dividir la tarea que se requiere realizar en subtareas más sencillas.
– Tener en cuenta o estimar el tiempo que requiere todas las partes.
– Hacer listas para ir verificando el seguimiento, lo que se ha hecho, lo que falta o necesita…
– Programarnos recordatorios de lo que hay que hacer.
– Preparar ambientes, momentos en el día más adecuados o propicios para la tarea con la menor distracción.
– Tener reservados espacios de tiempo para otras tareas.
– Darnos recompensas (muy importante, pues alimenta la motivación y el autocontrol).
– Saber delegar en el supuesto que sea un trabajo en equipo o buscar apoyo en caso de que se necesite.

Por su parte, Sheila Estévez también recomienda a quienes les resulta imposible dejar de procrastinar “trabajarlo junto con un profesional que nos brinde las herramientas para ganar la seguridad y autoestima suficientes como para coger las riendas de la propia vida desde la voluntad y no desde el miedo”. Algunas de las cosas que podemos hacer, añade Estévez, “es observar si esta manera de ‘evitar conflictos’ es un mecanismo de defensa base, o bien si únicamente sucede bajo situaciones muy concretas (exigencias a las que no estamos acostumbrados a enfrentarnos y nos generan inseguridad y miedo al fracaso)”.

En el caso de una persona que procrastina puntualmente es más sencillo de solucionar: “Lo primero es anotar pros y contras de hacer en presente aquello que queremos postergar y de hacerlo a futuro. Normalmente la persona acaba entendiendo que la culpa que posteriormente sentirá al haber evitado lo que tenía que hacer es un precio demasiado alto por evitar un miedo en presente”, explica. Recomienda también aislarse de estímulos externos distractores – móviles, series, televisión- y “organizarse objetivos previos a la meta, para ir avanzando temas que de otra manera pospondríamos, para ello es importante programar el tiempo”. Por último, señala la psicóloga, “premiarse por haber acabado a tiempo con algo que nos gusta, es un buen mecanismo para reforzar positivamente habernos expuesto a aquello que pretendíamos evitar, haberlo solventado a tiempo y lo mejor posible”.