‘Coliving’: ¿vuelve la comuna, invento ‘hipster’ o es que ya nadie puede pagarse un piso?
Proliferan en las grandes ciudades y se perfilan como el nuevo invento inmobiliario. Tras el glamour de sus inicios se esconde una realidad social de trabajadores que ya no podrán optar a su propia casa.
El nuevo negocio inmobiliario se llama coliving y se perfila como algo sustancioso, cuando la generación con suficiente poder adquisitivo para comprarse una vivienda en las ciudades haya desaparecido. Las grandes urbes cuentan ya con modelos habitacionales a medio camino entre el pequeño apartamento y los servicios que puede proporcionar un hotel. Son grandes complejos en los que cada huésped posee una pequeña zona privada -generalmente un estudio- y comparte el resto de espacios con sus vecinos: cocina, sala de estar, salón de juegos, área de trabajo, biblioteca, terraza, piscina o g...
El nuevo negocio inmobiliario se llama coliving y se perfila como algo sustancioso, cuando la generación con suficiente poder adquisitivo para comprarse una vivienda en las ciudades haya desaparecido. Las grandes urbes cuentan ya con modelos habitacionales a medio camino entre el pequeño apartamento y los servicios que puede proporcionar un hotel. Son grandes complejos en los que cada huésped posee una pequeña zona privada -generalmente un estudio- y comparte el resto de espacios con sus vecinos: cocina, sala de estar, salón de juegos, área de trabajo, biblioteca, terraza, piscina o gimnasio. Las opciones son infinitas y dependen del estatus de cada uno. Según comentaba el diseñador de interiores Naomi Cleaver en un artículo de DeZeen Magazine, “el coliving será el próximo gran mercado del mundo inmobiliario en el Reino Unido”.
Esta modalidad de vivienda nació en Silicon Valley, cuando los profesionales bien pagados del laboratorio de ideas del mundo tenían difícil encontrar casa, debido a la gran demanda. Muchos tampoco tenían intención de pasar el resto de sus vidas en ese lugar, estaban de paso y para ellos compartir espacios, además de ideas, contactos y relaciones, era una solución tentadora. Los conceptos coliving y coworking se fusionaban con beneficios para ambos.
Hoy en día la cosa no está tan clara, aunque estas nuevas viviendas se publicitan llenas de promesas para sus afortunados inquilinos. Common, un coliving de Brooklyn, es un claro ejemplo de que ese espíritu inicial se está perdiendo. Como reconocía Brad Hargreaves, su fundador, en el artículo de DeZeen, el número de trabajadores que habita esa comunidad supera ahora al de profesionales liberales en sectores creativos. “No estamos teniendo a muchos autónomos, sino más bien gente con trabajos normales en la ciudad”. La razón, según explica el reportaje, es que el coste de esta opción es más barato que alquilar el propio apartamento. Algo que muchos millennials no van, ni siquiera, a poder permitirse.
The Collective, el coliving más grande del mundo, está en la ciudad del Támesis. Cuenta con 550 diminutas habitaciones, de 10 metros cuadrados, con baño privado, que cuestan a su inquilino unos 1.400 euros al mes; facturas, lavandería y limpieza incluidos. Similar a una residencia de estudiantes, en la que cada uno, además de su espacio privado puede optar a las zonas comunales: cocina grande -existe una pequeña que comparten cada dos personas-, sala de estar, biblioteca o azotea-terraza. Solo que los que habitan este enorme edificio hace ya tiempo que han dejado los estudios y trabajan, no precisamente en el Burger King. Antes existía siempre un momento glorioso en la vida de una persona, cuando obtenía su primer gran empleo y pasaba a vivir solo. Pero ahora, según titulaba el artículo de DeZeen, “los millennials quieren experiencias, no posesiones”. ¿Por qué será que la afirmación suena un poco hipócrita, de consolación, como la de la zorra y las uvas?
Londres, la capital de Europa, es una de las ciudades que cuenta con más complejos de este tipo. The Trampery, que nació en 2009 creando espacios de coworking, trabaja ahora en proporcionar también colivings, localizados en diferentes zonas de la capital inglesa. Se espera que la primera residencia en abrir, Fish Island Village, sea la de Hackney Wick, en 2018. Hackney, un municipio al norte de Londres con un pasado reciente de barrio peligroso y poco recomendable, ha empezado a cambiar debido a que los altos alquileres en otras zonas han hecho que los autónomos y emprendedores se asentaran allí. La peligrosidad social, a veces, da menos miedo que las demandas de algunos caseros. Según cuenta Jamie Craven, manager de comunicación de The Trampery a S Moda, “nuestra empresa se ha creado con la idea de que las startups y los negocios creativos tienen más posibilidades de triunfar si son parte de una comunidad de personas que intentan hacer algo nuevo. El grupo aporta más posibilidades de aprendizaje, contactos, intercambio de ideas y colaboraciones”. La filosofía de esta marca incluye también espacios para familias, “creemos que las comunidades son más exitosas cuando son diversas, no queremos solo a millennials, sino que pretendemos abarcar todas las edades y bagajes. Estamos considerando incluir una guardería en nuestros espacios”.
The Trampery quiere desmarcarse de la filosofía de otros colivings de su misma ciudad, según Craven, “algunos están haciendo sustanciosos beneficios con micro apartamentos en los que los inquilinos tienen una diminuta área privada y comparten el resto del espacio. Según nuestros estudios de mercado esto no es lo que los jóvenes demandan. Las residencias de este tipo han demostrado un fracaso total a la hora de crear un sentimiento de comunidad. Hacen falta espacios intermedios en los que no haya demasiadas personas, y éstas puedan interactuar y crear fuertes relaciones. Pero esto no ocurre en las enormes zonas comunales, en las que conviven cientos de individuos”. La solución de The Trampery pasa por crear zonas en los que vivan varias personas –no más de cuatro- y formen una micro comunidad dentro de otra más grande.
El coliving nacional. Spain is different.
A diferencia de otros países, los colivings españoles prefieren las zonas rurales y la costa a las urbanas, en las que de momento predominan los coworkings. Hub Fuerteventura, en la isla canaria, como comenta su fundador Sebastián Ruíz, “nació siendo un espacio de networking, para dar cuerpo a las empresas de aquí, juntar a profesionales y dinamizar la economía local”. Sin embargo, pronto incluyó la alternativa habitacional, ya que la gran mayoría de sus clientes son extranjeros. “Gente que trabaja por su cuenta, profesionales que están en el sector de las nuevas tecnologías, el marketing online, ingenieros de sistemas, bloggers, desarrolladores de programas. Nómadas digitales que solo necesiten un ordenador y una conexión a Internet”, cuenta Ruíz. Si la oficina de uno es portátil, entonces puede pasar unas semanas al sol, al mismo tiempo que continúa con su trabajo. El precio de la estancia varia de 42 euros/día a 650 euros al mes para periodos más largos e incluye solo la estancia. Hub organiza también distintas actividades para favorecer las relaciones de sus huéspedes, como cursos de surf.
Bedndesk en Palma de Mallorca, es otro de estos espacios con la misma ideología que el anterior, ligado al concepto de sol y playa, cada vez más inherente a la economía española. De hecho, la página web de este coliving aparece solo en inglés. Sus clientes son, según Matías Bonet, cofundador junto con su hermana, “mayoritariamente extranjeros, gente que tiene su propio negocio, informáticos, diseñadores. traductores, periodistas, emprendedores con tiendas online. Pero no vienen de vacaciones, vienen a trabajar, solo que han cambiado por unos días su entorno. De hecho, nuestra temporada alta es en invierno. Nuestros clientes evitan venir aquí en verano cuando esto está lleno de turistas”. La habitación individual es a partir de 40 euros/día y los inquilinos comparten cocina, sala de estar, terraza y las actividades que se organizan, que van desde charlas a excursiones por la isla.
Más cercanos a la auténtica filosofía del coliving que los anteriores ejemplos, son las nuevas residencias para mayores como Trabensol, en Torremocha del Jarama, a 63 km de Madrid. Esta cooperativa se ideó entre un grupo de personas que no querían pasar su vejez sentados o dormidos frente a un televisor o junto a personas ya muy deterioradas. Como cuenta uno de sus socios, Jaime Moreno, periodista que trabajó en TVE, “nosotros compramos los terrenos y construimos, sin ninguna ayuda de ningún organismo. Las obras duraron de 2002 al 2006 y se realizaron con criterios bioclimáticos, con poco impacto ambiental y para lograr un bajo consumo. Somos 45 socios en régimen de cooperativa y con una inversión retornable. Cuando uno se muere el dinero invertido en la construcción pasa a los herederos y cuando entra un nuevo socio debe pagar su parte proporcional”. Además, hay una cuota mensual que incluye comida, limpieza, facturas, actividades y el uso de pequeño apartamento, y que asciende a 1.000 euros por persona o 1.200 por pareja. “A parte de la limpieza y la comida, nosotros realizamos el resto de las tareas, como el cuidado de los compañeros que necesitan asistencia, el cultivo del huerto o la organización de actividades, dependiendo de lo que sabe cada uno. Hacemos acupuntura, shiatsu, arte floral, meditación, talleres de memoria, sesiones de cine o senderismo”.
La vida en Trabensol parece tan armoniosa que organismos de diversas partes del mundo han acudido a medir los positivos efectos de esta forma de vida en la salud física y psíquica de sus habitantes. Ahora mismo, una universidad de Japón está llevando a cabo un estudio. Pero además, los beneficios de este coliving se extienden tras sus muros, “la gente del pueblo puede participar en todas nuestras actividades, excepto entrar en la zona de spa, que está reservada a los socios”, apunta Moreno.