Efectos secundarios: la demanda de cachemir está desangrando a Mongolia
El aumento voraz de la demanda de esta lana tan preciada amenaza el equilibrio ambiental en un país en el que más de la mitad de la población vive directamente de la tierra.
Aunque parece que Marco Polo ya había descubierto las delicias de este tejido (su increíble suavidad y aislamiento térmico), lo cierto es que no se popularizó en Europa hasta varios siglos después. “El cachemir viene de la cabra de Cachemira, original de varios países asiáticos como Mongolia, India y Nepal”, explica Irene Fariña, profesora de tejidos en ISEM Fashion Business School y creadora del canal de Youtube La profe de Tejidos. Beau Brummell ...
Aunque parece que Marco Polo ya había descubierto las delicias de este tejido (su increíble suavidad y aislamiento térmico), lo cierto es que no se popularizó en Europa hasta varios siglos después. “El cachemir viene de la cabra de Cachemira, original de varios países asiáticos como Mongolia, India y Nepal”, explica Irene Fariña, profesora de tejidos en ISEM Fashion Business School y creadora del canal de Youtube La profe de Tejidos. Beau Brummell solía vestirlo en una especie de chaleco, a partir de un fular blanco, y Josefina Bonaparte y sus amigas lo llevaban para abrigar aquellos etéreos vestidos de corte imperio. A la emperatriz francesa Napoleón le trajo varias decenas de chales de cachemir, a su regreso de las campañas en Egipto y Siria, desatando una verdadera fiebre por el material en la Francia postrevolucionaria. Como anécdota: las piezas estaban estampadas con el dibujo de lágrimas que hoy se conoce, al igual que la fibra, como cachemira (o paisley).
Pero ninguna de aquellas tendencias puede acercarse al furor por esta lana preciada que protagoniza su particular proceso de democratización hoy. Si en tiempos de las merveilleuses un simple chal de cachemir podía costar lo mismo que un coche de caballos (en moneda actual, más o menos lo que un Ferrari), hoy cualquier cadena de moda pronta vende jerséis por menos de 80 euros. Una rebaja en el precio que ha propiciado el aumento vertiginoso de la demanda y cambios estructurales en la industria. Según los datos mundiales de comercio que maneja la ONU, en 2016 se exportó el equivalente a 1.400 millones de dólares de cachemir. Un 16,6% más que cinco años antes. Ese mismo año Mongolia, segundo exportador por detrás de China, batía su propio récord: el beneficio por sus exportaciones había crecido un 196% desde 2009.
Las consecuencias directas en la región se miden en cabezas de ganado: tras liberalizar el mercado el país ha pasado de los 20 millones de cabras de cachemira a los 61,5. Estas son más lucrativas que las ovejas, pero también mucho más destructivas: se comen las flores y las raíces favoreciendo la erosión del suelo. Advertía de ello la Universidad de Oregón en un estudio de 2013: “La estepa de Mongolia es uno de los ecosistemas de pastizales más grandes del mundo, pero se está reportando una disminución generalizada de su vegetación. En torno al 70% del ecosistema se considera degradado”. El sobrepastoreo unido al cambio climático, que se ceba con especial saña en la zona (la temperatura media se ha incrementado más del doble de la media mundial desde 1940), están desencadenando un drama medioambiental en un país en el que más de la mitad de la población vive directamente de la tierra.
El ecosistema no es capaz de sostener una demanda global que crece cada año y que exige materia prima a un coste menor. Como la regulación es muy laxa, los propios pastores encuentran soluciones para aumentar la rentabilidad ofreciendo precios cada vez más competitivos: desplazan sus manadas a zonas más templadas que favorecen una esquila más frecuente. Pero la especie de la cabra de Cachemira, preparada para resistir inviernos de hasta menos 40ºC, se adapta a la nueva situación produciendo pelo menos denso cada año: las fibras de cachemir pierden calidad. “Las consecuencias son dramáticas y negativas para estas especies”, advierte Joel Berger, de Wildlife Conservation Society (WCS), “los pastores están haciendo lo que haríamos cualquiera: tratar de mejorar sus condiciones de vida. ¿Quién puede culparlos?”. La organización desarrolla en la zona un proyecto para favorecer la producción sostenible guiando a las familias sobre el terreno.
Un programa piloto que emplea información de la NASA (la primera vez que la agencia cede datos para algo así) para analizar la calidad del suelo y de la vegetación. Ayuda a los pastores a saber cuándo desplazar la manada. Subvencionado por una compañía minera y por el grupo Kering (Saint Laurent, Gucci o Balenciaga), si tiene éxito se implantará en zonas más amplias. Planea además recuperar la calidad de la lana autóctona para hacer frente a China a base de calidad. “Se insta a las familias a tener menos animales para elevar la excelencia del producto final. El proyecto ayuda a los pastores a mejorar la raza mediante fertilización in vitro, ofreciendo atención veterinaria e inculcando buenas prácticas como el peinado regular de los animales”. El tiempo, como en otros rincones del planeta, ya juega en contra de un paisaje en vías de extinción.
¿Todo es cachemir?
¿Es igual el jersey de una cadena de moda pronta y el de esa firma de lujo con una etiqueta de cuatro dígitos? “Las diferencias pueden estar la selección de la materia prima (no todos los algodones, todos los poliésteres o todas las lanas son iguales). En el caso de las lanas, la fibra de estos animales es tan variable que su grosor puede llegar a multiplicarse por cuatro en algunos casos, con su consecuente cambio en el tacto del producto final”, señala Fariña. “La calidad depende de la raza, de su hábitat, de las condiciones de vida del animal, edad o zona de esquila”. Siendo las más valiosas las fibras más largas, de ejemplares de cabras que viven en su hábitat natural, en un clima absolutamente extremo. En el resultado final influirán además los procesos de hilatura y tintura. “Creo que una prenda es el resultado de muchas variables. Variables que además son más o menos importantes según el criterio del cliente. Hay ocasiones en las que las marcas lo apuestan todo al diseño, quién se afianza en la variable de la calidad sin innovar y quién pondera muy bien su propuesta. Sería ideal que pudiera conocerse la complejidad de elaboración que esconden las prendas”, añade la experta del ISEM Fashion Business School.