Oda a la braga reconfortante, una prenda que estuvo reservada durante siglos a los hombres
La lencería también se apunta a la corriente de comodidad que inunda el armario y aúpa de nuevo a la braga blanca de algodón. La braga blanda, la braga de regla, de días en los que no se está para tonterías, que resulta que son todos en pandemia.
Contaba hace unas semanas Law Roach, estilista de Zendaya, personalidad por derecho propio y diseñador de vestuario en Malcolm & Marie, que lo que más le había costado encontrar para la película de Netflix había sido el conjunto de ropa interior de la protagonista. El deslumbrante vestido meta...
Contaba hace unas semanas Law Roach, estilista de Zendaya, personalidad por derecho propio y diseñador de vestuario en Malcolm & Marie, que lo que más le había costado encontrar para la película de Netflix había sido el conjunto de ropa interior de la protagonista. El deslumbrante vestido metalizado que la actriz de Euphoria luce en los primeros minutos de metraje lo tuvo en la cabeza desde el principio: un modelo del diseñador de Aliétte, Jason Rembert, que, a petición del director Sam Levinson, tiene mucho movimiento. Pero lo que realmente dibuja al personaje de Zendaya es lo que se pone al retirarse las medias de seda, los zapatos de Louboutin con 12 centímetros de tacón o las pestañas postizas. Una camiseta y una braga, ambas blancas, de algodón, básicas. Dos prendas que, como cualquier buen básico, no fueron fáciles de encontrar y finalmente compró en la firma estadounidense Aerie: “Repasamos un montón de marcas y cortes para obtener la mejor silueta”, explicaba el estilista en Refinery29.
Roach atravesó lo que atraviesan la mayoría de mujeres cuando buscan la braga perfecta y reconfortante: una larga y fatigosa búsqueda. “Cuando encuentro una que realmente me parece cómoda, me la compro tres o cuatro veces igual”, dice Vanessa, abogada de 31 años. Sus bragas comodín, que antes solo salían a pasear algunos días al mes, durante la crisis del coronavirus se han convertido en su uniforme interior. “Todas mis bragas son reconfortantes desde que fui madre”, confiesa Araceli, periodista de 36 años, ratificando la teoría de que la braga de algodón holgada es la pieza a la que se recurre cuando no se está para muchas contemplaciones.
La pandemia, que nos colocó frente a la realidad de por qué nos arreglamos (resultó que, por lo general, era para otros), también descubrió que la ropa interior que nos representa es la más sencilla. Dan fe de ello las nuevas colecciones de populares marcas como Oysho, Intimissimi o Zara, que precisamente se estrenaba en el terreno de la lencería hace solo unos meses. “Hemos comprobado un gran incremento en las búsquedas de piezas de lencería cómodas, como sujetadores estilo bralette y bragas de cintura alta”, añaden desde el buscador Lyst. Si la teniente Ripley usaba su slip para salvar el mundo en Alien, las mujeres del 2021 no vamos a ser menos en la fatigosa tarea de sobrellevar las consecuencias de la crisis del coronavirus.
La primera acepción de ‘braga’ en la RAE, “prenda interior femenina e infantil, que cubre desde la parte inferior del tronco y tiene dos aberturas en las piernas”, nos revela dos cosas. Primero, una conjunción copulativa entre ‘femenina-infantil’ que quizá puede sumarse a la pila de definiciones que esta institución debería revisar. También, que la braga ahora es patrimonio de las mujeres. Aunque no siempre ha sido así. La braga reconfortante, como todo lo bueno en esta vida, estuvo reservada durante siglos a los hombres. “Los griegos no hicieron uso de lo que hoy llamamos prendas interiores”, apunta Amalia Descalzo Lorenzo, profesora de cultura y moda en la Universidad de Navarra. “Fueron los romanos los que ya idearon una prenda llamada licium que cubría la parte inferior del tronco. San Isidoro en sus Etimologias, escritas en el siglo VII, nos informa de una prenda llamada bracae que cubre las vergüenzas, pero las masculinas”. Las bragas masculinas se usaron durante siglos, mientras que no hay noticia de una prenda similar para las mujeres. Imaginen la regla sin compresas modernas ni copa menstrual, pero con múltiples capas de crinolina, enaguas y corsés. La noticia más antigua de una prenda interior femenina con la misma función que la masculina no aparece hasta el siglo XVII “y no fueron llamadas bragas, sino calzones”.
Durante demasiados años la comodidad no ha sido un requisito para el armario femenino, pero las cosas mejoraron algo (interiormente) a partir del siglo XIX en España: “Según el historiador de moda François Boucher, los pantalones de lencería fueron introducidos por la emperatriz María Luisa, que los trajo de Austria por influencia de Inglaterra, donde los usaban las jovencitas que hacían deporte. Los pantalones fueron la prenda interior femenina durante todo el siglo”. Al ritmo de las faldas, esos pantaloncillos fueron acortando su largura hasta ser sustituidos por las bragas que conocemos hoy. “En los años sesenta, gracias a los materiales sintéticos de alta elasticidad, se consiguen modelos extremadamente adaptables y flexibles de braga y sujetador, casi siempre haciendo conjunto”, añade la experta. En los setenta los movimientos de liberación de las mujeres fueron tejiendo el escenario para que en 1979 una mujer como la teniente Ripley pudiera tomar el mando de la nave espacial Nostromo en una cinta de ciencia ficción; y, además, pasearse por ella con su braga blanca. Un corte al que se estigmatizó con la etiqueta de ‘de abuela’ y que ahora, tras varias décadas de patrones incómodos bajo la coartada de lo sexy, ha vuelto a resurgir gracias a la pandemia.