Por qué ‘Wildflower’ no es la biografía interesante de Drew Barrymore
La actriz acaba de publicar sus memorias más amables y la oscuridad de ‘Little Girl Lost’, el primer libro de su vida que vio la luz cuando tenía 14 años, vuelve a planear sobre ella.
“Fue la mejor etapa de mi vida”. Así comienzan las memorias de Drew Barrymore, pero no las que acaba de publicar tituladas Wildflower, sino las primeras que firmó allá en 1990, cuando sólo tenía 14 años. A esa edad ya había vivido más que muchas personas en su edad madura: tanto, que le dió para escribir un libro que se convirtió en el Best Seller del año según The New York Times.
Ahora, con 40 años, ...
“Fue la mejor etapa de mi vida”. Así comienzan las memorias de Drew Barrymore, pero no las que acaba de publicar tituladas Wildflower, sino las primeras que firmó allá en 1990, cuando sólo tenía 14 años. A esa edad ya había vivido más que muchas personas en su edad madura: tanto, que le dió para escribir un libro que se convirtió en el Best Seller del año según The New York Times.
Ahora, con 40 años, ha vuelto a narrar su vida pero con mucho menos drama y sin profundizar en los detalles más escabrosos como, por ejemplo, la relación con su padre. Definidas como emotivas y humorísticas, la autora retoma la historia donde la dejó al final de su primer libro. Según declaró a la revista People: “tuve que afrontar muchas cosas, pero mis hijas y experiencia me han inspirado a mirar atrás, a recordar momentos de mi vida y escribir sobre ellos”. Editadas por Penguin Random House, la actriz aparece en la portada saltando con una flor en la mano sobre un fondo rosado. Nada que indique secretos morbosos.
Aunque el nombre de Drew Barrymore tenga el suficiente tirón como para que los lectores se interesen en sus memorias, probablemente lo tenga difícil para superar el éxito de las primeras. Estas sí tenían una portada de fondo negro con su cara de adolescente en primer plano (grunge total): desde el inicio ya prometían a los compradores una historia cargada de detalles morbosos sobre una muñeca rota mundialmente conocida. Y, de hecho, fue lo que se encontraron.
Escrito junto al escritor Todd Gold, especializado en biografías, el libro comienza con la experiencia de la actriz en el rodaje de E.T., la película que la llevó a la fama cuando era una niña de 6 años. “Desde el primer momento en el que le vi, E.T. se convirtió en mi mejor amigo. En las pausas para comer, llevaba mi comida a la habitación en donde le guardaban, me sentaba a su lado y conversaba con él mientras comía. Hablaba con él sobre mi madre y sobre dónde vivíamos”. Ese es el primer y último recuerdo realmente agradable que narra en sus páginas.
A partir de ese momento, todo es decadencia. La historia vuelve a sus primeros años, en los que su madre se esforzaba trabajando para ganar dinero para sobrevivir y, a la vez, tener tiempo para llevarla a los castings de anuncios y películas. Su padre, desaparecido para ella hasta unos cuantos años después de nacer, se presenta como un alcohólico violento que cada vez que aparecía en sus vidas arrasaba con todo (ellas incluidas) como un huracán.
Los problemas de su progenitor, hijo de un famoso actor de los años 30 llamado John Barrymore, sirven como explicación de la tendencia a las adicciones de la joven, como una especie de herencia genética. La madre recuerda el momento en el que le dejó, harta de peleas y malos tratos (él había llegado a darle una patada en su barriga de embarazada). Por una vez, él no le pegó aunque le echó una especie de maldición: “Si me hieres, haré que la vida de tu hijo sea miserable”. Y durante los primeros años de la actriz, parece que la amenaza se hizo realidad.
Con su madre la relación tampoco fue fácil, aunque cuando echa la vista atrás reconoce su gran parte de culpa. En las anotaciones que Gold hace en el texto, explica que Jaid Mako se desvivió por hacer que la carrera de su hija despegase aunque ella también tenía aspiraciones profesionales como actriz. Acabó dejando sus sueños atrás y convirtiéndose en la manager de Drew, con todos los beneficios pero también problemas que ello conllevaba.
Todos esos antecedentes familiares, unidos a una infancia fuera de lo común entre focos y escenarios, la llevaron a fumar su primer cigarrillo con 9 años. Según recuerda ella misma, sus adicciones se fueron encadenando a través de razonamientos propios de la niña que era: “Si ya fumo, también puedo beber”. De ahí pasó a la marihuana (que probó por primera vez de mano de su madre) y después a las drogas duras, como la cocaína.
En 1988 entró por primera vez en un programa de rehabilitación en el ASAP Treatment Center de Van Nuys (Los Ángeles), al que tuvo que volver hasta dos veces más antes de conseguir mantenerse sobria. Había tocado fondo, sus problemas eran noticia constantemente e incluso suicidarse con un cuchillo de cocina al verse sola el 4 de julio de 1989 –es el día de la Fiesta de la Independencia de EEUU y se celebra por todo lo alto–. Después de su última estancia en el centro, decidió escribir su historia a modo de catarsis: el fin de la primera parte.
Durante las últimas décadas su vida ha cambiado mucho: es una figura exitosa dentro de la industria cinematográfica, tiene dos hijas, una marca de cosmética llamada Flower Beauty y es Embajadora contra el Hambre del Programa de Alimentación Mundial de las Naciones Unidas, entre otras cosas. Pero ahora, la oscuridad de Little Girl Lost vuelve a ser noticia precisamente por la salida a la venta de su segunda y amable biografía (es su tercer libro: en 2014 publicó un libro de fotografías titulado Find It in Everything). Habrá que ver si Wildflower consigue borrar el recuerdo de aquel diario adolescente que arrasó el mercado literario en 1990.