Por qué nos gusta contarle nuestra vida a un perfecto desconocido
Solemos reservar para nuestro círculo más cercano las confesiones más íntimas, pero no es del todo extraño escoger a un perfecto desconocido para confidencias personales.
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Una de las cosas que el confinamiento y todos los meses de distanciamiento social se llevaron por delante fueron las interacciones con desconocidos. Esos pequeños intercambios, que son más importantes de lo que parece, aunque suelen limitarse a algo estrictamente pragmático (con la persona que te atiende en el súper, por ejemplo) o a simples intercambios sobre el tiempo en el ascensor. Sin embargo, en ocasiones también nos encontramos contándole detalles muy personales de nuestra vida a un perfecto desconocido. Quizá a alguien a quien acabamos de conocer en un viaje y con quien acabamos hablando de nuestros miedos más íntimos. O quizá a una chica que se convierte en nuestra mejor amiga durante los cinco minutos que compartimos en el baño de un bar de copas bien entrada la noche.
Tendemos a pensar que lo habitual es reservar las confidencias para personas muy cercanas y con las que tenemos mucha confianza, pero tanto nuestra propia experiencia como algunos estudios muestran que no es así. Según los resultados de una encuesta publicada en 2013, el 45% del círculo con el que discutimos temas que consideramos importantes está formado por personas no cercanas. A veces, son profesionales como médicos o psicólogos o personas que consideramos que saben del tema en cuestión. En otras ocasiones, se convierten en confidentes únicamente por estar presentes en ese momento en el que necesitamos compartir algo. Pero también hay momentos en los que precisamente ser un desconocido hace que sea lo que necesitamos.
“Un extraño nos ve como somos, libre de idealizaciones y autoengaños y eso es algo muy liberador para relacionarnos y poder expresarnos”, explica la psicóloga Fátima Servián Blanco, del Centro de Psicología Renacer. Para la experta, los desconocidos se convierten a veces en confidentes porque, al no saber cómo somos, no tener una idea preconcebida de nosotros, sentimos que no nos juzgarán. “No hay ese consejo final, ese querer o creer que la persona es de una determinada manera”, señala.
La psicóloga Aintzane Goikoetxea desgrana las distintas razones que nos llevan a esa situación. En primer lugar, al tratarse de un desconocido, tenemos poco que perder si no nos escucha o no es tan empático como queremos. Además, al no conocernos y no tener una idea previa sobre cómo somos, quizá nos pueda dar un feedback más objetivo. Por último, es una forma de desahogarnos sin tener que asumir ninguna responsabilidad más. “Al hablarlo con alguien de tu confianza, quizás vuelva a sacarte el tema, se involucre más de lo que necesitas o te presione para dar tal o cual paso para el que tú no estás preparado. Un desconocido no va a exigirte eso, porque probablemente no lo vuelvas a ver”, explica Goikoetxea.
Esto último es también lo que concluyó un estudio publicado en 2021 en la revista Journal of Personality and Social Psychology. En particular, las autoras se centraban en las conversaciones en las que desvelamos inseguridades, y buscaban responder a la pregunta de por qué preferimos tratar ese tema con un extraño antes que con un amigo. Su conclusión probó su hipótesis: con los amigos, anticipamos recordatorios de esa conversación, que vuelvan a sacar ese tema, algo que puede ser doloroso. Alguien a quien no volveremos a ver es un confidente más seguro. Ocurre incluso en conversaciones imaginarias: cuando se les pedía a los participantes en el estudio que se imaginaran contándole inseguridades a un amigo y a un desconocido, le daban más detalles a este último.
Goikoetxea apunta también que nos podemos sentir más seguros con extraños porque “el hecho de no volverle a ver te da también una sensación de que tu intimidad está protegida, de que lo que le has contado no se va a esparcir por ahí como un rumor, porque el desconocido y tú no tenéis personas en común”.
Burbujas de intimidad
Las confidencias a desconocidos no nacen siempre del deseo de desahogarse por algo: puede ser el simple contexto espacial, el lugar y la situación en la que nos encontramos, la que propicia una sensación de intimidad. Si, por ejemplo, nos descubrimos hablando de nuestras preocupaciones más íntimas con la persona que se sienta a nuestro lado durante un vuelo, esto puede deberse a que compartir un espacio físico más bien pequeño durante un tiempo hace que experimentemos “una sensación de intimidad como consecuencia de la proximidad física”, indica Marta Santarén, profesora Grado de Psicología en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). “Generalmente compartimos nuestro espacio personal con las personas más cercanas y este tipo de situaciones pueden disparar esta sensación de falsa intimidad”, señala. Por otro lado, añade, “desvelar información íntima a un perfecto desconocido puede verse facilitado por el principio de reciprocidad, es decir, nuestro interlocutor comienza a desvelar sus entresijos personales y nos vemos en la obligación de corresponder esa falsa sensación de confianza”.
Por supuesto, no todo el mundo acaba contándole su vida a extraños en cuanto se encuentra en una situación propicia. “Rasgos de la personalidad como la extroversión y su identidad social pueden hacer que este perfil se distienda en una situación de anonimato, al menos puntualmente”, señala Santarén, que pone como ejemplo las confesiones que pueden tener lugar en la barra de un bar. “El anonimato puede facilitarnos un contexto muy inspirador para la reconstrucción de la experiencia que estamos desvelando y, por ende, de nosotros mismos”, añade.
Con todo, siempre que compartimos algo muy personal tanto con extraños como con nuestro círculo de confianza, buscamos lo mismo: apoyo social. “La empatía, la unión y la conciencia social se inscriben como máximas necesarias para la salud física y psicológica del individuo”, apunta Santarén, quien hace referencia a la distinción que hace la autora Paula Augustina Caccia entre apoyo social confidencial y apoyo social afectivo. “El primero se refiere a la importancia que tiene para un individuo el poder contar con personas a quien confiarle conflictos, situaciones problemáticas o cuestiones que requieren comprensión y ayuda. El apoyo afectivo hace referencia al apoyo que una persona puede encontrar mediante la comunicación con un otro, satisfaciendo necesidades emocionales, sintiéndose valorado, aceptado y querido por los demás”, explica.
¿Significa todo esto que de alguna forma es preferible contar ciertas cosas solo a extraños? Para nada. La psicóloga Aintzane Goikoetxea puntualiza que “siempre suele ser más gratificante hablar de ti mismo con alguien al que quieres que con un desconocido”, ya que es así como se fortalecen las relaciones. “Mostrar tu intimidad supone un riesgo, por supuesto. Implica la posibilidad de que al otro no le guste lo que le cuentas o incluso de que te rechace, pero también se abre la posibilidad de construir un afecto más fuerte y sólido, basado en el respeto por todo lo que eres. Esconder partes de uno mismo con las personas que quieres suele ser más perjudicial que beneficioso, suele generar síntomas de ansiedad, porque cuando escondes partes de ti no te estás tratando con dignidad”, concluye.