¿Por qué hablamos solos?
Pese a que todos hablamos solos alguna vez, seguimos pensando en ello como un signo de inestabilidad mental. Sin embargo, los expertos opinan que es todo lo contrario.
Ahora cada vez que vemos, o más bien oímos, a alguien hablando solo por la calle, tendemos a pensar que seguramente esté usando el manos libres del teléfono móvil. Pero reconozcámoslo, quien más o quien menos habla de vez en cuado solo y cuando se da cuenta de que no lo hace en la intimidad de su casa, sino en un lugar público, mira a su alrededor para ver si alguien más se ha dado cuenta.
Porque pese a que todos hablamos solos alguna vez, seguimos pensando en ello como un signo de inestabilidad mental. Pero, ...
Ahora cada vez que vemos, o más bien oímos, a alguien hablando solo por la calle, tendemos a pensar que seguramente esté usando el manos libres del teléfono móvil. Pero reconozcámoslo, quien más o quien menos habla de vez en cuado solo y cuando se da cuenta de que no lo hace en la intimidad de su casa, sino en un lugar público, mira a su alrededor para ver si alguien más se ha dado cuenta.
Porque pese a que todos hablamos solos alguna vez, seguimos pensando en ello como un signo de inestabilidad mental. Pero, ¿por qué está mal visto tener conversaciones con la persona que más tiempo pasamos, es decir, con nosotros mismos? Tal y como apunta la psicóloga Nayara Malnero, lo cierto es que hablar solo es una actividad mucho más común de lo que parece. “Habitualmente lo hacemos mientras realizamos otra tarea, porque utilizamos el habla como apoyo. Algo así como tomar notas del día a día, no en una agenda, sino en nuestra cabeza”.
Es por ello que generalmente, cuando hablamos solos, tendemos a darnos instrucciones, correcciones o ánimos, “como una ayuda para apuntar y organizar las ideas del día”, señala Malnero. Se trata al fin y al cabo de una manera de resolver conflictos con uno mismo o incluso de una forma de ayudarnos a simplificar situaciones, “de darnos feedback”. La psicóloga asegura que incluso, en algunos casos, “animo a mis pacientes a hablar en alto y hacerse a sí mismos de poli bueno y poli malo, para ayudar a relativizar algunas situaciones o para que les ayude a comprenderlas”.
Igualmente diferencia el hecho de hablar con uno mismo a hacerlo con otras personas, por ejemplo cuando conducimos, aunque no nos oigan, o con las tecnologías, cuando trabajamos, teniendo en cuenta que en este caso sería un diálogo en el que simplemente no esperaríamos respuesta. Sin embargo Malnero advierte que “si la persona habla sola porque es la única forma de encontrarse bien o si lo hace creyendo que realmente hay alguien más con ella, realmente estaríamos ante un problema”.
Una señal de buena salud neurológica
Hablar solos no es solo una costumbre que aprendemos por inercia o un ejercicio que nos pueden recomendar en terapia, es realmente un mecanismo que nuestro cerebro utiliza, quizás para salvaguardar no solo nuestra salud mental, sino neurológica.
Así, un estudio realizado por las Universidades de Wisconsin y de Pennsylvania, publicado en la revista Quarterly Journal of Experimental Pyschology, concluía que el acto verbal de hablar a solas ayuda a mejorar la atención en lo que hacemos, ya que es una forma de aumentar la concentración, a la vez que reduce las distracciones. En este estudio, que se realizó con 20 voluntarios, también se evidenciaba que hablar solos, lejos de ser un síntoma de locura, es una forma de ser más decisivos, controlar los pensamientos y las reacciones cognitivas y emocionales, para ayudarnos a “seguir en foco”.
Tal y como aporta Juan A. Cruz Velarde, neurólogo experto en neurodesarrollo, “el habla interna -la experiencia del pensamiento verbal silencioso- ha estado implicada en muchas funciones cognitivas, y es útil incluyendo la resolución de problemas, memoria de trabajo, la creatividad y la autorregulación”.
Respecto a cómo se manifiesta a nivel neurológico, el especialista relata que “a nivel de neuroimagen, utilizando la tomografía por emisión de positrones (PET), se ha comprobado que el habla interna se asocia con una mayor actividad en el giro frontal inferior izquierdo”. De esta forma, “los datos sugieren que la articulación silenciosa de oraciones implica actividad en un área relacionada con la generación del habla, mientras que imaginar el habla se asocia con una actividad adicional en regiones asociadas con la percepción del habla”, por lo que se concluye que el habla interna tiene incluso su propio mecanismo en nuestro cerebro, a diferencia de cuando hablamos con otras personas. Algo que no es simple casualidad, sino parte de la sabiduría de la naturaleza.
Así, Cruz Velarde resume que “el habla interna es positiva para la salud porque denota una buena función cognitiva, mejora la salud emocional y nos ayuda a establecer planes de acción, secuenciando nuestros pensamientos. Solo cuando esta actividad interna nos aísle, vaya en detrimento de nuestras relaciones sociales, sea excesiva u obsesiva, debe preocuparnos”.
Los bebés también lo hace
Otra de las pruebas de que hablar solo es algo común a todos nosotros, aunque sea en diferente grado o medida, es que lo hacemos ya desde pequeños, y es que quien pase tiempo con bebés, sabrá bastante de esos monólogos a solas. Sobre esta idea, Leticia Fernández, pedagoga en PIMILE, incide en que “desde que comenzamos a emitir los primeros sonidos una persona normoyente se autoestimula con la variación de tono, intensidad, ritmo, etc. por el hecho de sorprenderse con las propias posibilidades de acción y/o el placer de realizarlo”. Es por ello que ya entre el año y el año y medio realizamos monólogos en los que expresamos nuestro pensamiento en voz alta “no como forma de interacción, sino como método de autodirección”.
Según la experta, “incluso hasta los 2-3 años podemos continuar con monólogos aunque estemos en situaciones con más niños. Es una forma de interactuar con nosotros mismos, puesto que el lenguaje es la herramienta principal para regular la conducta y las emociones, así como el pensamiento”.
Juan A. Cruz Velarde, como experto en neurodesarrollo, explica que es importante aclarar que el lenguaje pasa por varias etapas. De las mismas destaca que en la primera, “el niño usa el habla para controlar el comportamiento de otros”, por ejemplo a través de las risas, el llanto o los gritos. En una segunda etapa, existe un lenguaje externo propio o egocéntrico, en torno a los 5 o 7 años, en los que “los niños suelen hablarse a sí mismos, independientemente de que alguien los escuche”. De esta forma exponen las cosas en voz alta, “en un intento de guiar su propio comportamiento. Así, pueden hablar de lo que están haciendo mientras lo hacen”. Por último, en la tercera etapa estaría el desarrollo del habla, en el que ya “son capaces de involucrarse en todas las formas de funciones mentales superiores”.
Sobre cómo evoluciona este lenguaje interno una vez que nos convertimos en adultos, Leticia Fernández aclara que “no es que perdamos esta costumbre con el paso de los años, sino que aprendemos a autocontrolarnos en entornos más sociales, puesto que nos damos cuenta de que no parece que esté bien visto el ver a un adulto hablar solo”.
Así, según crecemos procuramos no manifestar nuestros pensamientos en voz alta, aunque sigamos hablando con nosotros mismos de forma interna, sin embargo, “es cierto que en momentos de mayor comodidad o intimidad, los adultos continuamos hablándonos como cuando éramos más pequeños”.
Cómo nos adaptamos a este proceso es fundamental, ya que “el peligro está en silenciar nuestra habla interna del todo o pretender hacerlo, puesto que continúa siendo un recurso efectivo para la memorización, el recuerdo, la autorregulación tanto conductual como emocional, y facilitadora además del pensamiento, por lo que como vemos es imposible el silenciarla y es muy sano el hablar con nosotros mismos tengamos la edad que tengamos”. Es decir, que siempre que no sea en exceso, hablar solo tiene múltiples ventajas.