«El problema no es pensar mucho, el problema es no pensar bien»: ¿existe una forma inteligente de preocuparnos?
“La única forma de frenar los pensamientos de preocupación es empezando a hacer algo, lo que sea. Dejar de preocuparse y comenzar a ocuparse”, afirma la psicóloga Ingrid Pistono.
Todos hemos querido ser esa persona. No hablo de belleza, de éxito, o ambición. Tampoco de carisma o predisposición a caer bien. Hablo de esa que nunca la he visto pensar más de la cuenta, entrar en bucle o anticiparse a algo. No muestra evidencias de tener sudores fríos cuando recibe un mensaje apocalíptico, vive despreocupada del qué dirán y huye de los saltos temporales a futuro. Hay algo de ella que siempre he querido tener: la capacidad aparente de que le importe todo un bledo.
Esa persona –compañera de trabajo, conocida o miembro del grupo de amigos de toda la vida– suele ser la e...
Todos hemos querido ser esa persona. No hablo de belleza, de éxito, o ambición. Tampoco de carisma o predisposición a caer bien. Hablo de esa que nunca la he visto pensar más de la cuenta, entrar en bucle o anticiparse a algo. No muestra evidencias de tener sudores fríos cuando recibe un mensaje apocalíptico, vive despreocupada del qué dirán y huye de los saltos temporales a futuro. Hay algo de ella que siempre he querido tener: la capacidad aparente de que le importe todo un bledo.
Esa persona –compañera de trabajo, conocida o miembro del grupo de amigos de toda la vida– suele ser la excepción a una regla no escrita: la preocupación es algo innato en el ser humano. Nos preocupamos por los resultados de la última analítica, la guerra a 3.000 kilómetros de distancia, cómo decir ‘no’ a alguien sin ofenderle, los cargos a una cuenta que no ingresa o la última discusión con un ser querido. Es un runrún constante. Empieza como un ligero zumbido y acaba convirtiéndose en un ruido molesto antes de acostarnos, en clase de body pump o de camino al trabajo.
Esa preocupación puede colocarse en el pecho, el estómago o la cabeza y llevarnos a crear escenarios ficticios. Un tenemos que hablar se convierte en una sucesión de ideas que giran en torno a la invención de una ruptura acelerada, una molestia en las sienes puede ser indicativo de una enfermedad incurable –que suele confirmar el bueno de Google–, y la apatía de alguien muy cercano nos llena de angustia y detiene el tic tac del reloj.
La preocupación o la mala gestión de la incertidumbre
“La preocupación surge ante la incertidumbre o la falta de control sobre algo que va a suceder”, afirma la psicóloga Ingrid Pistono. Según cuenta, al pensar en el futuro tendemos a imaginar el peor escenario posible, por poco probable que sea. Eso no evita que dejemos de darle vueltas; al contrario, son ideas que cuesta esquivar y que acaban por convertirse en lo denominado por la experta como “pensamientos pegajosos”, es decir, la primera ficha de un efecto dominó repleto de “y si” o “tal vez”.
Preocuparse, en ocasiones, resulta el antídoto perfecto frente a situaciones en las que no se puede hacer nada. Tal y como explica la terapeuta Patricia Maguet, sentir preocupación da una cierta sensación de control. “Cuando me preocupo por algo, aunque sea momentáneamente, me siento menos impotente. Por ejemplo, si mi hijo sale por la noche y me preocupo por lo que estará haciendo, parece que de alguna forma le esté protegiendo”, añade la psicóloga. Aun así, la experta destaca la necesidad de establecer la diferencia entre la preocupación sana –veo cosas que no encajan y decido hacer algo al respecto– y la ansiedad, una tendencia a pensar demasiado en todo lo que podría salir mal, experimentar dificultad en concentrarse o sentir como amenazantes situaciones que no lo son.
Si bien ambas profesionales se encuentran con casos muy diferentes en consulta, existe un denominador común en la mayoría de sus pacientes: el miedo a lo que vendrá. El informe Cigna 360 Wellbeing Survey, desarrollado por la empresa aseguradora homónima, recoge que, en España, la principal preocupación y causa de estrés es el actual coste de vida (41%), seguido de la incertidumbre acerca del futuro (35%), y los conflictos globales y el actual mapa político rozando el 30% de los encuestados.
El género también influye en cómo se vive la preocupación. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, los trastornos mentales como la depresión y la ansiedad son dos veces más frecuentes en las mujeres que en los hombres. Prueba de ello, los resultados del estudio conducido por la marca de suplementos británica Healthspan. El informe concluye que las mujeres pasan una media de casi dos horas al día preocupadas o estresadas –frente a la hora y media que pasan los hombres–, y dos tercios de este tiempo lo dedican a sentirse ansiosas por otras personas y no por sí mismas. A propósito de esto, la psicóloga Meg Arroll comenta: “El impacto psicológico en las mujeres es enorme, ya que llevan vidas ajetreadas y a menudo estresantes, cuidando de sus familias, trabajando y permaneciendo conectadas con sus amigos y actividades sociales. Gestionar todo esto aumenta su estrés”.
“Dejar de preocuparse y comenzar a ocuparse”
Ante una sociedad eminentemente preocupada, ¿qué se puede hacer? En el a veces cálido abrazo de internet, varios usuarios comparten una serie de trucos, algunos curiosos, otros usuales, pero todos útiles: desde parar y mencionar en voz alta el color de los objetos de una sala, coger un bus y hacerse toda la línea escuchando música, practicar deporte, o relativizar acordándose de que uno no es cirujano y que, de cometer un error, no ocurre absolutamente nada irreversible, hasta tratar de comprender las limitaciones de la experiencia humana, leer novelas por las noches o someter al pensamiento intrusivo a preguntas como: “¿Qué evidencias hay de que esto sea cierto?” “¿Existe alguna alternativa a este pensamiento? “¿Confundo un pensamiento con un hecho?”
Las redes están plagadas de fórmulas para evitar la preocupación que paraliza. Existen decenas de charlas TED destinadas a hablar sobre cómo salir del bucle, vídeos en YouTube que comparten las claves para dejar de preocuparse y consejos de creadores de contenido que usan TikTok o Instagram como altavoz. Jay Alderton es uno de ellos. En su cuenta, con más de 1.000.000 de seguidores, reflexiona sobre el valor del presentismo con estas palabras: “No puedes cambiar el pasado, pero sí puedes arruinar el presente al preocuparte por el futuro”, lo que secundan sus seguidores con: “Necesitaba escuchar esto hoy” o “Llevas razón”.
Para la psicóloga Ingrid Pistono, el acto de preocuparse en sí mismo no es algo negativo. “El problema no es pensar mucho, el problema es no pensar bien. Hay que hacer un esfuerzo y detectar las cadenas de pensamientos que nos llevan a la parálisis o a la frustración y frenarlas”. La solución pasa por tratar de preocuparse de forma más inteligente, hacer un esfuerzo por dejar de pensar y comenzar a actuar. “La única forma de frenar los pensamientos ‘y si…’ es empezando a hacer algo, lo que sea. Dejar de preocuparse y comenzar a ocuparse”, afirma.
¿Cómo? La experta recomienda tratar de pasar cada pensamiento por el filtro de la razón y no solo por el rasero de la emoción, valorar desde la calma –dejando reposar el problema y volviendo a él en otro momento–, ser conscientes de los puntos flacos que pueden desencadenar en nervios y preocupación, y aprender a gestionar nuestro tiempo para no saturarnos ni física ni mentalmente.
Es hacia esa preocupación sana de la que habla la psicóloga Patricia Maguet, que sirve como fuente de autoconocimiento para tomar decisiones y poner cambios en marcha, hacia donde se debe andar. Y acogerse a aquello que dijo Carl Sagan sobre la Tierra a raíz de su fotografía Un punto azul pálido, donde el planeta toma forma de una mota ínfima. El astrofísico escribía en referencia a la imagen: “Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida”. Recordar eso, que estamos de paso y que vivimos en un lugar minúsculo en lo vasto del universo, es también una forma de compartir, y aligerar, la carga.