Rulos y sombrillas
Todo es política, aunque a veces, sencillamente, hace demasiado calor.
Guardo en un cajón de mi casa una bolsa de tela con unos rulos rosas de velcro, un peine de punta y unas horquillas que recuerdan a Barbie. La usa mi madre dos veces al año, cuando viene a visitarme a Madrid. Su imagen viendo una película, haciendo un crucigrama o leyendo una revista como esta con la cabeza llena de rulos es una constante desde que tengo uso de razón (aunque hay días en los que no la tengo). Ella no quiere oír hablar de planchas ni tenacillas. “Los rulos son mejores”, aclara siempre que me descuido, y añade: “Póntelos. Verás qué mona”. Un día, en nombre del periodismo de inves...
Guardo en un cajón de mi casa una bolsa de tela con unos rulos rosas de velcro, un peine de punta y unas horquillas que recuerdan a Barbie. La usa mi madre dos veces al año, cuando viene a visitarme a Madrid. Su imagen viendo una película, haciendo un crucigrama o leyendo una revista como esta con la cabeza llena de rulos es una constante desde que tengo uso de razón (aunque hay días en los que no la tengo). Ella no quiere oír hablar de planchas ni tenacillas. “Los rulos son mejores”, aclara siempre que me descuido, y añade: “Póntelos. Verás qué mona”. Un día, en nombre del periodismo de investigación, quise entender por qué durante décadas habían sido el gadget de belleza más usado por las españolas. Lo entendí: qué majestuosidad. Un rulo bien puesto te convierte en una diva.
Pienso en unas mujeres que vi paseando por Gran Vía a pleno sol con una sombrilla en la mano. No eran japonesas, ni extras de una película de época, sino que llevaban tops de ganchillo y enviaban audios con un acento andaluz como el mío. Las sombrillas son incómodas, y cuando las llevamos, apetece caminar dando pasitos cortos, pero aun con estos inconvenientes, de vez en cuando, aparecen por nuestras calles sin árboles. El calentamiento global influye y que somos peliculeras y noveleras, también. Los rulos nos hacen parecer divas y una sombrilla nos convierte en la condesa Olenska en La edad de la inocencia y eso me parece bien, como todo lo que no se toma muy en serio, aunque lo sea. Los códigos de belleza no son estáticos y eso me parece aún mejor.
El calor del verano condiciona nuestro aspecto, nuestra cosmética y nuestros movimientos. Aún no he caído en la sombrilla, pero sí en las Booby Tapes, esas cintas adhesivas que elevan el pecho y, sobre todo, permiten olvidar el sujetador. Considero y pruebo toda alternativa a esa prenda: cubiertas de silicona, parches, adhesivos para pezones, adhesivos para escotes… Las hermanas Bianca and Bridgett Roccisano fundaron Booby Tape en 2018 y ellas definen esta marca, con desparpajo, como “el primer cosmético para el pecho”; en la última edición de Cosmoprof ocupaban un lugar prioritario. Estas australianas se precian de haber diseñado las cintas originales (de hecho, hoy hay copias por todos lados) y también de que celebridades como Jennifer Lopez o Gigi Hadid usen sus productos. Existen cremas para la firmeza del pecho, y son útiles, pero este invento sencillísimo tira por la calle del medio y apuesta por el corto plazo.
Evitar el sujetador no nos convierte en feministas con carné, ni usarlo en mujeres sometidas. La prenda no es inocente, ninguna lo es, y en esta resuenan, de lejos, ecos de libertad o represión, aunque en ocasiones, el símbolo se relaje. No todas las razones de su olvido son políticas: la firmeza del pecho ya no es prioritaria y encontramos mucha ropa con escotes traseros. Hemos sobrepolitizado el cuidado personal y, aunque agota, eso es mejor que infrapolitizarlo y despojarlo de significado, porque no hay nada más profundo que lo que roza la piel. Es política no depilarse y también depilarse, teñir las canas y dejarlas libres, tener las manos ocupadas con una sombrilla o usar gorra, peinarnos como nuestras madres o despeinarnos, llevar las uñas largas o con manicura de bailarina. Todo es política, aunque a veces, sencillamente, hace demasiado calor y nos apetece lucir la espalda. Aunque, pensándolo bien, eso también es política.
*Anabel Vázquez es periodista. ¿Sus obsesiones confesas? Las piscinas, los masajes y los juegos de poder.