Los ferrari de los bronceadores o cómo los polvos solares se convirtieron en la estrella del verano
Desde 1984 hasta hoy la belleza no se entiende sin unos brochazos que simulen un moreno natural.
“¡Qué guapa estarías con un poco de maquillaje!”. Contaba Cindy Crawford hace 30 años (en su libro Basic Face) que este era el mejor piropo que había recibido nunca, un día nada más salir a la calle, sí, recién maquillada. Tenía la obsesión de que nadie se percatara de esos pequeños retoques que le alegran la cara a cualquiera (incluida ella). Quizá sus cejas naturalmente marcadas y su tendencia natural al bronceado le ponían más fácil la tarea; quizá estaba cansada de tanta sombra de ojos, de tanto colorete rosa, de tantísimo pintalabios marcado.
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“¡Qué guapa estarías con un poco de maquillaje!”. Contaba Cindy Crawford hace 30 años (en su libro Basic Face) que este era el mejor piropo que había recibido nunca, un día nada más salir a la calle, sí, recién maquillada. Tenía la obsesión de que nadie se percatara de esos pequeños retoques que le alegran la cara a cualquiera (incluida ella). Quizá sus cejas naturalmente marcadas y su tendencia natural al bronceado le ponían más fácil la tarea; quizá estaba cansada de tanta sombra de ojos, de tanto colorete rosa, de tantísimo pintalabios marcado.
Pero lo cierto es que la década de los ochenta, también en la belleza, se definió por la máxima del más es más. Tanto es así que ir a la playa (y salir de ella) exigía un bronceado perfecto. Oscuro, evidente, marcado. En su afán por emular esa belleza aparentemente natural de iconos emergentes como Crawford (que parecía siempre besada por el sol), millones de mujeres probaron todo tipo de soluciones: de remedios para no recordar –como teñirse el cuerpo con yodo o tomar el sol con aceite de cocina– a nuevas soluciones –como los anaranjados autobronceadores que salían al mercado–. El maquillaje en aquel momento se centraba en colorear ojos y labios, y aunque se puso de moda utilizar aceites de coco y zanahoria para acelerar el bronceado, ningún cosmético parecía igualar a ese golpe de sol en la cara. Hasta que llegaron los primeros polvos bronceadores al mercado.
Nada más salir a la venta, en 1984, se convirtieron en el cosmético estrella del verano. Si ya estabas morena, potenciaban visiblemente el bronceado; si aún no lo estabas, lo simulaban a la perfección. Aquel invento cambió para siempre la forma de maquillarse a diario para muchas mujeres, un éxito que dura hasta el día de hoy. La fama precede a su nombre: los Terracotta, de Guerlain.
Conocidos como «el Ferrari de los bronceadores», cada 20 segundos se venden unos en algún rincón del mundo. Desde su lanzamiento se producen en Francia en la sede principal de la marca cosmética, situada hoy en Chartres, a una hora y media al sur de París. Aunque su fórmula ha cambiado a lo largo de los años (en 1997 se incluyeron ingredientes para el cuidado de la piel), desde el principio había algo que los diferenciaba de los demás: la textura. Por primera vez existían unos polvos compactos con un tono bronceado, que no dejaban líneas ni marcas, fáciles de aplicar, con una fragancia agradable y fáciles de aplicar. Bastaba con un par de brochazos… et voilà. Años después incorporarían innovaciones, como el llamado tan boosting en 2007, que los convertiría en los primeros polvos capaces de acelerar el proceso de bronceado de la piel.
Así fue como el polvo bronceador ganó el podio al rosado colorete. El acabado sun kissed, o “besada por el sol” era la nueva tez del deseo. Brooke Shields en El Lago Azul y las portadas de Elle McPherson en Sports Illustrated Swimsuit Issue estaban poniendo el camino para otras bronceadas estrellas que vendrían después, como Heidi Klum, Gisele Bündchen y todo el séquito de Victoria’s Secret. Las marcas cosméticas comenzaron a lanzar sus versiones de este polvo ligero y para 1990 se convirtió en un cosmético básico entre las mujeres, década en la que se comenzó a regular la seguridad de los colorantes empleados.
En 2001 llegó un nuevo hito a este universo: los hoy icónicos Laguna, de la firma NARS. Cuando el maquillador profesional François Nars lanzó este bronceador de larga duración (prometía más de ocho horas sin desvanecerse), fue toda una sensación. Tanto que le salieron numerosas copias y le siguieron varios premios, un éxito que llega a día de hoy: cada hora se venden 52 Laguna en el mundo, eso es casi uno por minuto. Casi dos décadas después, este verano llegan en varias sombras más, haciéndose más inclusivos.
Todos los polvos bronceadores que marcaron un hito en la historia del maquillaje siguen siendo, a día de hoy, los más vendidos. Lo mismo ocurrió en la firma Dolce&Gabbana, que lanzó en 2009 su línea de maquillaje, creada por la legendaria Pat McGrath. Comenzó poniendo el acento en las barras de labios, y pronto añadió un toque de rubor a las polveras bronceadoras, creando unos polvos ligeros que lograban un tono saludable y joven en la piel que no pasó desapercibido en sus desfiles. El llamado efecto buena cara, en tan solo unos brochazos.
La última gran revolución, que sigue marcando la tendencia hoy, llegó en 2013 de la mano de Chanel. En aquel momento el bronceador en crema era una rareza. La firma francesa decidió apostar por esta textura y lanzó un producto que a día de hoy se recuerda como un tótem de la belleza de verano: Soleil Tan no solo era cremoso sino que además eliminaba el brillo y dejaba un acabado mate seco. Los maquilladores descubrieron con él un resultado mucho más natural. No era una base de maquillaje ni un polvo convencional: tenía lo mejor de los dos productos. Aportaba un halo bronceado, difuminaba las imperfecciones y nunca dejaba marcas. Hoy sigue siendo tal éxito que cuando la firma anunció que dejaba de producirlo, comenzaron a surgir reventas del producto con precios carísimos en internet. Sin embargo, lo que parecía un final era en el fondo un nuevo comienzo, ya que este mismo verano, Chanel ha relanzado su icónico Soleil Tan (ahora con el nombre de Les Beiges Crème Belle Mine Ensoileillée, con una composición de cera, polvos y sílice (que facilitan la aplicación, y ratifican y alisan la piel) y pigmentos reflectores de la luz. Un acabado que, como describe Lucia Pica, diseñadora creativa global de maquillaje y color de la firma, “un color universal adecuado a todos los tipos de piel: parece un bronceado natural”.
Además de un producto superventas, un Soleil Tan fue la base de un cambio importante en el mundo de la belleza, el cierre del círculo: el surgimiento del “maquillaje sin maquillaje”, una nueva generación de bronceadores con nuevas texturas y mucho más ligeros que conseguían, por fin sí, aquel piropo que Crawford tanto deseaba escuchar.
Cómo aplicarlos (bien)
Hace unas semanas Chanel presentó a la prensa sus novedades en cosmética para el verano 2020. Una experiencia digital en la que Iván Gómez, maquillador oficial de la casa, hizo un alegato sobre los polvos bronceadores: “Cuántas veces decimos los maquilladores que el polvo bronceador cumple una función muy concreta. Esta no es tanto subir el tono, que también, sino realzar los contornos del rostro, ahí donde hay hueso”, explicaba.
Según este profesional, una piel pálida no debería aplicarlos de forma homogénea por el rostro porque el resultado va a ser plano, sin volumen ni estructura. “Lo ideal es hacer un juego de contrastes entre tonos oscuros y tonos claros. La zona del centro de la cara siempre tiene que quedar más clara; los contornos, más oscuros, ya que suelen ir perdiendo densidad y definición, pero que podemos realzar para que el envejecimiento no sea tan evidente.”
El gesto de Gómez para la brocha (aconseja una tipo kabuki) es el siguiente: “Empezamos en los parietales de ahí nos vamos a la parte baja del pómulo y de ahí a la mandíbula: es la llamada técnica del 3 (por el trazo que dibuja, visto desde el lateral del rostro). El polvo bronceador siempre tiene que ir en esa zona de contornos, nunca en la zona central de la mejilla, que es la del colorete. Este será más favorecedor si en lugar de tonos marrones, dorados o naranjas, es rosado o melocotón”.