La barra de labios cumple 100 años
Icono de la cultura popular, utilizado como arma ideológica y medida económica, el labial sigue vendiendo cada año más de 900 millones de unidades en todo el mundo.
En la Antigüedad, lo utilizaban los sumerios, los egipcios, los griegos y los romanos. Lo llevaban desde Cleopatra hasta la esposa de Nerón. En aquel entonces se trataba de una pasta compuesta por ceras, aglutinantes como el huevo y colorantes extraídos de rocas, raíces o insectos. Pero la verdadera revolución de este cosmético no llegó hasta 1915. Fue el año en el que la producción en masa alcanzó a este esencial del maquillaje, cuando el fabricante estadounidense Maurice Levy creó la barra de labios tal y como la conocemos hoy.
La marca Guerlain ya se había dado c...
En la Antigüedad, lo utilizaban los sumerios, los egipcios, los griegos y los romanos. Lo llevaban desde Cleopatra hasta la esposa de Nerón. En aquel entonces se trataba de una pasta compuesta por ceras, aglutinantes como el huevo y colorantes extraídos de rocas, raíces o insectos. Pero la verdadera revolución de este cosmético no llegó hasta 1915. Fue el año en el que la producción en masa alcanzó a este esencial del maquillaje, cuando el fabricante estadounidense Maurice Levy creó la barra de labios tal y como la conocemos hoy.
La marca Guerlain ya se había dado cuenta de que el bálsamo labial se aplicaba mejor si se vendía en forma de cilindro y las aristócratas francesas lo compraban envuelto en frágiles tubos de cartón. Pero Levy sabía que solo podría producirse en grandes cantidades si evitaba que las barras se aplastaran durante el almacenaje. La solución llegó: consistía en una funda de metal con un tope que permitía subir el carmín según se iba gastando. Así nació el pintalabios moderno y, con él, uno de los gestos universalmente asociados a la feminidad, el de teñir la boca de un solo trazo como hace diariamente un tercio de las mujeres españolas, según un estudio de L’Oréal. Cada año se venden en el mundo 900 millones de unidades del invento de Levy y solo la marca MAC despacha uno cada dos segundos.
«El pintalabios se ha apoderado de la imaginación femenina más violentamente que ningún otro dispositivo de la moda», redactaba en 1923 el escritor y periodista Alexander Black. Ese año, James Bruce Mason Jr. inventaba el mecanismo giratorio que usamos actualmente, y 50 millones de mujeres estadounidenses lo utilizaron a diario.
La modelo Jean Patchett en ‘Vogue USA’ (1951).
Clifford Coffin para Vogue USA 1951 / Condé Nast Archive
Al convertirse en objeto de consumo, también había que venderlo como tal. Y ahí entra en juego la publicidad, gran moldeadora del imaginario colectivo contemporáneo. «Edwards Bernays, el creador de las ‘relaciones públicas’, comenzaba a aplicar las doctrinas psicoanalíticas de su tío, Sigmund Freud», señala Carolina Meloni, profesora de Ética y Pensamiento Político en la Universidad Europea de Madrid y experta en comunicación y género. Así, la mezcla de colorante y glicerina ampliaba y revolucionaba su significado, que iba mucho más allá de su valor de uso. «Tus labios se curvan en una sonrisa que te transforma de una bonita Cenicienta a una exquisita princesa», reza un anuncio de la perfumera Tangee en 1925. «Se asocia a una mujer sensual, sin complejos a la hora de resaltar sus atributos. Una simple barra de labios desempeñó un papel fundamental en la construcción de esta nueva subjetividad femenina», explica Meloni.
La otra disciplina que ayudó a ensalzar este básico fue el cine. «Sin su invención, la revolución en el uso de los cosméticos se hubiera dado a un ritmo mucho más lento», asegura el historiador Neville Williams, autor de Powder and Paint; a History of the Englishwoman’s Toilet (Ed. Longmans, Green&Co.). Max Factor adaptó para el gran público el maquillaje de los platós, haciendo posible lograr «el look de estrellas como Clara Bow, Theda Bara o Mae Murray». Esto creó «un lazo indisoluble entre cultura popular y barra de labios», según la historiadora Sarah Schaffer, y se amplió con iconos como el Sofá Mae West de Dalí, el pop art de Andy Warhol y Roy Lichtenstein y figuras del punk y el glam como David Bowie.
Fotograma de ‘Lo importante es amar’, con Romy Schneider (1975).
Cordon Press
Medida económica, política y social
El pintalabios ha ido más allá y hasta se ha utilizado como medidor de consumo. Leonard Lauder, presidente de Estée Lauder, acuñó la expresión lipstick index (índice del pintalabios) para demostrar cómo en tiempos de crisis las ventas del rouge aumentan. En la Gran Depresión, por ejemplo, su compra se incrementó un 25%. Sin embargo, su teoría no encaja en la actual recesión: su comercialización ha caído desde 2009 en todo el mundo (datos de la firma Milsen). ¿Su sustituto? La laca de uñas, que en Reino Unido ya supera en ingresos a la familia del gloss.
Aun así, es innegable la influencia histórica de la barra de labios en numerosos ámbitos. Durante la II Guerra Mundial, Elisabeth Arden creó un tono para las Fuerzas Armadas estadounidenses y Helena Rubinstein lanzó el color Regimental Red. El Gobierno de Estados Unidos puso en marcha una campaña bajo el lema Beauty as a Duty (‘La belleza como deber’), que animaba a las mujeres a no descuidar su imagen para dar una apariencia de normalidad a pesar del conflicto bélico.
Otro de los escenarios en los que el labial ha sido protagonista ha sido en el de las teorías feministas. Si las sufragistas utilizaron el pintalabios rojo como signo de emancipación, en los años sesenta el movimiento lo vio como un sometimiento al patriarcado. El feminismo actual va un paso más allá: «Debemos entender que el género es una pantomima. A partir de ahí, podemos desnaturalizar sus estereotipos (maquillaje, tacones, bigotes) y utilizarlos como un juego», explica June Fernández, activista y directora de Pikara Magazine. Al parecer, surge una nueva feminidad subversiva que se libera de los clichés usándolos a su antojo.
Ilustración de H. H. Harris (1920).
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