Adiós, ‘amor de madre’ para siempre y sin sufrir

Nuevo láser antitatuajes. Antes era imposible borrarlos del todo. Con el láser RevLite solo se resisten las tintas rojas, amarillas y metales.

Gtres

Hace unas semanas el actor Mark Wahlberg declaraba en televisión que, arrepentido de exhibir grabados en su piel, había llevado a sus hijos al estudio de tatuajes «para que vieran lo doloroso que es eliminarlos y se les quitaran las ganas de hacerse uno». No es el único famoso que abomina de un pasado marcado a golpe de tinta: el rapero conocido como 50 Cent se libró de todos los que tenía en los brazos y Megan Fox se deshizo del rostro de Marilyn.

¿Asistimos al ocaso del tatuaje? Al parecer, el afán por imitar los arrebatos de la celebridad de turno no es la única pista para pensar...

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Hace unas semanas el actor Mark Wahlberg declaraba en televisión que, arrepentido de exhibir grabados en su piel, había llevado a sus hijos al estudio de tatuajes «para que vieran lo doloroso que es eliminarlos y se les quitaran las ganas de hacerse uno». No es el único famoso que abomina de un pasado marcado a golpe de tinta: el rapero conocido como 50 Cent se libró de todos los que tenía en los brazos y Megan Fox se deshizo del rostro de Marilyn.

¿Asistimos al ocaso del tatuaje? Al parecer, el afán por imitar los arrebatos de la celebridad de turno no es la única pista para pensar que así es. El motivo de mayor peso: la crisis. Y, concretamente, el paro. Así lo afirma Oliva Viloria, directora de Marketing de Cynosure, compañía que comercializa el láser RevLite de Q-Switched y el primero capaz de borrarlos ya en su totalidad. «El motivo más destacado hoy en las clínicas (en un 60%) para borrar la tinta es la necesidad de causar buena impresión en el trabajo». No es el único, en cualquier caso. También renunciamos a la ornamentación perenne del cuerpo cuando nos trae malos recuerdos: «Si lleva el nombre de un ex, sobre todo; e incluso acuden militares que se tatuaron en una guerra y ahora quieren olvidar».

De la fiebre del dibujo como simple accesorio a estigma que marca sin remisión.El doctor José Luis López Estebaranz, jefe de Dermatología de la Fundación Hospital Sur de Alcorcón de Madrid, recalca que los profesionales que trabajan cara al público acuden en masa a por unas sesiones de Q-Switched para borrar, sobre todo, aquellos de zonas como las muñecas, los hombros, brazos, empeine o nuca. «Allí donde los ve uno mismo o donde quedan expuestos en el día a día».

Sin embargo, existe una generación emergente, la de los 15 años, que vuelve a apostar por el tatuaje como artículo de consumo de masas, algo confirmado por la Academia Americana de Dermatología. El 25% de los más jóvenes posee uno y la edad media para realizarlos es de 15 años. En Europa no hay datos, pero seguimos la estela. Vodoo es uno de los tatuadores de mayor prestigio en Barcelona. Su estudio, que lleva su nombre, está más vacío que hace unos años, algo que él valora positivamente. «Es cierto que está menos de moda. Quienes hace unos años acudían a dibujarse un Piolín, un demonio o un diseño hasta el cuello a lo George Clooney en Abierto hasta el amanecer (1995) ya no vienen. Sí lo hacen, en cambio, los que viven el tatuaje como estética y filosofía de vida. Hoy, si vas decorado, no encuentras trabajo ni de camarero. Es más, si viene un chico de 20 años pidiendo un dibujo en la nuca o la muñeca lo convenzo para que no lo haga». La dificultad para lograr un empleo es una desventaja, pero el precio también puede serlo. En Vodoo los tatuajes van desde 60 euros el más pequeño hasta 5.000 euros la espalda entera.

Mientras desciende ligeramente el afán por agujerearse la piel con piercings, entre los más jóvenes aún hay deseo de imprimir el cuerpo. La diferencia es que, de cansarse en el futuro, bastará con unas sesiones de láser para no dejar ni huella, y lejos de los efectos secundarios de los métodos de antes. Lo peor para Estebaranz es que, a menudo, la fiebre de la tinta tiene lugar durante «una noche loca», sin tener en cuenta las condiciones de higiene, que puede ser caldo de cultivo de dermatosis, reacciones alérgicas e infecciones (el 20% acaba en una), en ocasiones graves, como la hepatitis B y C, o incluso VIH. «Tradicionalmente se quitaban con un láser C02 ablativo que te rebanaba literalmente un trozo de carne», cuenta el dermatólogo, que, como todo el colectivo médico, ve agresión dérmica donde otros descubren arte. Las otras opciones de tortura pasaban por criocirugía (quemadura por nitrógeno) o uso y abuso de la dermoabrasión con microcristales. «Además dejaba sombra, dolía mucho y solo funcionaba con tinta negra u oscura. Hoy los colores que más se resisten siguen siendo el rojo y el amarillo, pero acaban desapareciendo».

La Agencia Americana de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobaba recientemente el Láser RevLite, con cuatro longitudes de onda: su tecnología se basa en la técnica fotoacústica (emite la energía en un pulso muy corto y hace «explotar» el pigmento sin dañar el tejido circundante) que actúa en menos pasadas y menos sesiones. Esther Roy, especialista en aplicaciones clínicas de Cynosure, confirma esta ventaja, aunque hay excepciones: los diseños que se han realizado con tinta de mala calidad y con metales, que se reconocen porque en ellos se observan pequeños reflejos. «Ocurre con el típico amor de madre y otros tatuajes de hace tiempo efectuados en sitios no siempre fiables.

Las sesiones pueden variar –dependen de la cantidad y tipo de tinta, profundidad del dibujo y tamaño–, pero a veces con tres es suficiente (frente a las ocho o diez de antes), aunque hay que distanciarlas tres o cuatro meses entre sí». Después, crema antibiótica y mucha protección solar. Cada sesión cuesta entre 150 y 300 euros. Sin embargo, todo esto puede ahorrarse con los tatuajes temporales a base de henna, algo que por segunda temporada consecutiva se consolida como boom en playas del mundo entero. Canarias, Valencia, Grecia, Marruecos, Australia o California son focos de consumo de tinta de henna, algo sobre lo que alertaba la Academia Americana de Dermatología hace poco.

El doctor Leopoldo Borrego, profesor de Dermatología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, ha realizado una tesis sobre ello. «El problema no está en la henna en sí, sino en la adulterada o ‘henna negra’, que puede provocar reacciones alérgicas en la piel». En sí la henna natural es bastante segura: como tatuaje, el polvo de la planta se mezcla con agua; hay que dejar la pasta de una a cuatro horas para que se fije el tinte y después desprender la costra seca; el dibujo permanece dos o tres semanas. «El problema es que cuando se ofertan estos tatuajes temporales los usuarios no pueden estar las dos o cuatro horas esperando a que se seque el tinte (no deben bañarse, ni cargar con bolsas), por lo que los tatuadores en los sitios turísticos adulteran ilegalmente la henna con parafenilendiamina (PPD)». Es una sustancia que se emplea en tintes del cabello y cuero cabelludo, que tarda 10 minutos en secarse y que puede producir alergias, ampollas e incluso dejar cicatrices.

¿Cómo asegurar la calidad de un dibujo temporal de henna? «Solo tenemos certeza de su seguridad con la natural . Si tiene algún apellido (roja, ayurvédica, etc.) seguro que le han añadido sustancias: en concentración de menos del 3%, y de uso exclusivo para el cabello, sería igual de inocuo que un tinte de pelo, lo que pasa es que no siempre se respeta». Ya el año pasado la Agencia Española del Medicamento realizó una advertencia sin poco calado. El dermatólogo alerta a los padres de adolescentes, sobre todo. «El riesgo de sensibilización no depende de la edad, pero hay que tener cuidado con los más jóvenes, pues son los mayores demandantes de estos grabados y los padres lo permiten por creer que son inofensivos».