Ángela Becerra, bohemia rebelde

Tras ir 10 años vestida con hábito de monja, su hermana hippy fue su primera influencia estética. La escritora, que por fin ha encontrado su estilo, siente la moda como un estado de ánimo.

Ángela Becerra no fue una niña presumida. Probablemente tuvo mucho que ver el hecho de que durante sus primeros 10 años de vida fue siempre vestida igual: con un hábito de monja. «A los dos meses tuve tos ferina –relata–; me iba a morir y mi madre, que era muy religiosa, prometió a la virgen que si me salvaba iría con hábito hasta hacer la primera comunión. Así que hasta los 10 años iba al colegio de monjas con uniforme y el resto del tiempo, con el hábito y manto de la Virgen de Fátima. Los domingos, cuando íbamos a la iglesia, veía a otras niñas vestidas igual y entendía que también se hab...

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Ángela Becerra no fue una niña presumida. Probablemente tuvo mucho que ver el hecho de que durante sus primeros 10 años de vida fue siempre vestida igual: con un hábito de monja. «A los dos meses tuve tos ferina –relata–; me iba a morir y mi madre, que era muy religiosa, prometió a la virgen que si me salvaba iría con hábito hasta hacer la primera comunión. Así que hasta los 10 años iba al colegio de monjas con uniforme y el resto del tiempo, con el hábito y manto de la Virgen de Fátima. Los domingos, cuando íbamos a la iglesia, veía a otras niñas vestidas igual y entendía que también se habían salvado de la muerte. Me daban envidia los zapatos de charol de mis hermanas, pero iba con sandalias y ni me planteaba otra cosa, sentía que tenía que estar agradecida por estar viva». Lo evoca entre risas. «En una de mis obras aparece un personaje al que le sucede esto, aunque no todos los años que lo viví yo. He sido benevolente». Tuvo que esperar hasta la adolescencia para preocuparse por el ropero. «Una de mis hermanas, Patricia, tenía mucho estilo y era la que imponía la moda en casa. Me tocó vivir la época hippy: pantalones de campana, cintas en el pelo y zapatos de plataforma. Yo la imitaba. Fue mi referente durante mucho tiempo».

Hoy, el eclecticismo es su identidad. Cuando llegó a España desde Colombia, en 1988, vestía de forma muy colorista. «Aquí descubrí el blanco y negro. Me compré las Victoria para llevarlas sin cordones, camisas blancas y faldas negras. La dualidad. Empecé una época de veranos claros e inviernos oscuros. Todavía la mantengo». Al cumplir los 40 años, un viaje a la India marcó el punto de inflexión. «Antes de marchar dejé en la editorial Planeta una recopilación de poemas que se convirtió en Alma abierta, mi primer libro». Volvió con las ideas claras. «Allí descubrí que la escritura era mi verdadero camino». La India, a la que suele volver, representa una renovación total de tal intensidad «que cuando vuelvo solo puedo vestir con camisa y tejanos». Ese minimalismo pertenece a uno de sus dos estilos. «Para mí la moda es un estado de ánimo. Hay gente que viste como quiere que la vean, pero no tiene nada que ver conmigo. Hay épocas de pantalón, camisa y camiseta desestructurada. Otras de collares, pulseras, complementos étnicos y pashminas de tintes vegetales. Mezclo sedas y algodones, lo sencillo y lo sofisticado, y estoy en predisposición de experimentar. Es una sensación de rebeldía en la que me pertenezco solo a mí».

¿Una prenda que resiste cualquier momento, tenga más o menos humor? Las cazadoras, «sobre todo las de D&G».

Una infancia muy creativa. Corre unos siete kilómetros diarios, sigue con unos minutos de yoga y finaliza con meditación. A partir de ahí, arranca su jornada. «Soy observadora. Hay días que no abro la boca, me acuesto por la noche sin haber hablado nada… ¡qué maravilla!». Desde que trasladó su estudio a Barcelona –vive con su familia en un pueblo cercano– sus días empiezan aquí, en el corazón histórico de la ciudad, entre el bullicio generado por los turistas que visitan el vecino Museo Picasso y el silencio sepulcral de este espacio a su medida. «Mi madre siempre quemaba incienso, me crié con ese olor, me encanta que huela así porque tengo la sensación de volver a casa. Estoy rodeada de velas, su luz es mágica». Su primera novela, De los amores negados, con la que consiguió el Latino Literary Award, marcó el inicio de una de sus varias vidas –se casó por primera vez a los 16 años–, la de escritora. Cuatro novelas en 10 años y a punto de presentar la quinta en 2012.

Pertenece a una familia numerosa de siete hermanos. «Estamos muy unidos. Mi madre, inquieta y culta, nos inculcó el gusto por disfrutar de las cosas más sencillas. El abuelo, un sabio, fue quien me enseñó a leer y a escribir. A los seis años me regaló Peter y Wendy de Barrie. Dormía con él bajo la almohada y lo aprendí de memoria. Enseguida empecé a escribir cuenticos en los que sucedía lo que hubiera querido que me pasara». Se recuerda como una niña callada. «Me gustaba estar bajo la cama. A veces oía que me buscaban y mi madre decía: “Dejadla, que ella está en otro mundo”». La escritura fue su vía de escape entonces y también durante los 20 años que dedicó a la publicidad. «Soy cazadora de situaciones. Siempre he vivido de imaginar, lo anoto todo, no sé vivir sin mi libreta». La crítica la sitúa como impulsora del idealismo mágico. «No me gustan las clasificaciones», comenta. «Vengo de un país, Colombia, en el que de forma natural las historias mezclan ficción y realidad. Cuando mi abuelo hablaba de los aullidos nocturnos que se oían en la finca, decía que eran el llanto de una novia a la que habían arrancado la cabeza. Uno, inevitablemente, termina reflejando sus raíces y su infancia».

Albert Font

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