Amigos hablando como pitufos: la aceleración del audio en WhatsApp plantea un debate sobre la atención
La aplicación ofrece la opción de escuchar las notas de voz a 1.5x, una posibilidad cada vez más utilizada en otros soportes, pero que genera también mucha resistencia.
Ha sido el pasatiempo de los últimos días. WhatsApp incorporó la posibilidad de escuchar los audios a velocidad 1,5x en su última actualización y en muchos chats se ha estado jugueteando con la nueva función, probando a ver quién suena más como un pitufo que haya tenido acceso a drogas recreativas.
La empresa, que pertenece a Facebook desde 2014, ha terminado por facilitar esta opción porque observaron que muchos usuarios se bajaban aplicaciones complementarias como TalkFaster para acelerar el tiempo de escucha de sus audios, que son cada vez más frecuentes. El uso de las notas de voz s...
Ha sido el pasatiempo de los últimos días. WhatsApp incorporó la posibilidad de escuchar los audios a velocidad 1,5x en su última actualización y en muchos chats se ha estado jugueteando con la nueva función, probando a ver quién suena más como un pitufo que haya tenido acceso a drogas recreativas.
La empresa, que pertenece a Facebook desde 2014, ha terminado por facilitar esta opción porque observaron que muchos usuarios se bajaban aplicaciones complementarias como TalkFaster para acelerar el tiempo de escucha de sus audios, que son cada vez más frecuentes. El uso de las notas de voz se ha disparado de manera imprevista en una aplicación que durante muchos años funcionó solo en forma de charlas redactadas.
Ahí, WhatsApp se mueve al mismo ritmo que el resto de redes sociales, que en los últimos cinco años han consolidado el paso de lo escrito, e incluso de lo visual, a lo oral: Clubhouse es, en esencia, una convención de microconferencias; Facebook ha anunciado una serie de funciones de audio para retener a todos los usuarios jóvenes y perder el aura de “la red social de los boomers”, entre ellas una función llamada Soundbites, que pretende ser como Tik Tok pero sin imágenes. Incluso Twitter, la red escrita por excelencia, ha incorporado sus Spaces, habitaciones virtuales en los que los usuarios pueden hablar de viva voz. Aunque hace ya unos meses que funciona, Spaces sigue desconcertando a muchos habituales de una red, en la que, incluso si no se guarda el anonimato, existe un fuerte componente de autoficción. Es decir, todo el mundo se construye un personaje. En el momento en que le oyes la voz real a alguien a quien solo conoces por su usuario, muchas de las convenciones tuiteras se resquebrajan.
Con toda esta información que nos llega en forma de palabras habladas, a las que hay que sumar los muchos podcasts y audiolibros que se nos acumulan, tiene sentido que se busque la manera de rentabilizar el tiempo, de escuchar más rápido para llegar a todo. Pero no todo el mundo se siente cómodo dándole al modo rápido y ahí intervienen variables desde neurológicas hasta morales.
La velocidad media de habla es de 105 palabras por minuto (aunque ese no es un dato inocente ni apolítico, para las mujeres hablar rápido ha sido una manera de inscribirse en un espacio que a priori no les pertenecía), y el cerebro puede absorber hasta 210 sin sacrificar ninguna comprensión. Desde 2004, cuando Apple incorporó distintas velocidades de escuchas en sus iPods, se han ido implementando tecnologías de aceleración de audio. Entonces, era una minoría de usuarios los que se tomaban la molestia de utilizarlas, o los que se bajaban software como FasterAudio, que ya prometía “cortar tu tiempo de escucha a la mitad”. En 2014, ya con la revolución del podcast lo suficientemente avanzada, aparecieron aplicaciones como Overtime. Su función SmartSpeed prometía no solo comprimir el audio sino depurarlo, es decir, eliminar los silencios, las pausas y los titubeos que se producen en la conversación habitual, cortar las intros y las despedidas. Convertir, en definitiva, la charla entre humanos en un artefacto eficiente. Para 2017 ya había nacido el neologismo podfasters, para referirse a las personas que escuchan cantidades ingentes de audio a demanda y lo hacen en modo rápido.
El trabajo, la zona de la vida en la que en principio está justificada esa búsqueda constante de la eficiencia, suele ser la puerta de entrada para muchos al audio rápido. Marta Salicrú, la directora de Radio Primavera Sound, es una de las pocas personas que puede decir que le pagan, entre otras cosas, por escuchar podcasts. “Me esfuerzo por oír todo lo que publicamos en RPS, así que empecé a hacerlo en 1.5x para llegar a todo. De hecho, fue una colaboradora, Janira Planes [la autora de la newsletter sobre cultura de internet Truffle Season] quien me lo recomendó. Con el 1.5x las voces no se alteran (si se escuchan a velocidad 2x sí), de manera que siento que e una opción más legítima. Lo que sí se percibe es el aumento de BPMs (Beats per Minute) en la música, así que los podcasts musicales no los escucho así”. Ahora, sin embargo, ha trasladado a la vida personal lo que antes hacía para trabajar. “No me gustan los audios de WhatAapp, ni hacerlos ni recibirlos, porque siento que me exigen demasiado tiempo. Pero como no voy a cuestionar a nadie las maneras que escoge para comunicarse, lo que sí puedo hacer es escucharlas aceleradas. Lo he agradecido mucho”. ¿Diría que ha sufrido ya el efecto secundario evidente, sentir que la gente habla demasiado lento cuando habla normal, incluso sin tecnología de por medio? “Cuando la gente me habla, no, pero las notas de voz improvisadas y con titubeos sí que se me hacían largas. Me parecía que iban poco al grano”.
La escritora Luna Miguel admite que también recurre al modo rápido para ver YouTubes y para consumir algunos contenidos de audio, pero casi siempre relacionados con el trabajo o en momentos concretos. “Me lo pongo cuando estoy cocinando, o en la ducha, o cuando estoy ejerciendo labores de madre, y casi nunca cuando estoy viendo algo más de ocio”. Y el fotógrafo Domingo Cáceres dice que solo lo usa para tutoriales y vídeos técnicos, no artísticos.
Para Rocío Broseta, traductora audiovisual (encargada de escribir subtítulos en películas y series), la cosa funciona al revés. En el trabajo solo lo usan puntualmente, para revisiones, pero intentan no hacerlo, porque podría conducir a errores. En cambio, se ha aficionado a acelerar el audio cuando escucha audiolibros, habitualmente en la plataforma Storytel. “Se me hacían demasiado pausadas. Algunas parecen ralentizadas y que su velocidad real fuera 1,25x. Suelo empezar escuchando a 1x, subo a 1,25x cuando ya estoy enganchada y a 1,75x si la historia no tiene ya más miga y quiero pasar a otra cosa. No me cuesta escuchar en 1x si el libro es bueno y la narradora lee bien”. Broseta también se ha trazado sus líneas rojas, como casi todo el mundo en este ámbito: “Con productos audiovisuales ni lo he hecho ni lo haré jamás”. Le parecería que se desvirtúa el valor artístico de la película.
Por motivos similares, hay quien tampoco lo hace con los podcasts. “Siento una especie de fidelidad a los creadores y a que lo que cuentan lleva su tiempo. En general ya me parece que le presto poca atención a las cosas de la vida en general y la posibilidad de más acelere me agobia”, comenta Carmen Lozano Bright, experta en estrategia comunicativa. Son muchos los que piensan como ella, que en el momento en que decidimos que los que nos rodean hablan demasiado lento y que están ocupando demasiado de nuestro tiempo, algo fundamental se ha roto en el contrato comunicativo. A Lidia García, que conduce el exitoso podcast Ay campaneras, que resignifica a las cupletistas españolas con perspectiva de género y clase, no le importa que le escuchen en rápido (ni que se lo pongan para dormir, bromea). No se alinearía, entonces, con creadores como Judd Apatow, quien se molestó cuando en 2019 Netflix incorporó la posibilidad de ver todo su contenido, incluidas las películas de Apatow, al doble de velocidad. “No me sabe mal que me escuchen así –dice García– a cada uno para lo que le valga”. Pero ella como oyente prefiere no practicar el 2x. “Me da bastante yuyu. Tuve una compañera de piso que lo hacía y me sorprendía. Nada me corre tanta prisa”.
Hay quien lo hace, pero sintiendo que no debería, como la historiadora Tania López.“Solo recurro a eso cuando estoy sobrecargada de trabajo y me siento mal por no poder contestar, pero entiendo que no son condiciones adecuadas y me arrepiento, así que al final termino oyendo los audios a velocidad normal y respondiendo más tarde, pero mejor”.
Existe, como en todo nuevo uso tecnológico, un componente de brecha generacional. En términos generales, cuanto más jóvenes los usuarios, más se abraza el audio acelerado. Pero si se cruza la barrera de los 25, lo que se observa que casi todo el mundo se ha construido un decálogo, una especie de ética del speedlistening que varía en función de distintos factores. “Si mi padre me envía una nota de voz de tres minutos hablando de los tomates de su huerto, entonces le doy al 2x fijo”, medio bromea Leti Rodríguez, digital manager de una empresa cervecera. A la familia la escucha al doble de velocidad, a los amigos en 1.5x y los podcasts, depende, según su nivel de interés y lo rápido que hablen los locutores. También ha comprobado que oír a la gente hablar muy deprisa puede llevar a aumentar también el ritmo de sus gestos cotidianos. “El otro día estaba escuchando un podcast en 1.5x a la hora de comer y de repente me di cuenta de que me estaba cascando las lentejas a un ritmo inhumano. Tuve que parar y decirme: ¿tú estás tonta o qué?”.
Algo indican todas estas dudas y reticencias. El modo rápido se percibe como una zona turbia. No hace falta ser un pensador de la ética de la tecnología para intuir que acelerar el audio en busca de una mayor productividad del tiempo está directamente relacionado con las políticas de la dispersión de las que están escribiendo autoras como Jenny Odell o como Julia Bell, cuyo ensayo Atención radical se publica esta semana en Alpha Decay. En el diseño de la cubierta en español, el título del libro está precisamente escrito con el formato de una notificación de Whatsapp, el símbolo universal de la distracción. La ensayista y novelista británica alerta contra el estado de hipertrofia mental al que nos somete el actual ecosistema comunicativo. Bell cita a Simone Weil cuando dijo que “la atención, llevada a su grado máximo, es lo mismo que la plegaria, presupone fe y amor” y propone “radicalizar” la atención en pequeños pasos, vender más caro el bien más preciado que desean todas las grandes empresas tecnológicas. Ponerse los audios de los amigos y la familia a doble velocidad, o eliminarles los silencios y los titubeos, vendría a ser un poco lo opuesto. Aunque, quien sabe, quizá quienes usan los aceleradores están dedicando esos segundos que se ahorran a mirar por la ventana y “soñar de día”, como Zhang Yiming, el CEO y fundador de la empresa china que es propietaria de TikTok, que anunció la semana pasada que se retira de sus labores de gestión a los 38 años para “leer, escuchar música y soñar de día sobre lo que es posible”.