Adivina quién viene a cenar

¿Invitados con intereses comunes? Dieciocho comensales eligen ágape: uno sofisticado, otro ecológico y un tercero donde lo surreal gana puntos.

Pablo Zamora y Andrea Varani

UNA NAVIDAD ELEGANTE, por Santiago Roncagliolo


Sin duda, las Fitzgerald-Covarrubias formaban una familia ejemplar. Carecían de conflictos generacionales, porque el trabajo conjunto de los mejores cirujanos plásticos había hecho imposible distinguir a la abuela de la madre y a la madre de la nieta. Y todas eran muy flexibles. Jamás habían hecho ascos a ninguno de los nuevos maridos de sus parientas, ni tampoco habían faltado a los numerosos funerales con los que ellos se despedían de sus seres queridos y de sus bienes inmuebles.

Por donde se mire, pues...

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UNA NAVIDAD ELEGANTE, por Santiago Roncagliolo

Sin duda, las Fitzgerald-Covarrubias formaban una familia ejemplar. Carecían de conflictos generacionales, porque el trabajo conjunto de los mejores cirujanos plásticos había hecho imposible distinguir a la abuela de la madre y a la madre de la nieta. Y todas eran muy flexibles. Jamás habían hecho ascos a ninguno de los nuevos maridos de sus parientas, ni tampoco habían faltado a los numerosos funerales con los que ellos se despedían de sus seres queridos y de sus bienes inmuebles.

Por donde se mire, pues, un ramillete de bellezas bien avenidas. Entre semejante ostentación de éxito, el momento estelar lo ocupaba la cena navideña. Cada año, las tres Fitzgerald-Covarrubias reunían en torno a la mesa a sus respectivos pretendientes. La crema y nata masculina de la alta sociedad se sentaba en esa mesa, agasajada con exquisitos manjares preparados especialmente por el chef privado, en un anticipo de futuras fiestas y alegrías.

Lamentablemente, ni siquiera las mejores familias están a salvo de la maledicencia. Las malas lenguas alcanzan incluso los más encumbrados apellidos. Y el infortunado antecedente de ocho ilustres caballeros envenenados entre las parejas de las Fitzgerald-Covarrubias no podía pasar desapercibido. Los invitados a la mesa navideña comenzaron a pretextar rigurosas dietas que les impedían probar bocado de la cena. Y alguno declaró que, como parte de su programa de entrenamiento de polo, llevaba sin comer 16 años.

Huelga decir que las Fitzgerald-Covarrubias eran mujeres de férrea voluntad, incapaces de dejarse amilanar por los pequeños contratiempos de la vida en sociedad. Para revestir sus cenas de un nuevo atractivo, comenzaron a convocarlas en su yate del Mediterráneo, el Medusa, cuyos interiores revestidos de caoba hacían las delicias de los comensales. Y por supuesto, nunca más sus invitados fallecieron por intoxicación.

El único inconveniente, justo después de la boda triple de las Fitzgerald-Covarrubias con tres magnates del sector financiero, fue aquella bandada de tiburones que nadaba, oh infortunio, tan lejos de su hábitat. Cosas del calentamiento global.

Luis Medina, empresario: «Para mí el verdadero sentimiento de la Navidad es el tiempo que estamos juntos y podemos disfrutar en familia».

Carla Crombie, modelo: «Le dije a mi sobrino: “Papá Noel se multiplica para estar en todas las casas a la vez”. Me respondió: “Pues aquí vendrán 10” (que era el número de asistentes)».

Vinila Von Bismark, cantante y ‘dj’: «En 2005 se nos pasó la hora de las uvas. Saqué un vinilo que reproducía las 12 campanadas y ¡celebramos a nuestro ritmo!».

Lorenzo Caprile, diseñador: «Mi sueño es viajar a una playa, al desierto o a la jungla: cualquier escenografía opuesta a los turrones y los villancicos».

Blanca Soto, galerista: «La primera Navidad que invité a mi novio, cuando llegamos a los percebes no salían… ¡y es que yo no los había cocido!».

Nacho García de Vinuesa, interiorista: «Un día de Fin de Año, jugando  al pádel, me rompí la pierna. Pasé el cotillón en silla de ruedas… no sé qué fue peor: eso o la bronca que me echaron».

Lluvia Rojo, Victoria Ordoñez, Rodrigo de la Calle, Juan López de Uralde, Verónica Blume y Adriana Domínguez.

Pablo Zamora y Andrea Varani

UNA CITA SOSTENIBLE, por Luis García Montero.

Sin duda será una cena agradable. La simpatía se diseña igual que un salero, una vajilla o una cesta. Las sonrisas surcarán las conversaciones con la naturalidad de los tomates, la coliflor, los rábanos y las setas. Estoy seguro de que no habrá sonrisas venenosas. El buen aceite sale del corazón de la tierra, es una herencia depurada de confraternidad, una fuente de vida.

Sin duda me encantaría estar invitado. Siento enseguida el impulso de reconocerme, de sentirme uno más entre los comensales. La belleza femenina es el mejor villancico cuando se aleja de las zambombas recargadas y consigue una elegancia perfecta, acoplada, sencilla, como de atardecer en un mar sin contaminación, como de humedad en un bosque, como de cuerpo joven orgulloso de su plenitud. La austeridad pulcra o el cuidado desaliño masculino caen de forma oportuna, conscientes de sí mismos, igual que las lluvias de abril y el sol de mayo sobre las buenas voluntades y las preocupaciones justas.

Porque habrá sin duda preocupaciones justas, inquietudes que serán las mías. Después de las preguntas sobre la familia y sobre los viajes planeados para Fin de Año, las palabras rodarán hacia los fracasos del Protocolo de Kioto, el cambio climático y el calentamiento global. El buen vino se sonrojará y señalará su miedo a la política. Las ensaladas impondrán entonces su paz sobre la noche.

En cualquier momento sonará el timbre y aparecerá un redentor, un hombre nuevo. ¿Quién falta aquí?, me preguntaré sin duda cuando lleguen los postres y empiece a agotarse la noche sin ninguna aparición. ¿Un obrero? ¿Una trabajadora en paro? ¿Un inmigrante con problemas? Es difícil que ningún obrero conozca la dirección de esta cita urbana, esta vegetación de ático o terraza del centro de Madrid, tan alejada de las labores de la tierra.

Es Navidad y nos necesitamos todos. Si los desahuciados se sientan en nuestra mesa, celebraremos juntos una cena sostenible.  Sin embargo, si nos quedamos aquí solos, será una cena guay, como para ponerle un lazo.

Lluvia Rojo, cantante: «Bremen, 1997, con Kevin, mi bajista. Ambos somos veganos. ¡Nos invitan a cenar carne! Solo tomamos Glühwein (un rico y especiado vino alemán). ¡Al salir ni notamos los -15 ºC!».

Victoria Ordóñez, bodeguera: «En la cena de Navidad la familia canta villancicos hasta la madrugada. Cuando agotamos el repertorio, improvisamos nuevas letras y músicas».

Rodrigo de la Calle, chef: «Se habla de navidades blancas pero decoramos las casas de color rojo, os propongo para este año que vuestra mesa sea de color verde».

Juan López de Uralde, político: «Para mí la Navidad es un momento para los afectos. No me importa tanto el qué y el dónde, sino el con quién».

Verónica Blume, modelo: «El ritual se mantiene. El mismo menú, el mismo olor, las mismas caras. Solo las historias cambian. Estas son fechas para darse cuenta del paso del tiempo».

Adriana Domínguez, diseñadora: «La cenas siempre eran en casa de mi abuela. Hace unos años decidí cocinar un pad thai. Mis padres –preocupados– preparaban un plan B. Pero serví una deliciosa comida asiática y vegetariana».
 

Rossy de Palma, Kirmen Uribe, Joaquín Reyes, Christina Rosenvinge, Milena Busquets y José Ángel Mañas.

Pablo Zamora y Andrea Varani

UNA FIESTA DE EXTRAÑOS, por Antonio Orejudo

Como tengo miedo a volar, me fijo mucho en las caras de la gente que va a morir conmigo: la india, los novios en luna de miel, el canalla, el músico de jazz, el que viaja solo por primera vez, los hijos de padres divorciados, la pija de pueblo, los tozudos, los ancianos saltarines… Todos gritaron airados cuando la azafata comunicó que se cancelaba el vuelo.

Era 30 de diciembre de 1992, estábamos en el aeropuerto de Nueva York, y todo indicaba que no íbamos a tomar las uvas en casa. La compañía ofreció un viaje con dos escalas que duraba 14 horas, y al que se acogieron la mayoría de los viajeros. Yo preferí quedarme en un hotel y tomar el vuelo del día siguiente, que además no iría muy lleno. Y acerté: éramos siete pasajeros desperdigados por el avión. Reconocí a la india, a los ancianos saltarines, al canalla y a los hijos de padres divorciados. Tras alcanzar la velocidad de crucero, el sobrecargo nos invitó a la cabecera del avión, donde la tripulación preparaba la cena de Nochevieja.

Me senté al lado de la india, que resultó ser vasca y que me fue pareciendo más atractiva a medida que bebíamos cava. Detrás, los ancianos se reían a carcajadas y se ponían ciegos de ostras y caviar. Y a nuestra derecha, el canalla, que pertenecía a la ONG Payasos sin Fronteras, se metió a los niños en el bolsillo. Después de la cena se apagaron las luces y el comandante dio las campanadas por la megafonía. Luego todos bailamos con todos.

Una azafata coqueteó conmigo, pero a mí me gustaba la india vasca, con la que bailé un estupendo twist en el pasillo del Airbus. Como todas la fiestas de Nochevieja, aquella también fue decayendo hasta que nos dormimos en los butacones de primera clase. Cuando la india vasca y yo nos despertamos, la tripulación, recompuesta, nos servía ya el tradicional chocolate con churros.

Quien nos viera esperando el equipaje pensaría que éramos una familia: la india vasca parecía mi mujer, y acabó siéndolo un año después. A los niños, a los abuelos y al payaso de mi cuñado no volví a verlos nunca más.

Rossy de Palma, actriz: «Recuerdo una Nochebuena en Asturias. Después de una ruptura, para matar el mal de amores, me cogí una buena cogorza de sidra. Muy terapéutica; la sidra, digo».

Kirmen Uribe, escritor: «1995. En prisión por insumiso. Los presos hacen de mujeres poniéndose jerséis en la cabeza. Bailan entre ellos. Por un momento, somos libres».

Joaquín Reyes, cómico: «Mi padre siempre hacía tarta de piña. Solo le gustaba a él, y claro se la terminaba comiendo en solitario mientras decía: “¡Sois más tontos!”».

Christina Rosenvinge, cantante: «Lo mejor de la Navidad es la salsa secreta que mi madre prepara con la que soy capaz de comerme la suela de un zapato».

Milena Busquets, bloguera: «Mi cena de Navidad perfecta es en un avión. El pánico a volar y el convencimiento de que estamos a punto de estrellarnos me impiden pelearme con mi familia».

José Ángel Mañas, escritor: «Cóctel de Navidad. Los ingredientes son: alcohol y familia. Agítese bien y póngase todo el mundo a cubierto».