Adiós al canon único: Tania Llasera y otros elogios a la diferencia

La tiranía de la delgadez, la proporción, la feminidad y la eterna juventud puede tener los días contados. Llega la democratización de los cánones de belleza.

Leticia García, Clara Laguna y Nirave (Realización)

Barrigas generosas. Ese atributo era considerado una zona erógena en la Prehistoria por ser sinónimo de fertilidad. Siglos más tarde, los gustos cambiaron y se exigió a las mujeres que tuvieran la tez blanca y un rubor (simulado) en las mejillas, porque en el medievo el ideal consistía en parecer joven e inocente. Después llegarían las dolencias causadas por los estrechos corsés y, bien entrado el siglo XX, el arquetipo se trasladaría a la posadolescente eterna: delgada, de facciones simétricas, en la que no hace mella el paso de los años. Los cánones estéticos siempre han sido relativos tanto...

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Barrigas generosas. Ese atributo era considerado una zona erógena en la Prehistoria por ser sinónimo de fertilidad. Siglos más tarde, los gustos cambiaron y se exigió a las mujeres que tuvieran la tez blanca y un rubor (simulado) en las mejillas, porque en el medievo el ideal consistía en parecer joven e inocente. Después llegarían las dolencias causadas por los estrechos corsés y, bien entrado el siglo XX, el arquetipo se trasladaría a la posadolescente eterna: delgada, de facciones simétricas, en la que no hace mella el paso de los años. Los cánones estéticos siempre han sido relativos tanto a la etapa histórica como a la cultura en la que nacen. En la nuestra, como decía Umberto Eco en su libro Historia de la belleza, prima la perfección «producida en serie». Un modelo cuyas instrucciones de uso se encuentran cada día en los medios: desde la última dieta milagrosa al tratamiento pionero para restar edad.

«Vivimos una estetización de la vida diaria. La apariencia ha ganado tanta importancia que es parte de la identidad. En algunos sectores se cree que la ropa, la cosmética y el estilo reflejan el yo auténtico», explica Sylvia Holla, quien junto a otros tres sociólogos holandeses acaba de lanzar el proyecto Sociología comparativa de la belleza. A partir del estudio de participantes de seis países, analizan el canon occidental que, según Holla, se define en cuatro rasgos: «Esbeltez, palidez de la piel, juventud y altura». Una descripción que se adecua, por ejemplo, a la que hoy es (con diferencia) la modelo mejor pagada del mundo, Gisele Bündchen, pero que no encaja totalmente con algunas de las tops más laureadas del momento.

Alicia Borrás, modelo

Pablo Zamora

En el ranking de maniquíes más influyentes que realiza la web models.com, Jourdan Dunn, de ascendencia africana, desbanca a Bündchen. La misma lista arroja nombres cuyos perfiles se alejan del ideal caucásico, como Ming Xi (china) o Soo Joo Park (coreana). En otra clasificación, la de estrellas en potencia, destacan, entre otras, Ondria Hardin y Saskia de Brauw; la primera ha copado varias portadas gracias a hacer de sus orejas uno de sus valores más destacables, la segunda se ha ganado un hueco dentro de las supermodelos explotando sus facciones andróginas. «Internet está propiciando el ascenso de perfiles físicos más diversos», explica Holla. Sin embargo, cuando se trata de autopercepción, las redes sociales funcionan como un arma de doble filo.

En un estudio realizado por la revista Glamour USA el pasado verano, el 60% de las participantes consideraba que Instagram era la causa de muchos de sus complejos. Esta y otras plataformas digitales alientan comparaciones poco beneficiosas, pero también sirven como altavoz para denunciar el uso indiscriminado de Photoshop y dar visibilidad a la diversidad. «Aunque queda mucho por hacer, la moda se está abriendo a la diferencia. En parte gracias al activismo contra la imposición de un patrón único de belleza y por la insatisfacción de los consumidores», cuenta la escritora Sharon Haywood, una de las artífices del proyecto Self Esteem, de la firma cosmética Dove. Pero advierte: «Solo cuando la pluralidad deje de ser algo anecdótico habrá una ampliación real del público».

Quizá mostrar arquetipos realistas sea una novedad en moda, e incluso una estrategia para aumentar las ventas. Pero lo cierto es que este último año hemos visto cómo el canon femenino se ha ido ampliando poco a poco para dar cabida a esquemas más naturales. Ser la excepción es la nueva regla.

Encarni Lovexx, modelo

Pablo Zamora

Muchas bellezas (sin medida). Cuando el Ministerio de Sanidad realizó en 2008 su famoso estudio antropométrico de la silueta de las españolas, se dio de bruces con una conclusión alarmante: el 40% tiene problemas para encontrar su talla. El abismo entre los cuerpos mediáticos y los reales se sentía en todas las fases, de los medios de comunicación a los percheros de los grandes almacenes. Algunas cadenas, como Asos o Forever 21, se dieron cuenta entonces de la incongruencia y comenzaron a ampliar su tallaje. Mango, una de las últimas en sumarse a esta tendencia con su línea Violeta by Mango, fue objeto de alabanzas en Estados Unidos. «Acaban de demostrar que conocen el negocio mejor que Zara», escribían en la web Business Insider. Las cifras hablan por sí solas: el 20% del total de la moda femenina corresponde al negocio de las tallas grandes, según la consultora WGSN.

Sin embargo, es precisamente esa etiqueta de «talla grande» la que segrega a las consumidoras que superan la 40. Aunque existe una mayor variedad de productos, las revistas, campañas y pasarelas preferían segmentarlos en nichos de mercado diferentes a reflejar la diversidad femenina en un único mensaje… Hasta ahora.

La modelo de tallas grandes Candice Huffine, durante la sesión de fotos del último calendario Pirelli.

Cortesía calendario Pirelli

Modelos voluptuosas como Tara Lynn, Robyn Lawley o Candice Huffine han logrado hacerse un hueco en la moda convencional. Aparecen en editoriales junto a otras maniquíes con medidas estandarizadas o protagonizan la publicidad de firmas masivas (de H&M a la marca de lencería Chantelle). Huffine, además, forma parte del último calendario Pirelli, icono del erotismo y la sensualidad femeninos.

Lindsey Averill, codirectora del documental Fattitude, que analiza las complejas relaciones entre la cultura popular y las artistas con sobrepeso, considera que este ha sido un gran paso, pero no es suficiente: «Son modelos de fémina con cuerpos perfectos. ¿Qué pasa con las que tienen físicos menos proporcionados? Por otro lado, parece que solo los extremos importan. Hay muchas mujeres entre ambos polos».

Winnie Harlow, la primera modelo con vitíligo.

Cortesía Desigual

Justamente, la última campaña de lencería de Calvin Klein Underwear se convirtió en fenómeno viral por retratar a Myla Dalbesio, una modelo cuyas medidas encajan en la talla 40 y a la que los medios bautizaron como inbetweenie (intermedia). «Cada vez hay más demanda de este tipo de perfiles», apunta Gary Dakin, agente de la agencia JAG, que se encarga de la carrera de Dalbesio. Su leitmotiv se basa en «no discriminar a nuestras clientas por edad, raza, peso o altura», añade. Sí a las arrugas. 2014 fue el año de la ampliación del tallaje y, antes, 2012 supuso la ruptura del prejuicio de la juventud eterna. Aupadas por el blog Advanced Style, varias mujeres que superaban los 60 años volvieron a ser reclamadas para ejercer su antiguo oficio. Jacky O’Shaughnessy (62), Daphne Selfe (86) o Carmen Dell’Orefice (83) regresaban a las pasarelas y las sesiones de fotos. «En una ocasión, al ver a una mujer de unos 70 o 75 años saliendo de la ópera le dije a mi marido: ‘Cuando sea mayor no quiero que digan que parezco joven, sino que soy una señora elegante’», confiesa la modelo menorquina Alicia Borrás. Esta sofisticación que solo da la madurez, lejos de ser una tendencia pasajera, se ha convertido en un valor en alza. Los últimos ejemplos: Joan Didion (80) y Joni Mitchell (71), en las campañas de primavera-verano 2015 de Céline y Saint Laurent, respectivamente.

Jessica Lange para Marc Jacobs.

Cortesía de Marc Jacobs

Al principio, fueron las marcas de ropa las que reivindicaron el estilo de las mujeres mayores. Ahora es la industria de la cosmética la que se está desembarazando de ideales inalcanzables y dibujando un panorama publicitario más realista. «Me interesan los rostros con personalidad y fuerza», declaraba el maquillador François Nars cuando el pasado verano eligió a la veterana Charlotte Rampling como imagen de sus productos. Poco después Jessica Lange se convirtió en el rostro de la línea de maquillaje de Marc Jacobs, aunque quizá el contrato más sonado lo protagonizó Helen Mirren (69) en octubre. La actriz será la nueva mujer L’Oréal. Su elección se realizó por votación popular; 9.000 clientes consideran que ella es, según la marca, «brillante, irreverente, hermosa… y sexy».

La empatía es un factor clave. «Las mujeres compran más cuando se sienten identificadas con las modelos en cuestiones de raza, talla y edad», señala la escritora Sharon Haywood. Una hipótesis demostrada por la marca de bañadores y lencería Aerie, que incrementó sus ventas globales un 9% tras negarse a retocar sus campañas con Photoshop. O a la enseña de higiene personal Dove, que tras 10 años trabajando por dirigirse a mujeres de edades y características muy diversas, prácticamente ha duplicado su facturación: de 2.500 a 4.000 millones de euros. Era cuestión de tiempo que un negocio como el de la cosmética dejara de contemplar el paso del tiempo como un defecto y comenzara a verlo como una cualidad a explotar.

Andreja Pejic antes de cambiar de sexo, en el desfile de hombre o-i 2013/14 de Jean Paul Gaultier.

Getty Images

Facciones ambivalentes: Marlene Dietrich, Grace Jones o Tilda Swinton. En lo que respecta a la creación de iconos de estilo, la androginia siempre ha sido considerada un valor a tener en cuenta. Hace décadas que la moda viste a féminas con sombreros borsalinos y corbatas bajo el epígrafe de tendencia dandi o tomboy. «Las mujeres llevan siglos asaltando el armario masculino, de Juana de Arco a Lauren Hutton o, más recientemente, Shiloh Jolie-Pitt», afirma Emma McilRoy, cofundadora de Wildfang, una marca de prendas masculinas para mujeres. La diferencia entre pasado y presente reside, precisamente, en ese punto: si antes el aspecto masculinizado era una cuestión omnipresente en el mundo del arte, el cine o las pasarelas pero oculta (aunque real) en el ámbito cotidiano, ahora florecen firmas de este tipo junto a líneas de ropa unisex. El diseñador Rad Hourani afirma crear alta costura sin género y enseñas más masivas como Kling o American Apparel poseen líneas que también se ajustan a clientes y clientas.

En este caso, es la moda la que ha escuchado una demanda social, y no al revés. Wildfang nació «en la sección masculina de unos conocidos grandes almacenes. Julia, la otra cofundadora, y yo nos planteamos qué pasaría si hiciéramos esas mismas prendas con medidas femeninas. Hicimos varios estudios de mercado y descubrimos que es un nicho de negocio creciente», explica Emma. Desde su nacimiento hace un año, la marca se ha convertido en la favorita del dúo Tegan & Sara, de actrices como Ellen Page o Kristen Stewart o de la editora de moda Laurel Pantin. Todas ellas encarnan y reivindican (algunas explícitamente) una estética que no discrimina entre géneros.

Junto a las veteranas Stella Tennant y Omahyra Mota, ha surgido una nueva hornada de modelos femeninas de rasgos masculinos o viceversa. Stav Strashko o Erika Linder son algunos de ellos, aunque quizá el caso más relevante sea el de Casey Legler, la primera mujer en firmar un contrato como modelo masculino, que no está muy contenta con que consideren su condición como una tendencia pasajera o un simple juego entre binarios. «Tengo una responsabilidad con todos los jóvenes que se avergüenzan de ser diferentes», escribía en una extensa carta en el diario The Guardian.

Christina Hendricks en la última edición del festival de cine de Cannes.

Cordon Press

Si Legler quiere que se asuma realmente su ausencia de género, Andreja Pejic, que acaba de someterse a una operación de cambio de sexo, pretende que su carrera sea igual de exitosa que cuando era un hombre de rasgos femeninos. El resultado puede parecer el mismo, pero para la industria no lo es. Si bien las facciones andróginas siempre han resultado valiosas, la transexualidad no lo ha sido tanto. Aunque Pejic está de suerte, y planea su regreso en el momento más propicio.

Hermanos, hermanas, hijos e hijas, así se titula la campaña que el centro comercial Barneys lanzó en febrero del año pasado junto a 17 modelos transexuales. «Con las luchas por el matrimonio entre personas del mismo sexo, nos hemos olvidado de la T (de transexual) en las reivindicaciones LGBT», declaraba en un comunicado Mark Lee, CEO de estos grandes almacenes. Mientras esto ocurría, en la pequeña pantalla la audiencia se rendía ante la actriz Laverne Cox, que interpreta a Sophia, la presidiaria transexual de la serie Orange Is The New Black. Después llegaría Erika Ervin en la última temporada de American Horror Story, y la que quizá sea una de las confirmaciones definitivas de que la transexualidad ha dejado de verse como una excepción: en noviembre Lea Cerezo, portavoz de los derechos transgénero y musa de Givenchy, firmaba un contrato publicitario con la firma de productos capilares Redken. RuPaul ha trabajado a las órdenes de la casa de cosmética MAC, pero siempre desde el imaginario glam asociado al mundo del travestismo. Así que ahora puede decirse que por primera vez, una transexual es (realmente) imagen de una enseña de gran consumo.

Laura O’Grady, en Saint Laurent.

Imaxtree

El defecto es una virtud. En Francia utilizan la expresión jolie laide para referirse a aquellas mujeres que no poseen una belleza convencional. Hace tiempo que la industria se fija en estos perfiles. Sin ir más lejos, Louis Vuitton tuvo y tiene como musas a dos mujeres que encajan en esta categoría: Sofia Coppola y Charlotte Gainsbourg.

Recientemente, la moda libra una batalla por la originalidad, y un grupo de modelos está triunfando haciendo de sus imperfecciones su principal valor. La mandíbula de Lindsey Wixson, el albinismo de Diandra Forrest o el estrabismo de Moffy cotizan al alza. Incluso se ha creado una agencia, Ugly Models, que solo representa a maniquíes considerados feos.

«No se proponen exclusivamente tendencias ligadas a la ropa. La moda también cambia periódicamente sus perfiles», opina Holla, y cita el caso «del diastema de modelos como Lara Stone, que se convirtió en un éxito hace unos años». Puede que esta búsqueda de la diferencia sea temporal, o quizá se trate de la reacción frente a un panorama de bellezas idénticas. En cualquier caso, la moda no es la única que está encumbrando lo distinto. Ahí está, por ejemplo, la triunfadora musical del pasado año, FKA Twigs, cuyo físico (y estilo indumentario) no se corresponde al esperado en una superestrella.

Según Lindsey Averill, «no solo se trata del sobrepeso o el envejecimiento. Otros personajes están abriendo el debate sobre la aceptación de la mastectomía (Angelina Jolie) o la fealdad en la industria del cine (Ron Perlman)». Para la escritora Sharon Haywood, «algunas de las mujeres que están ejemplificando la diferencia son Jillian Mercado, una modelo con distrofia muscular que ha sido imagen de Diesel, y Winnie Harlow», explica. Esta última padece vitíligo, una enfermedad que despigmenta la piel. Tras participar en el reality America’s Next Top Model protagonizó una campaña para Desigual. «Las diferencias son la salsa de la vida», afirmaban desde la marca tras su contratación. Ahora es la estrella de uno de los vídeos de Showstudio, la productora de fashion films más prestigiosa del mundo.

Stav Strashko en el backstage de DKNY.

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