Adiós a un símbolo: por qué podríamos estar ante el final definitivo del zapato de tacón femenino
Tras meses confinados en las profundidades del armario y con el auge imparable de la zapatilla deportiva como objeto de lujo, surge la duda: ¿qué pasará ahora con este complemento que tantas aman y muchas aborrecen?
Los motivos por los que las mujeres llevan zapatos de tacón son subjetivos y difusos. Los más frecuentas: sentirse empoderadas por la altura extra, ganar confianza al verse estilizadas y favorecidas, adaptarse a ciertos lugares y ocasiones -desde la oficina hasta una boda- o usarlos como arma erótica. Pero por muchos virtudes que se les busque, es innegable que los tacones altos son incómodos, restringen el movimiento y su uso continuado es perjudicial para la salud. Los argumentos a favor penden del hilo de la mirada externa, dejándolos en una posición delicada en esta nueva ...
Los motivos por los que las mujeres llevan zapatos de tacón son subjetivos y difusos. Los más frecuentas: sentirse empoderadas por la altura extra, ganar confianza al verse estilizadas y favorecidas, adaptarse a ciertos lugares y ocasiones -desde la oficina hasta una boda- o usarlos como arma erótica. Pero por muchos virtudes que se les busque, es innegable que los tacones altos son incómodos, restringen el movimiento y su uso continuado es perjudicial para la salud. Los argumentos a favor penden del hilo de la mirada externa, dejándolos en una posición delicada en esta nueva realidad que nos ha caído encima. ¿Qué sentido tienen con el distanciamiento social?
Todo por la comodidad
«La primera semana de confinamiento la pasé con ropa de andar por casa y sin maquillar, pero a los diez días me dije: tienes que ponerte un poco de buena cara», contaba a finales de abril la youtuber de belleza y estilo de vida más conocida de España, Isasaweis, en en una entrevista con El Desmarque. Y añadía: «Eso sí, todo el día en zapatillas. Los tacones no me los pongo aunque dure la cuarentena ocho meses más». También han bromeado con el taconazo en tiempos de pandemia otras celebridades de las redes sociales, evidenciando la relación de amor y odio que tantas mujeres mantienen con este calzado. En su regreso a los platós de televisión tras dos meses en casa, Cristina Pedroche se subió a unas vertiginosas sandalias de tacón de aguja; publicó la foto de marras en Instagram y luego subió un vídeo a Stories en el que fingía tener que agarrarse a muebles y paredes para no caerse, acompañado del texto: «Volver a andar con tacones». Unas semanas antes, un tuit de La vecina rubia en la misma línea se había hecho viral: «Yo cuando me ponga los tacones por primera vez tras el confinamiento», decía junto al clip de una aparatosa caída.
Porque las formas de afrontar el vestirse han sido muy variadas durante estos meses de aislamiento social, pero ha habido un denominador común que nos ha igualado a absolutamente todas: la comodidad. Algunas han elegido arreglarse más y otras han optado por quedarse en chándal o hasta en pijama. En un reciente debate en la web estadounidense de moda Man Repeller, una de las editoras confesaba haber caído en la apatía estilística, preguntándose si la moda no pierde sentido cuando carece de público. Leandra Medine, directora y conocida influencer, le daba la réplica argumentando lo contrario. Ella sí se ha esforzado a diario en sus looks de cuarentena, porque le divierte vestirse y le hace sentirse bien. Y así lo ha documentado en varios selfies caseros que -sin embargo- ha completado sin excepción con calzado plano o directamente descalza. «Porque hay looks que quedan mejor sin zapatos», decía en uno de ellos.
«Durante el confinamiento no he tocado mis tacones, los tengo esperando a mis primeros planes y fiestas post-desescalada», dice Mónica, una gran consumidora de moda que vive en las afueras Madrid y colecciona más de 100 pares de zapatos en un vestidor a lo Carrie Bradshaw. «Trabajando en casa y saliendo solo a la compra, he ido a diario en deportivas. Ahora con el calor alterno con sandalias planas o babuchas». En esta etapa se ha comprado online unas zapatillas New Balance y dos pares de sandalias bajas. «¿Para qué pensar en tacones si no sé cuándo me los volveré a poner?», se explica con una lógica aplastante. Y responde así a una pregunta que le hemos trasladado –sin éxito- a pesos pesados del e-commerce como Farfetch, que no revelan información sobre las cifras de ventas. Cabe imaginar que la de stilettos se ha desplomado.
Un chute de optimismo
Ha habido quienes los han defendido frente a viento y marea. La diseñadora e ilustradora Jenny Walton publicó una instantánea en Instagram vestida de punta en blanco con la siguiente explicación: «He decidido arreglarme para mi vuelta diaria a la manzana, ¿y sabéis qué? Me ha sentado muy bien». En la foto aparece con unas altísimas sandalias de Prada de segunda mano, además de una mascarilla hecha –causalmente– con una bolsa de zapatos. Por su parte, Caroline Vreeland –it girl, cantante y bisnieta de la mítica editora de Vogue Diane Vreeland– explica cómo, en una jornada especialmente apática, la moda le hizo sentir mejor: «Me pasé el día tirada viendo la tele, pero me puse un vestido negro muy mono y un par de tacones, y eso me levantó el ánimo». Se lo ha contado a Footwear News, añadiendo un consejo de su aclamada bisabuela: «Siempre decía que el estilo es lo que te hace bajar las escaleras de casa cada mañana».
Los tacones como fuente de optimismo. Es justo el concepto que la firma de calzado de lujo Jimmy Choo ha explotado en estos meses de pocas ventas y mucho uso de redes sociales. Ha invitado a los internautas a diseñar sus propios stilettos en un concurso cuyos ganadores verán su idea hecha realidad en una colección cápsula. Se han presentado más de 3.000 propuestas, frente a las apenas 40 participaciones visibles en otra iniciativa movida por la firma en Instagram: la de compartir una foto con los Jimmy Choo puestos en casa (#athomewithJimmyChoo). ¿Será que los tacones entienden de fantasía pero no tanto de realidad?
El diseñador cordobés Alejandro Palomo (de Palomo Spain) es la cara visible nacional de la moda de género fluido y usuario habitual de zapatos de tacón. Se los pone para ir a fiestas o eventos y también para trabajar en el programa de televisión que le ha lanzado a la fama definitiva en España, Maestros de la Costura. Cuenta a S Moda que en la cuarentena no ha usado sus tacones más altos, pero sí –y mucho- sus botas de cowboy, que tienen unos pocos centímetros. ¿Ansía volver a las alturas? «¡Claro que sí! Cuanto más guapos nos pongamos el día que salgamos, mejor. Qué ganas de recuperar los momentos perdidos y ponernos bellos. No creo en absoluto que la nueva normalidad suponga minimalismo y multifuncionalidad. Al menos mi mensaje no va en esa dirección», anticipa uno de los creadores más aclamados del momento a sus solo 28 años. Bien es cierto que el exceso y el romanticismo siempre han sido su sello.
De Luis XIV a Marilyn Monroe
El consuelo a través de la fantasía es, en cualquier caso, una reacción recurrente en la historia a los acontecimientos más penosos. Así, en la Segunda Guerra Mundial se había impuesto la vestimenta utilitaria por necesidad y escasez material, pero nada más acabar, la moda vivió uno de los episodios más efervescentes de todos los tiempos. Fue entonces cuando triunfó el New look de Christian Dior, que recuperaba una historicista silueta curvilínea inspirada en el corsé y la crinolina, prendas que habían sido abandonadas en el siglo anterior. Fue una vuelta en toda regla al artificio y un portazo en las narices del confort. No parece casualidad que en los mismos años se alumbrara el nacimiento del stiletto tal y como lo conocemos hoy, y que este se impusiera como canon de feminidad.
Ya antes existían los tacones, pero siempre habían sido anchos y macizos, desde que los jinetes persas combatieran con ellos en la Edad Media hasta que Luis XIV los convirtiera en sinónimo de poder en el siglo XVII (nadie en la corte podía llevarlos más altos que él). Su uso quedaría restringido a las mujeres a partir de La Ilustración, para tomar un impulso renovado a finales del XIX con la aparición de la moda moderna y las cámaras fotográficas. En 1953 los avances tecnológicos por fin permitieran el doloroso invento del tacón de aguja, tan fino como resistente, que se le atribuye a Roger Vivier, entonces diseñador de la casa Dior. Marilyn Monroe y las divas de Hollywood lo convirtieron en emblema de glamour y en fetiche; los excesivos años 80 dispararon su altura, que alcanzó su cota máxima en la primera década del nuevo milenio. En el año 2008, por ejemplo, no era descabellado que alcanzaron los 14 centímetros de altura, plataforma mediante.
Las tornas empezaron a cambiar en torno a 2010. En respuesta a las cada vez más frecuentes caídas de modelos sobre la pasarela, Vogue Italia le dedicó un irónico editorial de moda al asunto. En él, la top model Karlie Kloss cedía a la gravedad en unas fotos tomadas por Steven Meisel. A partir de 2012, las zapatillas con tacón de Isabel Marant –y sucedáneos- tomaron literalmente las calles de Occidente, al tiempo que Phoebe Philo revolucionaba Céline con sus memorables sandalias planas y peludas. Y en enero de 2014 ocurrió lo impensable: tanto Dior como Chanel presentaron zapatillas de deporte en la muy exclusiva semana de la alta costura. El cambio de ciclo se aceleró entonces sin remedio y los stilettos fueron cediendo más y más terreno a un calzado más cómodo. En 2016, las deportivas superaron en ventas a los tacones por primera vez en la historia reciente del Reino Unido, según la agencia analista de mercados Mintel.
Salud y futuro
¿Tendrá todo esto algo que ver con la Cuarta Ola del feminismo? Con la perspectiva de género calando fuerte en la sociedad de los últimos años, varios episodios han puesto en la picota el papel del tacón alto: desde el despido de una recepcionista por ir de plano en Price Waterhouse Cooper hasta los gestos de actrices como Julia Roberts y Kristen Stewart en la alfombra roja de Cannes. Puede que los zapatos sean un asunto menor, pero no dejan de tener repercusión en la salud de las mujeres, igual que lo tenía –aunque en mucha mayor medida- el corsé que dejamos atrás hace poco más de un siglo.
«El uso continuado de tacones altos acorta la polea muscular posterior de la pierna, sobrecarga la zona metatarsal del pie, la parte delantera de la rodilla, aumenta la lordosis lumbar y favorece la aparición de patologías como juanetes y dedos en garra», dice Víctor Alfaro, uno de los podólogos deportivos más prestigiosos de España y director general de las clínicas Podoactiva. Según él, los efectos son proporcionales a la altura del tacón y no pasa nada por llevarlos de forma esporádica. Se atreve a adivinar que las usuarias más contumaces de sitlettos han estados sufriendo molestias en talón, gemelos y lumbares durante la cuarentena por el cambio drástico de altura, y les propone una forma de adoptar hábitos más saludables en la nueva normalidad: «Aprovechad el estiramiento muscular que se ha producido en estos meses para comenzar a intercalar zapatos altos con otros más bajos». La alternancia es clave para evitar el acortamiento muscular, opina.
¿Pero cómo será la nueva normalidad del taconazo? Todo apunta a que su uso futuro será más residual pero también más inclusivo. El calzado plano y deportivo se ha ido dignificando hasta convertirse en perfectamente aceptable –hasta deseable- en casi todo tipo de entornos, incluido el laboral. Por otro lado, con el creciente difuminado de las barreras de género, cada vez vemos a más hombres en tacón. Están en la alfombra roja, están en los medios y, sobre todo, están en la oferta de las nuevas marcas que tan bien conectan con las generaciones más jóvenes. El diseñador francés Christian Louboutin dijo una vez que sus famosos stilettos de suela roja resultan tan atractivos porque hacen a las mujeres caminar más despacio. Quizá sea hora de que todos podamos ir más lentos, y solo si realmente queremos.