1993, el año que marcó nuestro presente
Marc Jacobs se apuntó al grunge, Nirvana grabó su Unplugged y Michael Jackson habló con Oprah Winfrey. Se dice que sin aquellos 365 días no seríamos como somos hoy.
Algunos años gozan de mejor pedigrí que otros: en 1977, por ejemplo, se fundó el punk, nació Apple Computers y se estrenó La guerra de las galaxias. En 1989 cayó el Muro de Berlín y la música se intoxicó al ritmo del Segundo Verano del Amor, con epicentro en los campos raveros del Reino Unido. Ahora una exposición quiere colocar a 1993 en ese pódium de los años que lo cambiaron todo. Se titula 1993: Experimental Jet Set, Trash and No Star, y permanecerá en las salas del New Museum de Nueva York hasta finales de mayo.
La muestra sirve como cápsula del tiemp...
Algunos años gozan de mejor pedigrí que otros: en 1977, por ejemplo, se fundó el punk, nació Apple Computers y se estrenó La guerra de las galaxias. En 1989 cayó el Muro de Berlín y la música se intoxicó al ritmo del Segundo Verano del Amor, con epicentro en los campos raveros del Reino Unido. Ahora una exposición quiere colocar a 1993 en ese pódium de los años que lo cambiaron todo. Se titula 1993: Experimental Jet Set, Trash and No Star, y permanecerá en las salas del New Museum de Nueva York hasta finales de mayo.
La muestra sirve como cápsula del tiempo de un momento decisivo para la cultura. «El año 1993 fue fascinante porque una nueva generación de creadores jóvenes apareció en la escena del arte. Surgieron nombres como Matthew Barney y John Currin y artistas consagrados como Cindy Sherman hicieron sus obras más memorables», apunta a S Moda Gary Carrion-Murayari, uno de los comisarios de la exposición, que extiende la influencia de aquel año más allá del arte: «El grunge y el hip-hop moldearon la música y la moda; y cineastas como Todd Haynes hicieron ese año algunos de sus trabajos más interesantes. Los temas que destacaron en esos 365 días, las discusiones sobre políticas raciales y de género y la relación que establecimos con la cultura pop marcaron la dirección de la sociedad en la década siguiente».
Fue el año de la famosa colección grunge que puso en la palestra a Marc Jacobs (y que le costó el despido de la marca Perry Ellis, que lo llevaría a iniciar su propia firma); de la fundación de la revista Wired, epicentro de la nueva onda digital; y el año en el que Nirvana grabó el Unplugged ese noviembre. Además, la televisión exploraba nuevos márgenes tanto en la ficción –con permiso de Twin Peaks, Expediente X se convertía en la primera serie que era a la vez masiva y de culto– como en la llamada Court TV, tele de juicios, incendiada por dos casos: el de los hermanos Menéndez, acusados de asesinar a sus padres y el de Lorena Bobbit, quien le cortó el pene a su marido como venganza por haberla violado la noche anterior.
La mujer ocupó las noticias de medio mundo y se convirtió en todo un símbolo para las feministas. Esta clase de formatos derivó en un fenómeno que propició el despegue del género reality. También en febrero de 1993, Michael Jackson accedió a ser entrevistado por Oprah Winfrey tras las acusaciones de pederastia que se vertieron contra él. Esa charla, lejos de beneficiarlo, incidió en su ambigüedad y, según muchos, marcó el comienzo de su declive.
La revista New York Magazine se preguntaba en un reciente artículo, con el título «¿Seguimos viviendo en 1993?», por qué ese año supuso una inflexión. Señalaba que en esos meses se dibujaron signos de nuestro tiempo decisivos como el avance implacable hacia lo digital y lo individual, la conversión de la cultura nicho en mainstream, la globalización, la tecnocratización y la entronización del marketing. El principio quizá del colapso. El actual revival de grupos de la época (como Blur, Dinosaur Jr. o Wu-Tang Clan encabezando el próximo festival Coachella en abril) o la resurrección de River Phoenix (fallecido en 1993), que en la pasada Berlinale «estrenó» la película que rodaba antes de morir, Dark Blood, son otros signos anecdóticos.
Mannix extiende las similitudes más allá de la cultura: «Hay asuntos que entonces eran importantes local y globalmente y que aún nos preocupan hoy. Estados Unidos lidiaba con conflictos internacionales controvertidos y se enfrentaba al terrorismo foráneo. Estos temas siguen presentes en la actualidad». Según el comisario del New Museum, «la sincronicidad entre entonces y ahora es a la vez reconfortante y frustrante».
En España, la reverberación entre 1993 y 2013 tiene ecos más siniestros. Entonces también la palabra «crisis» lo permeaba todo y se vivía la tremenda resaca de 1992. Si a la comisaria de arte Mery Cuesta, que ha supervisado muestras como la dedicada al cine quinqui de los 70 y 80 en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y la Casa Encendida de Madrid, le pidiesen hacer algo similar a lo del New Museum pero en contexto ibérico, ¿qué expondría? «Nos remitiríamos a la euforia postolímpica en Barcelona, una ciudad que ha seguido creyendo durante mucho tiempo que era el ombligo del mundo. El exceso se objetivó en fenómenos sociológicos y mediáticos de escándalo como la Ruta del Bacalao, el ladrillazo y la jet set marbellí. Dentro del arte, en Arco se consolidaba el «coleccionista del millón» (de pesetas), al que se llegaba sin ningún problema, según recuerda la galerista Juana de Aizpuru. Para redondear, el amarillismo en televisión daba sus primeros pasos con Quién sabe dónde», dice.
Cuesta, que entonces «era siniestra», captaba la MTV de Beavis and Butthead y Nirvana con «unos cuernos y un apaño de papel de aluminio que se ponía sobre la tele» y cursaba primero de Bellas Artes, se recuerda viendo Acción mutante, el primer largo de Álex de la Iglesia, «sentada en las escaleras del cine. ¡Debido a la demanda, vendían más entradas que butacas!». La película germinaría en centenares de aspirantes a cineastas, que vieron que un tipo de Bilbao podía hacer cine de género y compartir referentes con Tarantino, quien, por cierto, pasó ese año en su casa de California escribiendo Pulp Fiction.
En 1993, una nueva cultura local, más barata y cercana y alejada de los fastos a los que se habían acostumbrado los que condujeron la Transición, se encontraba con su propio público. En el centro de aquello se situaban personajes como Carlos Galán, el fundador de la discográfica Subterfuge, que rememora: «Ese año fue el de nuestra profesionalización. Nos centramos en la compañía al 100%, coincidiendo con la publicación de Pizza Pop, de Australian Blonde, primer éxito reconocible de la nueva escena independiente». De aquella época, Galán lamenta que se haya podido caer en un «empacho crónico» cultural, derivado del poder tenerlo todo al alcance en cualquier instante; pero recuerda, con nostalgia, que «las distintas disciplinas generaban sinergias continuas». Lo cierto es que, si en 20 años alguien se plantea dedicar una exposición a la herencia cultural de 2013, deberá enfrentarse a un panorama algo más gris.