Piscina-triste: sin agua y olvidada, aunque un día refrescara a Ava Gadner
Hay piscinas tristes. Las hay. Algunas se atreven a cuestionar su affaire histórico con la alegría. Son desconcertantes: ¿Su misión no era hacernos felices? Quiénes se creen que son
Las piscinas vacías son piscinas tristes. Su tristeza responde a la añoranza de algo que debería estar y no está: niños salpicando al saltar, aroma a bronceador de coco, conversaciones banales en el bordillo. Agua.
¿Una piscina requiere agua para serlo? La definición (DRAE: Construcción que contiene gran cantidad de agua y que se destina al baño, a los deportes acuáticos y bla, bla, bla) afirma que sí. Igual que una casa no son cuatro paredes sino el aire que queda dentro, la piscina es el agua que queda dentro. Piscina vacía sería un oxímoron. Peor que una sin agua es una abandonada y ...
Las piscinas vacías son piscinas tristes. Su tristeza responde a la añoranza de algo que debería estar y no está: niños salpicando al saltar, aroma a bronceador de coco, conversaciones banales en el bordillo. Agua.
¿Una piscina requiere agua para serlo? La definición (DRAE: Construcción que contiene gran cantidad de agua y que se destina al baño, a los deportes acuáticos y bla, bla, bla) afirma que sí. Igual que una casa no son cuatro paredes sino el aire que queda dentro, la piscina es el agua que queda dentro. Piscina vacía sería un oxímoron. Peor que una sin agua es una abandonada y una piscina vacía se convierte de manera natural en una piscina abandonada; envejece a toda velocidad, en semanas. Es como si se rindiera. Las piscinas son como las perlas o los apartamentos de playa: tienen que vivirse. Lo que no se vive se olvida. Narciso Ibáñez Serrador se preguntaba de forma algo perversa en ¿Quién puede matar a un niño?: “Quién se atreve a acabar con algo intocable, lleno de vida”. Quién puede abandonar una piscina, algo inofensivo, algo tan alegre.
Hay maneras de olvidar una piscina y dejarla a su suerte. Puede desaparecer lo que le daba sentido. Un ejemplo son los moteles, un pilar estético y ético de la cultura norteamericana. Las piscinas de motel surgieron en los años cincuenta en Estados Unidos. Era la era de los viajes largos en coche, las noches improvisadas en carretera y los chapuzones en lugares de los que no había dado tiempo a aprenderse el nombre. Cuando el avión sustituyó al coche perdieron fuelle. Quedan muchos y, en muchos casos, rediseñados, pero un gran número de ellos se abandonó. Una piscina de motel nunca ha sido unas castañuelas y si, además, ese lugar está cerrado la poca alegría que tiene desaparece. Las piscinas de motel son más un recuerdo que una realidad y esta tiene un punto desolador. Echémosle la culpa al cine, que las llena de criminales a la fuga de los que se tiñen el pelo en el lavabo de la habitación, de gentes que guardan los ahorros de su vida bajo el colchón, ahorros que alguien les roba mientras toman el sol en la tumbona.
Los hoteles cerrados también se desentienden de sus piscinas. Hay ejemplos por todo el mundo y hashtags en Instagram cargados de fotos (#abandonedswimmingpool), porque hay algo magnético en las imágenes de lugares rendidos. Uno de ellos es el Grossinger’s Catskill Resort Hotel, el resort que inspiró Dirty Dancing. Elizabeth Taylor y Eddie Fisher se casaron allí. Este lugar y su piscina están hoy abandonados, mucho, esperando que una persona audaz lo resucite y lo llene de nuevo de agua y cha-cha-chá. También la espera una piscina madrileña, la Stella, de la que se ha escrito todo y fantaseado más. Construida en 1947 y cerrada en 2006 cuentan las crónicas que Ava (¿hay que escribir el apellido?) se refrescaba ahí del calor mesetario. Claro que es triste pensar en esta imagen cada vez que pasamos por la M-30 y la miramos de reojo.
Vayamos de tristeza en tristeza, enjugándonos la lágrima con discreción. Siempre es tentador mencionar El Nadador al escribir de piscinas. Todas las que aparecen en el libro de Cheever y en su adaptación al cine son tristísimas. Su tristeza está en la mirada del que las nada. Todo lo que ocurre alrededor de ellas es, en apariencia, alegre, pero está lleno de vacío. Ned Merril, su protagonista, se va impregnando durante su periplo acuático de esta sensación deprimente; nosotros también. En la película hay una escena en la que enseña a nadar a un niño en una piscina sin agua. Entran ganas de llorar. Aunque hay ejemplos gloriosos como este, el cine ha pasado de largo por las piscinas tristes, las prefiere alegres, con estrellas posando en sus trampolines, que eran los photocalls del Hollywood dorado o adolescentes en celo. De vez en cuando, sin embargo, las convierte en tumba y ahí el significado de la piscina se subvierte de manera extrema. La Piscina y sus remakes nos confirman que una piscina puede ser Eros y Tánatos y que las pasiones reprimidas son siempre tristes como piscinas secas. Hay una generación de niños marcada por la piscina embarrada de Poltergeist, que llenaron de huesos humanos para que los actores sintieran miedo real. Costó volverse a meter en una piscina en el verano del 83. La película la escribió Spielberg. Maldito sea. Bendito sea.
Viajemos de Hollywood a Rusia, un cementerio de piscinas. Durante los setenta y ochenta se construyeron muchas allí; públicas, huelga decir. La mayoría formaban parte de complejos deportivos o educativos y fueron abandonadas tras la caída del régimen comunista. Hoy, Rusia y los países pertenecientes a la antigua URSS son objetivo de los cazadores de reliquias arquitectónicas. En Ucrania se encuentra la que quizás es la piscina abandonada más famosa del mundo. Se llama Azure, está en Pripyat, en la Zona de Exclusión de Chernóbil. En el último episodio de la serie de HBO del mismo nombre se ve una piscina presidida por un mural en la que nadan los vecinos del pueblo con despreocupación y disciplina soviética. La serie nos quiere contar que ese era un territorio de salud, normalidad y encuentro comunitario, todo lo que la fuga nuclear destruiría. Azure no se abandonó el día del desastre, sino en 1998, doce años después. Durante ese tiempo fue usada por los liquidadores, las personas encargadas de limpiar la zona de restos nucleares. Es, quizás, la piscina más triste del planeta. Slim Aarons jamás la habría fotografiado.
Las piscinas tristes son las vacías, las rendidas, las olvidadas, las que se miran con ojos tristes; también aquellas que nadie busca, que nadie mira, que nadie cata. Las piscinas de los últimos días de verano son así. Por suerte, aún queda tiempo: la alegría está a salvo.
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