La Pompeya del blues

Viaje al corazón del Delta, una de las zonas más pobres de EE UU, en busca del lugar en el que el músico Robert Johnson vendió su alma al diablo

Una calle de Clarksdale (Mississippi), la cuna del 'blues', en una tarde a finales de julio. / A. M.

- En realidad, el verdadero crossroads (intersección, en inglés), donde Robert Johnson vendió el alma al diablo, no es donde está el símbolo de las guitarras.

- ¿Ah, no? ¿Dónde exactamente?

- El bypass alrededor de la ciudad no se construyó hasta el último año de la vida de Johnson y, para entonces, ya había hecho su gran grabación. Investigando mapas del pasado vimos que el verdadero crossroads está por el centro, cerca del club de blues, pero como lugar simbó...

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- En realidad, el verdadero crossroads (intersección, en inglés), donde Robert Johnson vendió el alma al diablo, no es donde está el símbolo de las guitarras.

- ¿Ah, no? ¿Dónde exactamente?

- El bypass alrededor de la ciudad no se construyó hasta el último año de la vida de Johnson y, para entonces, ya había hecho su gran grabación. Investigando mapas del pasado vimos que el verdadero crossroads está por el centro, cerca del club de blues, pero como lugar simbólico era mejor ubicación donde está ahora la señal. Intentamos no decirlo a mucha gente, no lo cuente.

- Hombre, no puedo no contarlo...

- Está bien...- se ríe.

Una no ve venir que llegará el día en su vida de periodista en el que acabe hablando seriamente con una fuente sobre el off the record en torno al lugar en el que el mismísimo diablo compró el alma de un músico en los años treinta. Sin embargo, una conversación de ese estilo empieza a sonar razonable después de unas horas en Clarksdale, la ciudad del delta del Misisipi donde el propio ayuntamiento aprobó una resolución que daba carta de naturaleza al maligno y la transacción.

Es más, el año pasado, con motivo de la celebración del 40º aniversario del Museo del Blues del Delta, la Cámara estatal aprobó una resolución donde, negro sobre blanco, declaran “la intersección entre la autopista 61 y la 49 en Clarksdale, el lugar donde la leyenda del blues Robert Johnson vendió su alma al diablo a cambio de la habilidad para tocar una guitarra infame”.

Entregas anteriores

Bill Luckett, quien me hizo la revelación sobre el lugar exacto del caso Johnson, es algo muy parecido “al hombre que lo hace todo” de Clarksdale. Exalcalde, abogado, empresario y copropietario con Morgan Freeman del club Ground Zero, además de también actor, es una de las personas más implicadas en el tirón turístico de la ciudad como cuna de blues, por convertirla en el lugar santo donde cada año, al menos hasta la pandemia, peregrinaban aficionados de todo el mundo.

Sam Cooke, Muddy Waters, Elmore Jones, Jimmy Reed, W. C. Handy. Todos crearon sus primeros compases en el Delta —la zona más pobre del Estado más pobre de todo el país— para acabar emigrando al norte. Era la ruta emprendida por muchos afroamericanos, músicos o no, que abandonaron un sur marcado por la pobreza y la violencia racial atraídos por el boom fabril de Michigan o Illinois en la primera mitad del siglo XX. Cooke, nacido en Clarksdale, se mudó a Chicago llevándose la música consigo, al igual que James y otros tantos.

Sam Cooke o Muddy Waters crearon sus primeros compases aquí

Johnson no tuvo tiempo de marcharse. Murió en 1938, con solo 27 años, en circunstancias poco claras. Esta es la versión más extendida: después de tocar en una fiesta en Greenwood, otro pueblo cercano, se puso a flirtear con la esposa de quien no debía y alguien puso veneno en su whisky. Pocos años antes, después de desaparecer unos meses, pasó de músico mediocre a virtuoso porque, al parecer, llegó al consabido pacto faustiano con el demonio.

Un aire fantasmal recorre Clarksdale, con sus murales de músicos decolorados, los coches antiguos aparcados en medio del centro, el viejo cine Roxy con las letras oxidadas. Después de cerrar y languidecer durante 30 años, resurgió como un local para actuaciones teatrales y musicales, pero conserva toda la imagen deteriorada. El conjunto del pueblo, de unos 15.000 habitantes, parece desprender ese aire decadente de forma deliberada, como si este territorio tan empobrecido hubiese aprendido a hacer de la necesidad virtud.

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Ground Zero, el club de Morgan Freeman y Bill Luckett, es un local muy espacioso, todo pintarrajeado por las paredes y con decenas de banderas de todo el mundo colgando desde el techo. La española es reciente, en rotulador negro, lleva escrito: “27 de diciembre de 2019. Familia Papparelli Alonso. Olé”. Debieron ir de viaje navideño al sur profundo, la vida antes del coronavirus. El negocio está ahora cerrado, sin fecha clara de reapertura por prudencia ante el riesgo de contagio, pero Luckett lo abre para enseñarlo y poder tomar unas fotografías.

“Morgan y yo nos habíamos hecho amigos a mediados de los noventa. Él vio a toda esta gente que pasaba por Clarksdale y me dijo: “¿Pero qué hace toda esta gente por aquí?”. Yo le dije que eran turistas, que venían aquí por el blues, pero no tenían dónde escucharlo porque entonces no había ningún sitio permanente, así que lo abrimos, y a partir de ahí otros también lo hicieron”, explica.

Freeman nació en 1937 en Memphis (Tennessee), pero se mudó siendo muy niño a Misisipi y siempre se ha mantenido vinculado al Delta. Hasta hace ocho años, también era dueño con Luckett de un restaurante, Madidi, que tuvieron que cerrar porque, a diferencia del club, nunca logró suficiente clientela como para mantenerse rentable. “El turismo ha crecido con los años, pero nunca superará a la agricultura como principal motor económico, no al menos en mi generación”, afirma.

Fachada en una calle de Clarksdale, un tarde a finales de julio.

El abandono del viejo hotel Riverside también recuerda ese vuelo que no acaba de levantar el pueblo, pero como todo en el Delta, es un abandono de aire bohemio, aliñado además con una buena historia. Antes de convertirse en un pequeño motel, en los años 40, había sido un hospital para afroamericanos, el G. T. Thomas, en cumplimiento con las leyes de segregación del momento. En él murió Bessie Smith en el 1937. La emperatriz del blues, sufrió un accidente de automóvil en la carretera 61, que une Clarksdale y Memphis, y no hubo ningún pacto con el diablo para ella. Durante años circuló la historia de que la llevaron a un centro médico de blancos, donde fue rechazada, y murió desangrada por el camino, pero unos cuantos historiadores del blues lo han visto poco verosímil, para empezar, porque no se les hubiese ocurrido llevar a la artista a un centro de blancos.

El ambiente y el paisaje tienen un aire de abandono bohemio

Ahora, una imagen con el nombre de Bessie Smith se erige frente al hotel cerrado. El rostro de la mujer choca con el de las fotografías que se pueden encontrar de Smith en el ciberespacio, más grueso. Un artículo de la periodista Alison Fensterstock en NPR señaló hace un año que el retrato corresponde en realidad a la cantante de rhythm & blues LaVern Baker, más estilizada, y existen en internet varias copias de esa imagen equivocadamente atribuidas a Smith, pero nadie ha cambiado el letrero.

No hay fecha exacta que determine el nacimiento del blues, pero sí que se empieza oír en las plantaciones de algodón, que nace de los cánticos de los negros que lo recogían. El 80% de la población de Clarksdale es afroamericana. Los cultivos de algodón, de soja y otros siguen hoy dominando el paisaje que se ve desde la carretera en dirección a Greenwood. Es allí hacia donde hay que conducir -apenas una hora- para encontrar la tumba de Robert Johnson, al menos, una de ellas, porque se han señalado varias localizaciones. La de la Iglesia Little Zion tiene algunas flores y un par de botellas vacías. No pasa un solo coche. Johnson vendió el alma porque probablemente entonces no había mucho más que vender.

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