FUERA DE PROGRAMA | JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

El tren lleno de la España vacía

En una campaña corta los candidatos nacionales aplican el mismo criterio que las urgencias médicas: el triaje.

Un tramo del tren extremeño a su paso por Badajoz.Paco Puentes

Mucho antes de que abran, ya hay cola en el Reina Sofía. Anuncian una exposición titulada Poéticas de la democracia pero nuestro destino es la estación de Atocha. En el andén espera ya el tren a Huelva (22 paradas) que pasa por Extremadura. Arranca medio lleno —el puente de los Santos— y acaba de llenarse en Leganés, acaso para hacer bueno aquel dicho sobre la emigración: “Extremadura dos: Móstoles y Alcorcón”. El convoy es diésel porque no hay catenaria en toda esta red y tarda cuatro horas en recorrer los 300 kilómetros que hay entre Madrid y Cáceres. Eso si todo sigue el horario pr...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Mucho antes de que abran, ya hay cola en el Reina Sofía. Anuncian una exposición titulada Poéticas de la democracia pero nuestro destino es la estación de Atocha. En el andén espera ya el tren a Huelva (22 paradas) que pasa por Extremadura. Arranca medio lleno —el puente de los Santos— y acaba de llenarse en Leganés, acaso para hacer bueno aquel dicho sobre la emigración: “Extremadura dos: Móstoles y Alcorcón”. El convoy es diésel porque no hay catenaria en toda esta red y tarda cuatro horas en recorrer los 300 kilómetros que hay entre Madrid y Cáceres. Eso si todo sigue el horario previsto. “Es lo normal”, afirma el revisor, que lamenta que solo trasciendan los casos en los que hay averías. “Uno de treinta, sobre todo en verano. Y en tramos de una sola vía. Y, bueno, en unidades antiguas”, remata usando la jerga del gremio.

La culpa —“con perdón”— la tiene la prensa, que alarma a los viajeros: “Igual que en Cataluña. No estará ardiendo toda, ¿no? Es lo que enseñan”. A su lado lo certifica un viajero —“no independentista”— que viene de Miami (Tarragona) y que baja a fumar en Talavera con permiso de la autoridad porque llevamos cierto adelanto. “¿Ves?”, subraya el revisor, que de vuelta a la marcha enseña al respetable de mayor edad a usar las máquinas de bebidas. O, mejor dicho, la máquina: la de agua no funciona. No hay cafetería.

Va cayendo gente al rellano de los Aquarius y las patatas fritas y alguien saca el tema de las elecciones. El revisor se marcha “por si las moscas” y el ambiente electoral se desinfla. Lo mismo pasa fuera del tren a medida que te alejas de los centros de mando. En una campaña corta los candidatos nacionales aplican el mismo criterio que las urgencias médicas: el triaje. Es decir, la atención a los enfermos según su gravedad, en su caso, las comunidades autónomas con más diputados en juego: 61 en Andalucía, 48 en Cataluña, 37 en Madrid… En Extremadura se eligen 10 y en abril la mitad se la llevó el PSOE. Es posible, no obstante, que parte de los votos de las capitales correspondan a emigrantes extremeños. Y son muy suyos. Entre Ceclavín —un pueblo cacereño— y Granollers —una ciudad barcelonesa—, y a modo de cordón umbilical, circuló regularmente durante años un autobús cargado de abuelos y de patatera. Acaban de ampliar el cementerio del primero, tan concurrido estos días: muchos de los que se fueron vuelven para ser enterrados donde nacieron.

A la altura de Plasencia aparecen y desaparecen las obras del futuro AVE, la eterna promesa en una tierra que se apañaría con un par de Talgos puntuales y papel en los baños, esas pequeñas cosas que engrandecen una democracia. Paul Morand decía que cabía esperar más de un billete de tren que de uno de lotería. Si vas a Extremadura el azar es el mismo en los dos casos. Veremos qué da de sí una papeleta de voto. El tren llega a Cáceres con puntualidad. 

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Archivado En