Vistalegre no cambia nada

No son pocos los que auguran la España de las próximas décadas se parecerá a la Italia de la posguerra

Pablo Iglesias, Irene Montero e Ínigo Errejón en Vistalegre 2. Pierre-Philippe Marcou (AFP)

Entre 1945 y 1994, la democracia cristiana controló Italia. En las pocas ocasiones en que el primer ministro no era de este partido —ninguna hasta 1981— la formación dominaba igualmente la coalición de gobierno, integrada a menudo por socialistas y centristas. El Partido Comunista (PCI) se mantenía en la oposición eterna, sin lograr ni mayorías, ni romper el bloque del establishment, una sola vez en medio siglo. Después de un Vistalegre victorioso para Iglesias, y a la vista de un ...

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Entre 1945 y 1994, la democracia cristiana controló Italia. En las pocas ocasiones en que el primer ministro no era de este partido —ninguna hasta 1981— la formación dominaba igualmente la coalición de gobierno, integrada a menudo por socialistas y centristas. El Partido Comunista (PCI) se mantenía en la oposición eterna, sin lograr ni mayorías, ni romper el bloque del establishment, una sola vez en medio siglo. Después de un Vistalegre victorioso para Iglesias, y a la vista de un congreso del PSOE que podría corroborar la posición actual del partido, no son pocos los que auguran que la España de las próximas décadas se parecerá a la Italia de la posguerra.

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Pero para llegar a este punto, la situación debe ser tal que socialdemócratas, liberales y conservadores se vean empujados a formar un bloque sustancialmente más cerrado que el actual. Por supuesto, la cúpula de Podemos espera que tanto su estrategia como crisis venideras aceleren la desaparición del centro político. En este escenario, serán quienes más se alejen del mismo los que más tengan que ganar. España, así, evolucionaría hacia un bipartidismo de polarización creciente, muy fructífero para cualquier propuesta de enmienda a la totalidad.

Y, sin embargo, llevamos desde 2014 consolidando un nuevo equilibrio, con dos elecciones generales seguidas y unas encuestas más bien estables que apuntalan el multipartidismo actual. Todo ello a pesar de considerables tensiones económicas y exteriores, que han modificado sin despedazar ciertos consensos básicos de nuestra sociedad. Además, todos los actores son muy conscientes del espacio que les queda, y no hay razones para pensar que el PSOE, por ejemplo, se vaya a sentir tentado de dejar (aún más) lugar a su izquierda. Incluso si ello sucediese, la posibilidad de un quinto partido-cuña bajo el signo de una nueva izquierda no es tan descabellada, si el premio electoral es apetecible.

Ahora bien: quien, por el otro lado, espere una debacle de Podemos haría bien en no subestimar el poder del partidismo. Una vez nos ponemos una camiseta, sea del color que sea, nos resulta difícil quitárnosla. Observemos, por ejemplo, todo lo que tuvo que suceder para que el PSOE perdiese la mitad de sus votantes, encadenando varias crisis, a lo largo de varios años.

Así pues, ante la cuestión de dónde queda el país tras Vistalegre II, mientras unos expresan dudas en clave italiana y otros sueñan con una gran guerra política de dos frentes, los datos y la experiencia nos llevan a ser cautos y enunciar que, posiblemente, seguirá donde estaba. Al menos por ahora. Pues, en cualquier momento, uno de los muchos vaivenes que sacuden al mundo pueden dar la vuelta al pequeño apéndice del mismo que es nuestro modesto sistema de partidos.

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