Análisis

El fantasma de Palma de Mallorca

El PP se agarra a la máxima ignaciana: en tiempos de tribulación, no hacer mudanza

Mariano Rajoy y los vicesecretarios del PP, Fernando Martínez Maillo y Javier Arenas, este lunes, en el Comité Ejecutivo Nacional del PPSergio Barrenechea (EFE)

Un fantasma recorre estos días las filas del PP: la sombra del congreso de la UCD en Palma de Mallorca, en febrero de 1981, pocos días después de que Adolfo Suárez anunciara su dimisión, que dejó al partido debilitado y escindido y fue el preludio de su definitiva desaparición.

El PP de 2016 no es, evidentemente, la Unión de Centro Democrático de 1981, pero la gravedad de la situación en que se halla el partido no dista mucho de la que sufrió entonces la coalición forjada por Suárez. La catarata de casos de ...

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Un fantasma recorre estos días las filas del PP: la sombra del congreso de la UCD en Palma de Mallorca, en febrero de 1981, pocos días después de que Adolfo Suárez anunciara su dimisión, que dejó al partido debilitado y escindido y fue el preludio de su definitiva desaparición.

El PP de 2016 no es, evidentemente, la Unión de Centro Democrático de 1981, pero la gravedad de la situación en que se halla el partido no dista mucho de la que sufrió entonces la coalición forjada por Suárez. La catarata de casos de corrupción que implican directamente al PP o a históricos dirigentes, y la sensación de que el partido, a pesar de sus siete millones de votos, está aislado, ha hundido en la melancolía y en la frustración a muchos de sus cuadros jóvenes, y ha llevado a la dirección a apretar las filas. Está en juego la propia pervivencia de la formación como referente único de la derecha en España, y han decidido agarrarse a la máxima ignaciana: en tiempos de tribulación, no hacer mudanza.

"Hoy todo el mundo piensa que lo mejor es no abrir en canal al PP. Embarcarse en cambios justo en estos momentos sería un error", afirman desde la dirección del partido. Por eso están dispuestos a recorrer con Rajoy todo el camino que les queda por delante, sea en una o en otra dirección.

Si Sánchez fracasa en su intento, será el turno de Rajoy. No cambiará la estrategia, pero pueden cambiar las circunstancias. No le pedirá al Rey que le encargue a él la formación de Gobierno mientras no tenga apoyos. Pero lo que hoy son certezas pueden dejar de serlo a partir del 5 de marzo, día de la segunda votación de la investidura del líder socialista. Sugieren, por ejemplo, que Rivera puede recular en sus dudas respecto a la idoneidad de Rajoy como socio para un proyecto de reformas. O que la unidad en torno a Sánchez que hoy proclama el PSOE puede comenzar a flaquear si sale del debate con la misma debilidad con que entró.

Si eso ocurre, descarta el entorno de Rajoy que se le permita al líder socialista seguir intentándolo. Apuestan porque corran los plazos para que se despeje la niebla, y será entonces cuando el líder del PP intente una última estrategia para convencer a Ciudadanos y al PSOE de la conveniencia de su proyecto de gran coalición.

Frente a esa posibilidad quedan dos alternativas: o gobierna Sánchez con el apoyo de Podemos, o se celebran nuevas elecciones, dicen. Solo entonces, si el partido termina en la oposición, se renovará completamente su dirección. Y eso sí que está garantizado.

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