El político electoral

¿Acaso hay algo más democrático que los políticos entren en nuestro cuarto de estar?

Las campañas electorales son lo más parecido a una escenificación ritual del mito democrático, el gobierno del pueblo por el pueblo. Es el momento en el que todo se organiza con la mirada puesta en el votante, el auténtico soberano. Solo importa él, todo lo demás es secundario. El instante culminante del ritual, la consagración, acontece cuando la papeleta se introduce en la urna y se transustancia luego en escaños. Poco después, todo retorna a la normalidad, los votantes a sus casas y los políticos a las de todos. Ell...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Las campañas electorales son lo más parecido a una escenificación ritual del mito democrático, el gobierno del pueblo por el pueblo. Es el momento en el que todo se organiza con la mirada puesta en el votante, el auténtico soberano. Solo importa él, todo lo demás es secundario. El instante culminante del ritual, la consagración, acontece cuando la papeleta se introduce en la urna y se transustancia luego en escaños. Poco después, todo retorna a la normalidad, los votantes a sus casas y los políticos a las de todos. Ellos vuelven a ser los protagonistas.

Pero quedémonos un rato más en ese momento de la fiesta democrática en el que los ciudadanos somos las estrellas, porque ahí percibimos otra transustanciación no menos interesante, la del político habitualmente ajeno, distante y antipático en un ser cercano, amable y pelota con la gente. Más allá de los programas y mítines al uso, el mayor cambio que se observa es el de su esfuerzo por convertirse en “personas”. Tanto les hemos demonizado, que parece que su máxima obsesión es la de presentarse como humanos normales. Como el político pierde su credibilidad por el mero hecho de serlo, le urge recuperarla mostrándose como un cualquiera, como si no supiéramos que también comen, que tuvieron una infancia, que les gusta esto o aquello, o que saben bailar como todo hijo de vecino.

Se dirá que esto es consecuencia del infotainment, la necesidad que tienen de ajustarse a las pautas de la industria audiovisual de la diversión y el esparcimiento. Pero solo lo es en parte. El político siempre fue, y sigue siendo, un traficante de emociones, y estas encuentran su medio idóneo en esos programas tan cercanos al hombre-masa. Al hacerse presente en ellos deja de parecer “élite” y puede acercarse a las preocupaciones del hombre común. ¿Acaso hay algo más democrático que los representantes públicos entren en nuestro cuarto de estar como si fueran parte de la familia? En todo caso, no puede criticarse al político showman sin hacerlo también al tipo de cultura que les lleva a convertirse en tales.

Donde su buscada proximidad con el ciudadano encuentra su manifestación más palpable es, sin embargo, en las propuestas y promesas electorales. Ahí la política tal y como la conocemos sufre otra nueva mutación litúrgica. Lejos de ser esa actividad dilemática, contingente e incluso trágica, dichas dificultades se exorcizan haciéndonos creer en la reconciliación de todo cuanto no coincida con nuestros deseos. Siempre a partir de la gestión de una emoción positiva como es la esperanza. Esto no es malo en sí, porque sin ella no hay posibilidad de cambio. Pero se echa en falta un mayor fact-check, un riguroso análisis de lo que es factible de verdad o solo humo electoral. Visto lo visto, al final me temo que habrá que recurrir de nuevo a la gran ausente del debate, Europa, para imputarle las causas de la resaca posterior a la fiesta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Archivado En