Gaza: impotencia y complicidad
Nadie elige nacer en el infierno, pero podemos hacer algo aunque no alcance.
Es normal la desazón, y hasta el desánimo. Es normal el impulso por dejar de mirar, porque sea lo que sea lo que vaya a pasar con el mundo no dependerá de lo que nosotros podamos gritar ni de lo que nosotros podamos hacer, si nuestras...
Es normal la desazón, y hasta el desánimo. Es normal el impulso por dejar de mirar, porque sea lo que sea lo que vaya a pasar con el mundo no dependerá de lo que nosotros podamos gritar ni de lo que nosotros podamos hacer, si nuestras capacidades son pequeñas y limitadas lo mismo que lo es nuestro tiempo. Si somos tan poca cosa.
Eso somos, al cabo: olvido antes de hora. Un punto pequeño de un pequeño rincón del mundo que, a los años, nadie recordará. Y, sin embargo, ahí están el desasosiego y la impotencia y la frustración de ver lo que pasa en el mundo y la atrocidad de Gaza, donde el ejército de Israel mata a la gente de hambre y la mata con bombas, dejando que los niños se queden en los huesos y mueran al final de inanición. Matando a disparos a la gente hambrienta que se acerca a por algo de comida.
Ahí están la rabia y la frustración, como si esta sociedad que se ha articulado tantas veces pudiera articularse de nuevo, y porque es imposible no sentir de una manera física un sentimiento que es compasión pero no solo: es propio de la condición humana y tiene que ver con el deber moral de indignarse contra lo que es injusto y lo que no debería ser.
Es normal la pregunta, si no hay otra: qué podemos hacer si es que puede hacerse algo. Y se puede, aunque no alcance. Se puede al menos mirar y exigir. Se debe mirar aunque duela, conscientes de que hay otros que no tienen la libertad de escoger aquello que les importa porque esas matanzas suceden en sus pueblos y en sus vidas, porque el lugar en el que se nace es un azar antes que una identidad. Nadie elige nacer en el infierno.
Se pueden hacer comunidad y vecindario, y subir la voz y transitar la distancia que separa el optimismo de la ingenuidad. Se puede oír y preguntar. Se puede ayudar, e interesarse por las condiciones en las que están las gentes que ayudan y que arriesgan sus vidas por meterse en los sitios en los que nadie se quiere meter. Porque a los cooperantes también los matan, igual que a los periodistas o a los médicos. Cientos de cosas se pueden. Todas, salvo la resignación, que queda muy cerca de la indiferencia y, por tanto, de la complicidad.