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Orgullo en el probador

Los hijos son sagrados y, votes a quien votes, cuando tienes lo que temes en casa lo entiendes todo

Hay días que me ahogo en el primer café de la mañana y no recupero fuelle hasta el último buchito de agua con que empujo la melatonina de la noche. Me ahogo de ahogarme. De no poder respirar este aire envenenado ni poder tragar la bola que se me hace este clima político que, si no fuera porque lo veo, lo oigo y lo leo a diario, parece...

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Hay días que me ahogo en el primer café de la mañana y no recupero fuelle hasta el último buchito de agua con que empujo la melatonina de la noche. Me ahogo de ahogarme. De no poder respirar este aire envenenado ni poder tragar la bola que se me hace este clima político que, si no fuera porque lo veo, lo oigo y lo leo a diario, parecería de otro siglo. Son esos días en los que mi natural respondón cede al cansancio mortal de tener que explicar lo obvio y luchar por terreno conquistado y me debato en el dificilísimo equilibrio de callar para no perder amistades sin que el silencio se interprete como quien calla, otorga. Pues bien, uno de esos días malos no se me ocurrió mejor ventolín para mi asfixia que pegarme un chute del alivio rápido de comprarme el enésimo pingo innecesario sin sospechar que esa ventolera iba a arreglarme el día y la semana.

Salía ya con mi triste trofeo en ristre de uno de esos probadores unisex e intergeneracionales donde lo mismo ves a octogenarias que a lactantes, cuando de una cabina emergió un chaval abriendo la cortina como quien abre el telón de su vida. Tendría, no sé: 13, 14 años, esa edad en la que las chicas parecen mujeronas y los chicos, críos de patio de colegio. Llevaba una camiseta de punto de malla a ras de ombligo sobre bermudas de ganchillo de tiro bajo. “Mira, papá, ¿te gusta el outfit?“, preguntó, paseándose por el pasillo como si desfilara por la alfombra roja de la Met Gala. El padre, un cincuentón de polo con el logo de Vox sobre la tetilla y cuello Arriba España, respondió al punto: “Te queda genial, hijo, llévatelo todo”. Fue entonces cuando le miré a los ojos. Me miró, poniendo los suyos en blanco. Le sonreí. Me sonrió. Y, llámenme bruja, pero supe que estábamos pensando lo mismo. Los hijos son sagrados y, votes a quien votes, cuando tienes lo que temes en casa, lo entiendes todo. Qué quieren que les diga. A estas alturas, en pleno 2025, cuando más de la mitad de las personas LGTBI+ ocultan su orientación sexual en familia, y el mismísimo Ayuntamiento de Madrid se niega a colgar la bandera arcoíris en la semana del Orgullo por no sé qué tecnicismo de los símbolos institucionales, ese padre y ese hijo me parecieron un prodigio de amor, respeto y tolerancia. Perdonen el desahogo.

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