Reig Plá, obispo y mártir
El prelado ha añadido a los discapacitados a su larga lista de agraviados desde el púlpito mientras él va de incomprendido
Cuando era obispo en ejercicio de Alcalá de Henares, y lo fue una docena de años y casi hasta antes de ayer mismo, Juan Antonio Reig Plá se tomaba al pie de la letra el tratamiento de reverendísimo que le otorgaba el protocolo eclesiástico. Así, dentro y fuera del templo, tendía la mano floja hacia arriba a todo el que se le pusiera por delante, creyente o descreído, para que tuviera que bajar la testa y be...
Cuando era obispo en ejercicio de Alcalá de Henares, y lo fue una docena de años y casi hasta antes de ayer mismo, Juan Antonio Reig Plá se tomaba al pie de la letra el tratamiento de reverendísimo que le otorgaba el protocolo eclesiástico. Así, dentro y fuera del templo, tendía la mano floja hacia arriba a todo el que se le pusiera por delante, creyente o descreído, para que tuviera que bajar la testa y besarle el anillo de jerarca de la Iglesia, o hacerle el feo de girarle la diestra y estrechársela como a cualquier hijo de vecino. O sea, monseñor daba por hecho que el prójimo le debía reverencia y, si no se la pagaba, la deuda era del otro y no suya. Pues bien, el obispo ya no tiene ni diócesis asignada ni poder ejecutivo. Pero parece que, a pesar de que el papa Francisco le apeó del cargo sin miramientos al aceptar su renuncia por edad a los 75 años casi antes de presentarla, al obispo emérito no se le han bajado los humos.
El domingo pasado, el jubilado Reig Plá, de bolo por Salamanca, soltó en el altar de la basílica de Alba de Tormes y ante el cuerpo incorrupto de santa Teresa, que los niños que nacen con discapacidad son “herencia del pecado y del desorden de la naturaleza”. Así, con toda la mitra. Añadía de esa forma a los discapacitados y a sus familias a la larga lista de colectivos, de homosexuales a divorciados, pasando por defensores de la eutanasia, a los que ha violentado desde el púlpito. La ola de indignación que han levantado sus palabras era previsible. No tanto como el silencio, cuando no la condena, de sus colegas mitrados, quizá temerosos de que el nuevo pontífice tome nota. Mientras me da que Francisco, al que por cierto repateaba que le besaran el anillo de obispo de Roma por considerarlo un signo de sumisión más que de respeto, se habrá revuelto en su tumba, Reig Plá, obispo y mártir, va de incomprendido. Él sigue igual; quienes han cambiado son los otros. El camino a la santidad nunca fue fácil, debe de pensar esa cabeza que pide aura. Otra cosa es que Dios, si existe, le perdone y no le mande al infierno.