Opinión

Desde el fuego, carta de amor a L.A.

Las redes nos han seguido permitiendo contar historias y contactar con quienes al otro lado del mundo se han preguntado si esa llama estaba cerca, si el agua era potable o si teníamos una cama segura en la que dormir

Un letrero del Hollywood Bowl en Los Ángeles con un mensaje de agradecimiento hacia los servicios que están trabajando en la extinción de los incendios, en enero de 2025.Carlos Rosillo

Es difícil escribir cuando tu ciudad (de adopción, de acogida, la que tiene un trocito de ti) está cercada por el fuego. Por suerte, ya no el barrio. Ese parque en agotadora cuesta por el que salir a pasear cada domingo, al sol, incluso en enero, y ver de lejos los rascacielos y, más allá, el mar, ya no humea. Pero Los Ángeles (L.A., Eléi, popularmente) es una ciudad que son muchas ciudades y es, otra vez, una sola. Son 10 millones de personas que no se conocen, pero que probablemente saludarán a su vecino al entrar en casa, conocerán sus costumbres; a veces, hasta serán amigos, aunque sea a ratos. LA es muchos barrios separados, sueltos, a veces poco más que una calle. Fuera de ese ecosistema, es complicado (y perezoso) moverse: coche, atasco, un rato larguísimo para llegar a todas partes. Pero ahora eso da igual. Los angelinos se han echado a las calles, independientemente de que estén lejos: el fuego de uno es el fuego de todos. Los estereotipos de clasismo, egoísmo e individualidad se han esfumado.

No hay nadie en esta ciudad que no haya perdido a algo o a alguien, que no conozca a quien se haya quedado sin casa, o con ella más tocada que en pie. Han sido días difíciles. Días de bulos, de mentiras, de ver el cartel de Holllywood (sí, hasta con tres eles) ardiendo en redes; era falso, hasta en su nombre, pero qué mal sienta. Las redes nos han echado basura en la cara, o cenizas, estos días, pero eso no es novedad. Permitan la cursilería y agradecer también todo lo que nos han dado. Gracias a ellas, hemos llorado cuando un grupo de agotados bomberos entraban en un In N Out —las hamburgueserías angelinas por excelencia— y el pequeño restaurante se caía de aplausos de orgullo y reconocimiento.

Hemos visto mansiones y escuelas que son como nuestras, de reconocerlas en series y películas, hundidas por el fuego. Hemos visto antes y después de calles que conocíamos y otras que no, y redescubierto cómo lo que parece normal es excepcional, y tarda segundos en esfumarse. Hemos visto a millonarias estrellas salir con las manos vacías de sus casas quemadas y pedir ayuda en redes, en un los ricos también lloran que no esperábamos. Hemos visto incluso a esa abogada en ciernes llamada Kim Kardashian exigir que se pague más a los presos que extinguen los incendios.

Los Ángeles es una ciudad de inmigrantes. California lo es; EE UU, qué decir. Estos días, charlando con británicos, mexicanos, guatemaltecos, checos, españoles, con personas que han hecho su vida en L.A., hace un año o hace 40, todos dan las gracias por esta ciudad nada fácil, caótica, cargada de contrastes, donde habitan las personas más auténticas y las más superficiales (a veces, incluso, son la misma), gente inspiradora y sorprendente, difícil de encontrar en otros lugares. Se han caído la luz, el agua, Internet, hasta los semáforos, pero las redes no han dejado de ponerles, de ponernos, en contacto. Nos han seguido permitiendo contar historias y contactar con quienes, al otro lado del mundo (o de la ciudad, que a veces resulta igual de lejos), se han preguntado si esa llama estaba cerca, si el agua era potable o si teníamos una cama segura en la que dormir. Gracias por ese mensaje de madrugada, por ese meme tonto, por el corazón en Instagram.

Como contaba el periodista Keith Morrison en un clip en homenaje a la ciudad emitido en el programa en que trabaja, Dateline, de NBC, pero que se ha hecho viral en TikTok, esta ciudad tiende a los terremotos, a las sequías, a los incendios: “¿En qué estaríamos pensando?”, reflexiona, acerca de “lo imposible y terrorífico” que es vivir, de cuando en cuando, en esta rara urbe, que tantas veces ha estado amenazada por los desastres naturales (y humanos), aunque pocos como este. Pero llega a la misma conclusión en la que caen, caemos, tantos sin duda alguna: porque es única. Porque volverá, y volverán sus famosos luciendo en las alfombras, sus patinadores presumiendo en Venice, sus puestos de tacos deliciosos y (cada vez menos) baratos, sus surferos con Malibú de fondo, aunque haya ardido. Si alguna ciudad sabe empezar de cero, o incluso de menos que cero, esa es Eléi.

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