Ya no se puede decir nada
La frase, de tan manoseada, ha acabado definiendo cómicamente a aquellas personas que sin dejar de manifestarse se quejan de que no pueden hacerlo
La frase, de tan manoseada, ha acabado definiendo cómicamente a aquellas personas que sin dejar de manifestarse se quejan de que no pueden hacerlo. Estoy convencida de que habrá sido ése el pensamiento del alcalde de Vito (Ávila) tras haber sido amonestado por interpretar en público una repugnante coplilla pedófila. Y que tal cual lo pensaría el presidente de la Conferencia Episcopal cuando en defensa del alcalde afirmó que ...
La frase, de tan manoseada, ha acabado definiendo cómicamente a aquellas personas que sin dejar de manifestarse se quejan de que no pueden hacerlo. Estoy convencida de que habrá sido ése el pensamiento del alcalde de Vito (Ávila) tras haber sido amonestado por interpretar en público una repugnante coplilla pedófila. Y que tal cual lo pensaría el presidente de la Conferencia Episcopal cuando en defensa del alcalde afirmó que toda la vida de Dios los beodos habían tenido eximente. Algún responsable de prensa, ya que no de almas, debiera haber aconsejado a los obispos que en este caso en concreto mejor convenía mantener un perfil bajo. Pero no, ya no se puede decir nada, se lamenta Antonio Banderas en Venecia presentando una película que él mismo define como transgresora, palabra fetiche de los festivales, pero sintiendo a su vez nostalgia de películas transgresoras del pasado. No sabe una muy bien a cuáles se refiere o si él quisiera expresar cosas que ahora calla. En realidad, yo lo veo bastante suelto. En El Hormiguero, se lanzó a expresar una teoría que, advirtió, podía ser polémica, asegurando que una encuesta (¡las encuestas las carga el diablo!) realizada en Andalucía sostenía que el 75% de los jóvenes españoles aspiraban a ser funcionarios, en contraste con jóvenes americanos que deseaban ser emprendedores. Así, concluía el actor, con esta juventud española de sueños romos “no se hace país”; en cambio, fijémonos en Silicon Valley y en las empresas que generaron aquellos muchachos en un garaje. A juzgar por los aplausos, al público le fascinó esta disertación sociológica, aunque al otro lado, el oscuro, hubo quien puso en duda que el mundo esté mejor en manos de los millonarios colonizadores de las democracias que en las de cualquier médico o maestro que aspiren a serlo en la cosa pública. Es esa crítica en las redes, propiedad de los mismos genios que celebra Banderas, la que le escuece, como a todos cuando nos toca, pero conviene recordar algo que se olvida con frecuencia: opinar conlleva recibir críticas y faltas de respeto, más aún en el caso de las mujeres. En el pasado, esos varapalos no llegaban con la inmediatez actual, pero la condescendencia, la burla y el insulto lograban abrirse paso por las vías lentas; siempre había que hacer un esfuerzo por no rendirse, y sobre todo, por no sentir la vergüenza injusta que persigue al injuriado. Puede que haya sido el feminismo el detonante de esta nueva masa crítica que ha pillado por sorpresa a hombres privilegiados, sobrios o borrachos, que disfrutaban de una libertad de ofender sin que se les devolviera el golpe; también a jóvenes que defienden una inquietante libertad de agredir.
“Conservative voices are being silenced” (las voces conservadoras están siendo silenciadas), decía la genial Lisa Kudrow representando el papel de una influencer de la derecha que alzaba su queja desde los micrófonos de todos los medios. Era tan cómica su protesta que acabó por usarse para definir a aquellos que reclamaban libertad sin parar de manifestarse. A veces se trata de la nostalgia de una cierta impunidad. Pero cuidado, opino que es saludable pensar una cosa y su contraria, y así creo también que escuchando a Banderas narrar el cuento del valiente emprendedor en un país tan desigual como Estados Unidos intuimos qué es lo que le cautivó del sueño americano. Pero no es más que un actor que opina. Cuántas veces ajustamos la realidad a una teoría que se nos acaba de ocurrir, cuántas veces no lo han hecho economistas, politólogos o columnistas rasos. Cuántas veces no he pensado yo que leemos y escuchamos con la pistola cargada. Lo bueno que tenía la ausencia de redes era que para insultar a alguien había que escribir una carta y mandarla. Y cuántas veces la bondad está ligada a la pereza. Siempre es reconfortante ese insulto que se nos quedó en el tintero. Pruébenlo.