Macron elige a Macron

Con la elección del conservador Barnier como primer ministro, el presidente francés otorga ‘de facto’ la llave de la Asamblea a la ultraderecha a la que pidió neutralizar en las elecciones legislativas

El nuevo primer ministro francés, Michel Barnier, durante su toma de posesión, este jueves en París.SARAH MEYSSONNIER / POOL (EFE)

El presidente francés, Emmanuel Macron, nombró ayer al político conservador Michel Barnier como nuevo primer ministro casi dos meses después de unas elecciones legislativas en las que una enorme movilización ciudadana inspirada en los valores republicanos contuvo el auge de la extrema derecha y dio la victoria a la coalición progresista —aunque a mucha distancia de la mayoría absoluta—, dejó al partido presidencial en segundo lugar y relegó al tercero a los ultras de Marine Le Pen. La elección de Barnier es constitucionalmente legítima, pero muy cuestionable desde el punto de vista político.

Barnier es un representante del partido Los Republicanos, la actual encarnación de la tradicional derecha gaullista, que obtuvo un modesto resultado en los comicios. Su designación es, pues, un claro desaire al bloque progresista que quedó en primer lugar y que formó junto a Macron el frente republicano. Paradójicamente, parece buscar más la aquiescencia de los ultras a los que se quiso neutralizar en julio que la cooperación con el polo izquierdista. Este, de hecho, anunció enseguida que se opondrá al Gobierno de Barnier.

Macron se ha empeñado en buscar un primer ministro que no cuestionara sus reformas, pero su decisión conlleva graves consecuencias. La de mayor calado es que los ciudadanos partidarios de la izquierda —y que en muchas circunscripciones votaron a los candidatos del presidente atendiendo a la llamada del frente republicano— difícilmente volverán a sostener un encomiable esfuerzo colectivo contra la ultraderecha a sabiendas de cómo pueden acabar las cosas.

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El punto de equilibrio de ese frente republicano hubiese sido un representante progresista moderado y pragmático. En ese sentido, hay que señalar que el bloque de izquierdas podría haber mostrado una actitud más abierta. Sin embargo, Mélenchon afirmó que pretendía que se aplicara su programa íntegro y la candidata designada por ese bloque prometió desmantelar reformas clave de Macron. Incluso reconociendo su legitimidad para plantearlo, no puede obviarse que les faltan casi 100 diputados para tener una mayoría, lo cual permitía a los vencedores reclamar el liderazgo para formar Gobierno, pero desde una actitud más pactista. Esto es lo que expresaron las urnas al situar en primer lugar a la izquierda —sin mayoría absoluta— y en segundo —a poca distancia—, al centrismo liberal macronista.

Con todo, lo que expresaron claramente los electores fue su repudio democrático a la idea de que el partido de Le Pen, que ahora será clave en la Asamblea, pudiera no ya alcanzar el poder, sino condicionarlo. Justo la posibilidad que Macron acaba de poner en sus manos al optar por una solución personalista que lamina los objetivos del frente republicano y aboca a Francia a la incertidumbre.

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