Macron estira el bloqueo en Francia
El presidente trata de imponer un primer ministro cuando las urnas le han negado el poder para hacerlo
Han pasado tres meses desde que Emmanuel Macron disolvió por sorpresa la Asamblea Nacional y convocó elecciones legislativas para tratar de recuperar la iniciativa política tras una humillante derrota de su movimiento centrista en las elecciones europeas a manos de la extrema derecha. El resultado fue una nueva derrota en la que su influencia en la Asamblea Nacional quedó diluida irremediablemente. Los espectaculares Juegos Olímpicos de París han ofrecido en julio una pantalla de unidad y reivindicación de las esencias francesas que ha ocultado las dificultades para encontrar un gobierno que pueda aspirar a aprobar, no ya un proyecto a medio plazo, sino los asuntos más básicos de la administración. La tregua olímpica ha terminado. Ocho semanas después, el actual Gobierno en funciones es el más longevo en la historia de la V República.
Las elecciones dejaron una Asamblea con tres bloques bastante igualados: la coalición de izquierda Nuevo Frente Popular (socialistas, comunistas, ecologistas y la fuerza dominante, La Francia Insumisa (LFI), de Jean-Luc Mélenchon), el centroderecha tradicional junto con el centro macronista, y la extrema derecha de Marine Le Pen. Los tres bloques están lejos de la mayoría absoluta. Francia no tiene ninguna tradición de coaliciones de gobierno, y las negociaciones para formar algún tipo de mayoría de consenso entre el centro y la izquierda se encuentran estancadas.
La izquierda reclama con razón que tiene derecho a proponer al primer ministro. No solo es el bloque mayoritario (aunque con unos escasos 193 escaños de 577). Fue la unión de estos partidos y su estrategia de movilización lo que permitió frenar a la extrema derecha. Mélenchon ha ofrecido apoyar un gobierno sin ministros de LFI a cambio de que lo presida su candidata, la economista Lucie Castets. Macron ha descartado de plano a Castets en un gesto torpe que ha recibido la crítica unánime de la coalición. Si pretendía dividir al bloque de izquierdas para llegar a un pacto solo con los socialistas, ha conseguido lo contrario.
Macron no tiene alternativa a aceptar que su movimiento está en retroceso, ha perdido las elecciones y no tiene poder para imponer un nombre. El nuevo primer ministro ya no responderá directamente a él, sino a una Asamblea fragmentada. Si no quiere que sea de izquierdas, tendrá que ser alguien aceptable para la izquierda. Macron actúa como si no hubiera habido elecciones. Mientras elude esa realidad, está prolongando una situación de interinidad inaudita en un país al que el resto de la UE necesita en el eje de mando, más aún con Alemania en crisis. Esta semana ha convocado una nueva ronda de consultas; no está claro qué espera de ella. La izquierda, por su parte, debe reconocer que no puede exigir un gobierno que aplique su programa íntegro. Pactar significa ceder. Si los partidos no gestionan con altura de miras la fragmentación, Le Pen está esperando para irrumpir en escena como salvadora.