Veneno político en Alemania

El crimen cometido por un inmigrante sirio abre las puertas a la xenofobia a pocos días de unas elecciones locales

El candidato de AFD en Turingia, Björn Höcke, se dirige a sus seguidores, el pasado fin de semana en Sömmerda.Heiko Rebsch (dpa/picture alliance via Getty)

El debate en torno a la inmigración en Alemania ha entrado en una espiral venenosa que está derribando consensos asentados, amenaza con abrir la puerta de las instituciones a la ultraderecha y añade inestabilidad a la coalición de Gobierno. Un hombre de 26 años mató a cuchilladas en plena calle a tres personas e hirió a otras ocho el pasado viernes por la noche en las fiestas de Solingen, al oeste de Alemania. El asesino se entregó a la policía y confesó. Era un ciudadano sirio que llegó como solicitante de asilo en 2022. Se le había denegado la solicitud, pero no había sido deportado del país. Los agentes registraron un centro de acogida de inmigrantes en medio de la conmoción. El grupo terrorista Estado Islámico se atribuyó la acción.

Desde entonces, Alemania ha visto como un asunto que hasta ahora era tabú, como relacionar inmigración y delincuencia, se empieza a cuestionar abiertamente. Contribuye a elevar la presión el hecho de que el domingo se celebran elecciones regionales en Turingia y Sajonia. Prueba de que el asunto de la inmigración ya era central en Alemania y estaba solo esperando un detonante es que el partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD), lideraba las encuestas previas al atentado, empatado o por encima de la derecha cristiana, CDU. AfD es un partido que coquetea con argumentos filonazis y antisemitas, abiertamente xenófobo. Ha logrado alcaldías, pero nunca el poder de una región. Su líder en Turingia, Björn Höcke, pertenece a la facción más extremista del partido y no puede ser más explícito en su intención de explotar la tragedia de forma grosera. Su nuevo lema es: “Höcke o Solingen”.

En 2015, la canciller democristiana Angela Merkel convenció al país de que podía acoger a casi un millón de refugiados de Siria y Afganistán ante la pasividad de la UE. Alemania salvó la vida a esas personas. La decisión sigue siendo un ejemplo para los países ricos de liderazgo y responsabilidad con los desesperados. Pero una década después, el discurso sobre la inmigración se ha endurecido en todo el arco político. El canciller socialdemócrata Olaf Scholz promete acelerar las deportaciones. La CDU impugna toda la política de asilo y ha radicalizado sus mensajes en lo relativo a la política migratoria, algo que empieza a suceder en otros partidos de centroderecha continentales.

El líder conservador, Friedrich Merz, ofreció a Scholz un pacto para reducir “a cero” la inmigración irregular. La propuesta es impracticable y, además, es un regalo envenenado que puede acabar con la coalición de Gobierno (socialistas, verdes y liberales), ya muy debilitada por sus contradicciones presupuestarias. La responsabilidad de Scholz no es navegar con titulares la sensación de inseguridad inevitable que provoca un crimen cruel, sino explicar las carencias del sistema y proponer soluciones. La inmigración es un fenómeno complejo de gestionar. Alimentar una imagen simplista solo favorece las respuestas simplistas.

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