El tiempo, el clima y el riesgo del partidismo
Se sabe antes la opinión de los partidos que la de los expertos, porque nos hemos acostumbrado a explicar la política como se explica el fútbol
En una de mis primeras mañanas en el Congreso, me acerqué micrófono en ristre a un dirigente político que andaba por los pasillos de la Cámara. Se acababa de publicar una encuesta sobre la que opinarían todos los partidos y pensé que aquella voz podía aportar alguna declaración de interés. En un arrebato de sinceridad, el hombre me reconoció que aún no había tenido tiempo para mirar el sondeo y yo opté por bajar el micrófono y marcharme. “Espera”, me dijo él, en vista de mi retirada. “Yo te hago un corte”, que es como llamamo...
En una de mis primeras mañanas en el Congreso, me acerqué micrófono en ristre a un dirigente político que andaba por los pasillos de la Cámara. Se acababa de publicar una encuesta sobre la que opinarían todos los partidos y pensé que aquella voz podía aportar alguna declaración de interés. En un arrebato de sinceridad, el hombre me reconoció que aún no había tenido tiempo para mirar el sondeo y yo opté por bajar el micrófono y marcharme. “Espera”, me dijo él, en vista de mi retirada. “Yo te hago un corte”, que es como llamamos en la radio a las declaraciones que emitimos luego. El hombre, en efecto, me hizo un corte. Habló del tema del día, sin necesidad de decir nada.
Desde hace un tiempo, hemos dejado confundir el debate público con el debate partidista. Existen miles de diferencias entre una cosa y la otra, pero hay una diferencia más obvia que las demás: la visión partidista mide sus resultados al momento, a través de encuestas diarias y, en su caso, de las sucesivas convocatorias electorales. En cambio, el debate público solo mide sus efectos a largo plazo.
Por entendernos, el debate partidista es el tiempo: hay jornadas soleadas y hay jornadas de nubes y tormentas; pero no se mira más que el día a día. El debate público es el clima: solo con un poco de perspectiva podrá comprobarse su calentamiento o su degradación. Aquí miramos el tiempo todo el rato. Aquí se habla mucho de los famosos trackings y de la intención de voto.
Los portavoces opinan al momento de cualquier asunto, con una rapidez asombrosa para que organizaciones tan complejas como los partidos, a los que se presume un debate ideológico, puedan fijar una posición política. Sin embargo, es lo que hacen. En verdad, esa rapidez es la que les exigimos los medios de comunicación, en una maquinaria que penaliza el silencio y tritura las noticias a gran velocidad: si tardan mucho en fijar posición, puede que deje de interesar.
Se sabe antes la opinión de los partidos que de los expertos, señal de lo mucho que nos interesa el tiempo y lo relegado que tenemos el clima. Porque el clima es complejo y el tiempo es más sencillo: es inmediato. Se exige opinión de todo al momento y se subraya a quien discrepe por si eso le aproxima al rival o al adversario, porque nos hemos acostumbrado a explicar la política como se explica el fútbol: si uno es de un equipo se da por hecho que asume la bufanda, la camiseta y todo su ideario.
Existen algunas polémicas que vuelven las mañanas lluviosas y de tormenta. En este país de sequías, algunas semanas no parece que vaya a escampar nunca. Los expertos, sin embargo, avisan de que el peligro real está en el cambio climático, porque tras la hojarasca de los días el mundo avanza hacia sociedades más polarizadas a la velocidad que marca la inteligencia artificial. El debate no será ya entre izquierdas y derechas, sino entre democracias y autoritarismos. Quizá la visión partidista alcance para afrontar un dilema de esa magnitud, pero cualquier pronóstico diría que con eso nos quedaremos cortos.